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22-M: cuando el miedo comienza a cambiar de bando

Iñigo Elortegi 26 marzo, 2014     2 comentarios    

H. se mantiene a duras penas haciendo trabajos en negro. Electricista. Dejó su trabajo para atender a su madre de 81 años. Gracias a la ley de dependencia, podía estar dado de alta como cuidador familiar. El Gobierno de Rajoy decidió en 2012 suprimir tal posibilidad, y con ello, dar carpetazo a las ayudas a dependientes, el 31 de agosto de 2012. Su madre, en un último ejercicio de rebeldía, decidió morir dos días antes. Hoy, 22 de Marzo,  H. tiene tiene una cita en Madrid.

Recogimos a las 6 de la mañana a H. Preveíamos llegar a Madrid, a las 11:30h, aprovechar la mañana, y acudir a las 17:00 a la gran confluencia de columnas por la dignidad llegadas de todos los confines. Así que la nuestra era una columna más, si bien microscópica, salida de provincias hacia la capital de un reino en horas inciertas. Allí, una multicolor marea de cientos de miles – ¿medio millón? – tenía como única voz un grito que todos necesitaban: «sí se puede«. Después hablaron las balas de goma de los 3.000 policías, uniformados e infiltrados, enviados por un Poder manifiestamente temeroso de que, en efecto, algo se pueda. Lo posible está ondeando en el viento. Este es el viaje con H. y lo que ocurrió en la capital del reino el 22 de marzo de 2014.

Salimos de Bilbao cuando la gris urbe aún tiene las pestañas  pegadas. Poco hablamos mientras subimos el puerto de Orduña entre una bruma que se adormila en cada curva y cascotes caídos de las laderas. Enfilamos las llanuras burgalesas que duermen a 5 grados de temperatura.

Recordamos al llegar a Pancorbo, cómo en este desfiladero con pocas posibilidades de escape las diligencias eran atracadas en los siglos XVII y XIX, como le ocurriera a George Sand, amante de Chopin. H. aprovecha para hablar del atraco que se perpetra ahora con bandoleros de cuello blanco y corbata. «Si ahora existe una corrupción a mansalva es porque antes la había igual, lo que les da impunidad para cometerla es el miedo de la gente a no poder sobrevivir, y no el miedo de ellos«, nos dice H. Puede añadírsele otras razones. Los ecosistemas reúnen un conjunto de fuerzas. Probablemente hace falta crear o saberse ecosistema. Por eso, hoy confluimos en Madrid.

Segovia. Control de la Guardia Civil. Un frio afilado azota a dos docenas de jóvenes agentes. Paran a los autobuses. Gélido miedo, como si con controles  pudiera evitarse que la marabunta llegue a la capital. Es la primera señal de que el miedo está al otro lado. Pasarán, como luego supimos más de 700 autobuses.

La entrada a la comunidad por su autovía es un peregrinaje. El mal estado del firme es propio de la época de las diligencias. Hace años que no se invierte. Pero a lo lejos divisamos como Goliats acompañando a las torres de Bankia las cuatro mastodónticas torres, resultado del pelotazo de la ciudad deportiva del Real Madrid. Y queda claro, mientras damos saltos, donde ha quedado el dinero.

H. llama a un colega en Vallecas que tiene un negocio de ropa alternativa. Antonio nos hace una descripción de la realidad madrileña que no esperábamos. «La crisis ha provocado un giro a la derecha de gente obrera, quieren que el poquísimo trabajo que hay sea para españoles. Los inmigrantes que tuvieron trabajo con el PP, son de derechas y votan al PP. En los barrios perimetrales surgen colectivos neo nazis«. Antonio se alegra porque hoy en Madrid, este 22-M, «habrá un ambiente diferente». Pero ese Madrid acusa las consecuencias del encarecimiento en los servicios. «Venir en metro de Alcorcón a los barrios del centro cuesta 6 euros. La gente ya no se mueve de sus barrios, y los que necesitan moverse por trabajo tienen que soportar ese coste de sus salarios ya pelados«.

Barrio de Lavapiés

Camino de Malasaña, pasamos por Lavapiés, donde a las 12:30h de la mañana los operarios de limpieza del ayuntamiento comienzan a limpiar las calles cubiertas de botellas y plásticos. A este barrio populoso, obrero y emigrante, le toca el último turno en el aseo diario municipal. Cuando llegamos en unos minutos a Malasaña, barrio hoy copado de profesionales liberales, sus calles ya llevan horas limpias.

