Me parecía increíble que aquel hombre fuera uno de los mayores ladrones políticos del siglo XX. Había imaginado, antes de ese encuentro, alguien con el estereotipo de hábil calculador. Su físico dejaba al descubierto un hombre de pueblo, ágil y aún fibroso a sus sesenta y cuatro años, curtido por el trabajo, de manos callosas. Teníamos amigos comunes. Aquel día de abril de 2001 el mundo estaba a cinco meses de un septiembre que abriría un mundo apocalípticamente más sangriento y desigual del que conoció Lucio Urtubia Jiménez. Este albañil exiliado en París organizó la mayor falsificación de bonos de viaje al First National City Bank, actual Citibank.
A las 10 y cuarto del 24 de junio, ochenta personas se congregaron en el crematorio del cementerio Père Lachaise en París para despedir al incansable Lucio Urtubia Jiménez, con nada más que un silencio que se rompe al cantar todos El tiempo de las cerezas antes de que el féretro sea también tiempo.
Aquel 23 de abril de 2001 se presentaba el libro que había dado a conocer en España a Lucio Urtubia. Ediciones B publicaba la biografía de Lucio que había escrito un año antes Bernard Thomas con la editorial Flammarion.
Lucio, el anarquista irreductible es una poderosa crónica coral. La de un joven del pueblo navarro de Cascante dominado por el terror de los victoriosos de la guerra civil que ha de huir a Francia. La de una posguerra trufada de exiliados libertarios con los que contacta Urtubia que seguirán golpeando al Goliat que ya era Franco a través de davidianas escaramuzas de guerrilla urbana.
Urtubia se asemeja al mítico anarquista Cipriano Mera, también albañil, guerrillero, líder, pero siempre albañil. Lucio es un puente donde lo libertario llega a una orilla muy diferente a la de los anarquistas perdedores de la guerra.
Como partícipe del auge libertario de marzo – sí, marzo – de 1968 en París, entra en contacto con la pléyade de falsificadores, trúhanes que hacen un nuevo frente, combatiendo el sistema en su propia pata de papel: el papel moneda, los cheques, los valores.
En un momento de 1962, en el aeropuerto de Orly, Lucio Urtubia le ofrece a Ernesto Guevara la posibilidad de atacar el capitalismo yanqui, inundando los Estados Unidos billones de billetes falsos, oferta que el Che descarta.
El libro de Bernard Thomas en Francia sobre Lucio crea un héroe tan al gusto francés de la opinión biempensante. No es de extrañar que a mediados de los 70, detenido por el magnífico robo, la crema de la magistratura de gauche divine se aviniera a defenderle y conseguir su puesta en libertad. La crónica biográfica de Bernard Thomas tuvo la audacia de recuperar en 2001 la hazaña de tantos libertarios y conseguir que a través de Lucio el personaje, el gran público conociese al Urtubia anarquista.
Ni el Urtubia ladrón ni sus socios se quedaron un solo dólar de los cerca de 20 millones defraudados al First National Bank. El dinero se distribuyó en la pléyade de luchas obreras, de barrios, incluso de colectivos en otras latitudes a miles de kilómetros de París. Para llegar a fin de mes, Lucio dependió como siempre de sus manos como digno obrero albañil.
Incapaz de ser un líder, se limitó a continuar el mito del hombre rebelde. Antihéroe en la era moderna, fue el epitome del luchador, contrario a la creciente profesionalización de la rebeldía domesticada y del obrerismo conciliador.
Urtubia fue un hombre libre. No solo por su falta de método, como decía. Sobre todo, por su falta de obediencia dogmática a organización anarquista alguna. Más que obrero de mano callosa, Lucio es un artesano de la vida, mientras esta es un lugar donde batallar por conquistar una libertad colectiva.
Lucio, sobre todo el Lucio que conocí aquel 23 de abril de 2001 asumía con la compostura de un billete falsificado al lucio personaje bucanero, Robin Hood parisino que traía un mensaje tan pendiente como necesario: es más urgente hoy que nunca rebelarse contra la vida administrada y sus administradores falsificados.