
Decíamos hace cuatro años que lo grande de Rafael Alcides es que pone voces a pequeñas historias sin la estridencia de las grandes pretensiones metafísicas. El instrumento es una escritura coloquial, un fluir trepidante de lo que está en movimiento, quizá esa capacidad de ver el futuro derrumbarse sobre el presente. Eso lo decíamos hace nada menos que cuatro años. Entonces se publicaba en España, Un cuento de hadas que acaba mal, publicado por Pepitas de calabaza. Pomposidades aparte, puede que la mirada de Alcides recuerde al gran Albert Cossery. Y puede que se haya adelantado décadas o universos a brillantísimos cronistas cubanos como Carlos Manuel Alvarez Rodriguez. Rafael ha terminado su cuento de hadas en su sempiterna Habana a los 85 años.
El arte de crear sinfonías con los sonidos más artesanos es un don dado a muy pocos observadores. Alcides es uno de ellos. Ese librito antológico Un cuento de Hadas que acaba mal, es una artesana sinfonía. Con los sonidos más subversivos a cualquier sintonía de orden. Personajes «escuchados en funerarias, colas, paradas de ómnibus, terminales aéreas, en las aceras oyendo a las comadres mientras barren y en otros sitios donde el cubano de estos años que no ha emigrado, por matar el tiempo o quién sabe si por comprobar si vive, se pone a intercambiar sus penas, más alguna nostalgia (no lo niego) de las mías».
El adiós de Rafael Alcides supone pocas cosas para este siglo anciano de cinismo dogmático. Hace unas semanas un militante de un partido novísimo, me advertía que él era un obediente. Y recalcaba para que tratara de comprender su disciplina: un marxista clásico. No entendí los vericuetos del silogismo. Oh si Marx levantara la cabeza. Pero eran sus palabras una verdad a puños: sobran en esta época los obedientes de la realidad. La realidad parece estar repleta de obedientes. Rafael Alcides desobedece la realidad para escribir sobre los naúfragos que en su más sentido son todos, y los fieles que hacen su sopa de credo con tropiezos de circunstancias. Ese enorme caldo cotidiano en La Habana. En todo el mundo. Desobedeciendo edictos, balances mundiales, eslóganes y hasta predicciones climáticas.
Se ha ido Rafael Alcides. Como si se hubiera ido una hora al día de cada día.