Por los alrededores de Atocha hay ya una multitud de miles de personas venidas principalmente de Galicia. Se suceden ya pequeñas manifestaciones. A las 16:00h se divisan en Atocha la llegada de multitudes desde todos los puntos cardinales. Llegan también de Neptuno, hacia donde debe partir la manifestación.

A la hora de salida, es imposible salir. Todo el recorrido está abarrotado de columnistas. Así que los cientos de miles que acaban de llegar se dirigen a la Plaza de Colón para dejar que 2 kilómetros más abajo, los cientos de miles en Atocha puedan empezar a marchar. Desde las 17:45 hasta las 20:15h no dejará de venir la marabunta hasta Colón.

Los miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) son visibles. Media manifestación por la dignidad es andaluza. Banderas de la CGT y la CNT. Izquierda Unida ha movilizado a sus militantes en la turbia campaña para las elecciones europeas en la que está inmersa. Los eslógans más variopintos pululan entre las banderas que predominan, las republicanas. Pan, trabajo, dignidad. H. comenta al ver una pancarta que pide reparto de trabajo: «en realidad hemos de hacernos con nuestro presente, y no mendigar el futuro«.

En las quinielas del supermercado de siglas, la formación Podemos, que facasó al intentar integrarse en IU, es la ausente. Apenas vemos a dos jóvenes con pegatinas a su espalda.

Una pareja comenta que han venido más de 700 autobuses a Madrid. Algo más ha venido a Madrid. Confluyen sindicalistas del antiguo mundo del trabajo con quienes ya no trabajan, indignados en busca de reformas posibles con descreídos convencidos de aspirar a vivir fuera de los meandros del sistema, pensionistas radicalizados con sus espaldas molidas por el fiasco democrático con punks, republicanos moderados con utópicos sin fronteras, inmigrantes venidos de ultramar con jóvenes migrando de conciencia.

Hay algo que nos llama la atención de todos los retenes de policías que se colocan en los edificios públicos del centro madrileño: se han movilizado a policías que, por su aspecto, debieran estar jubilados. H. comenta que suelen traer a agentes venidos también de provincias. Hoy somos todos de provincias, pero estamos en algo de importancia capital.

Policías en Génova.

Hacemos tiempo hasta que llegue el grueso de la manifestación y nos acercamos a la calle Génova. Ochenta policías protegen la sede del PP, arriba, y la Audiencia Nacional que está en una inmensa ampliación adjudicada, según anuncia un cartel, a FCC: es la metáfora de un país en donde los antiguos derechos son ahora delito. Los curiosos se acercan a la barricada puesta por los policías para hacerse fotos. Un policía con mostacho se dirige al mando que está en primera fila para comentarle algo al oído. El mando asiente y da algunas señales a los agentes. No nos gusta la expresión corporal del mando y a las 20:10h y cuando a escasos 100 metros aún no ha comenzado el mitin de despedida de la marcha, abandonamos Génova. Serán esos 80 policías los que carguen minutos después contra los congregados. En nuestra marcha nos topamos casi a la altura de la cafetería Ríofrío con una cuadrilla de cuarentones vestidos con chamarras verdes idénticas, altos, cuadrados, ¿infiltrados? Casualidad, se dirigen a donde comenzarán los disturbios.

Miles de personas suben hasta la Plaza de Colón. Miembros de Adicae, del 15-M de Aluche. Para sorpresa nuestra, aparecen algunos con banderas de CCOO, el sindicato que junto a UGT se reunió días antes con Rajoy. Uno de los que enarbola una bandera de CCOO grita «hemos decidido, hemos acordado, obrero despedido patrón colgado», sin parecerle ridículo la sigla que ondea y el canto que esgrime.

Continúan llegando miles de columnistas a Colón desde Neptuno. Medio millón es un cálculo más bien modesto. El clamor multitudinario confiere diferentes dignidades. La primera, como resume H., «estamos aquí por los que no están aquí sino quietos en sus casas. La mayoría somos nosotros, los de abajo que necesitamos esto para venirnos arriba». La segunda, para recuperarle terreno al miedo, miedo de todo impuesto poco a poco.

Salimos de Madrid. Al pasar por el Hospital de La Paz, vienen a nuestra conversación las últimas noticias sobre este centro pionero en investigación: varios días sin calefacción ni agua caliente. Otra metáfora. Sobre esa ruina metafórica, el  medio millón de personas largo venido a Madrid quiere construir un mundo nuevo.

 

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Autor: Iñigo Elortegi

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