Ariana Harwick es escritora sin nuditos de regalo – «novelista», «mujer», «latinoamericana»… – , y dice que cuando escribe no es mujer ni hombre. Que la corrección moderna ha sido asimilada por los artistas en su modo más servil, la autocensura. «La libertad te la hacen pagar y cara. El mayor temor, desde hace mucho tiempo, es menos el de desaparecer que el de asumir cada uno su parte de libertad». Y ¿en qué consiste esa parte de libertad para los que escriben, los que crean, pero también quienes leen? «Se necesita un enorme coraje para eso. La vida privada, que hoy se celebra, está privada de qué. La época nos pide que vivamos tranquilos una vida de renuncia».
Los mayores enemigos del escritor: la profesionalización y la impostura. Ariana Harwick se refiere a la corrección política que se ha instaurado con una intención educadora del espíritu. Curiosamente tomando prestados a pensadores para darles la vuelta. A esto dice: «se cita tanto a Adorno pero no a este Adorno que dice: el arte no tiene que tener función alguna: el arte no es el ministerio de justicia, ni el social, ni el de la mujer, ni el de la igualdad, ni el de la familiar. La obsesión educadora, formadora de la modernidad que los modernos quieren traspasar al arte para convertir a las personas en personas correctas«.
<<Creo que hoy se imponen dos estilos irreconciliables: los que asumen la independencia de la literatura y los que escriben apuntando con el arma de la ideología. Pero sobre todo hay dos formas de leer, irreconciliables, también. La traductora de la La Débil Mental – novela de Harwick . Ariana Editorial, 2019 – me propone poner entre comillas cuando el personaje se dice a sí misma «retrasada mental». Dice que en su idioma es ofensivo. «En el mío, también», le respondo. «Por eso mismo propongo cubrirnos entre comillas», me dice. Eso equivaldría a usar prótesis morales o comillas policiacas>>.
El libro El ruido de una época publicado por Gatopardo ediciones reúne sentencias, aforismos, intercambios epistolares de una escritora que muere cuando escribe, matándose contra el lenguaje, y renuncia a suicidarse ante las sentencias de la época y sus aguaciles.
«En el siglo XXI se rehabilitó el debate que parecía saldado en favor de separar al autor de su obra. El revisionismo empezó en Estados Unidos y fue replicándose de un modo acrítico, sumiso y colonizado, en América Latina y Europa. No separar la obra de la vida de su autor es una catástrofe para cualquier creador. Se examina su vida conyugal, su currículum, su prontuario, su casa, si fue infiel, si paga impuestos de alumbrado, barrido y limpieza, como si fuera parte del texto ficcional. en este contexto, yo anunciaría el fin del arte. Si Dios murió, también puede morir el arte, tranquilamente.»
No se refiere no sólo Harwick a la habitual cancelación desde los sanedrines contemporáneos, sino a la corderil censura en la que quienes escriben, y quienes, por qué no decirlo, editan, viven mientras dejan de crear para escribir de manera «correcta». El mercado lo agradece, también el canon, los gurús y los emancipados comisarios y las vetustas comisarias al mando, mientras vociferan simulando estar aún en suburbios del poder.
La voz de Harwick es un puñetazo en la garganta llena de sangre. Estábamos deseando leer estas sentencias a bocajarro sin atrevernos a pedirlas. La literatura, que mata a quienes escriben, está siendo asesinada con las más descaradas armas, y da a luz alfalfa envenenada. El ruido de una época debiera leerse en las facultades, de Bellas artes, de Ciencias de la Información, pero también en las de Enfermería y Psicología, de Filosofía. En los Institutos y en los Geriátricos, en los talleres de automoción y las salas de posoperatorio. Por supuesto en las de posparto, y en las colas del pan de nuestro día. En las asépticas salas editoriales donde quieren cambiar el título de Agatha Christie Diez Negritos, los cuentos de Roald Dahl o a poner advertencias en las cubiertas de obras como Lolita.
El ruido de una época. Ariana Harwick. Gatopardo ediciones, 2023. 176 páginas. 17,95 euros.