Las palabras no sirven de nada…
Daniel Torres, nuestro adorado ídolo de la astronáutica, el malvado villano asiático, el dinosaurio recalcitrante… ¿quién de todos ellos es? El es todos ellos, por supuesto. En su álbum «Roco Vargas: Paseando con monstruos» una periodista sagaz le preguntaba al escritor de ciencia ficción Armando Mistral «este giro en su obra hacia la, digamos, novela social, ¿es un síntoma del declive de la ciencia ficción?» ¡¡Cometas!! ¿cómo lo hizo Daniel Torres para vislumbrar tan claramente su propio futuro a través de sus personajes? Probablemente la respuesta sea que, como autor que es, él ya había estado en el futuro y se limitaba a contarlo.
Retórica aparte, y concediendo que el género de aventuras siempre ha estado más que dignificado en manos de Daniel Torres (Opium, Roco Vargas, El Angel de Notredame, El Octavo día, etc. van siempre mucho más allá de lo que la media de los comic de aventuras ofrecen), su obra «Burbujas«, editada por Norma Editorial, es un ejercicio de análisis psicológico y, de rebote, social que deja sin aliento. Son 277 páginas, casi nada… pues bien: desafío públicamente a cualquier lector a que sea capaz de NO leerlas de un tirón. La única razón para no hacerlo será la falta material de tiempo pues de otra manera vaticino que el lector se arrebujará en el sillón y sentirá lo mismo que con las patatas fritas: no podrá comer solo una.
…lo dice mucha gente…
Ramón Sanchez, el protagonista, ciudadano medio donde los haya, deberá establecer su posición y rumbo vitales a la crítica edad de 45 años. Al igual que Dante Alighieri se autoacusa «A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en un bosque oscuro por haberme apartado del camino recto»[1] y como él, busca un planeta guía en forma de un acuario lleno de peces y una secuencia interminable de metáforas. La obra es casi un monólogo en el que el protagonista proyecta sus inquietudes en sus alter ego: el niño inocente que fue, los personajes fuertes y seguros encarnados por Robert Mitchum en las películas que le marcaron, su convencional padre ya fallecido, el asno que representa sus equivocaciones y, sobre todos ellos, su tío carpintero Braulio, el hombre ideal en quien hubiera querido convertirse. Completan la historia sus relaciones con los personajes de la vida real: su esposa obsesionada con la telebasura, su hija gótica que duerme en un ataúd y su hijo hacker inmerso en la realidad virtual de los ordenadores.
El maestro de la línea clara mantiene su habitual estilo: fondos poco elaborados para no desviar la atención del lector, sombreado en grises, primeros planos en trazo medio-grueso, personajes muy icónicos… los habituales reconocerán a Daniel Torres en cualquier página. Probablemente, el aspecto en el que este álbum destaca más desde su punto de la realización gráfica sea la gran cantidad (superior a lo habitual en los comics americanos y europeos y desde luego superior a otras obras del mismo autor) de transiciones de escena y de aspecto[2] entre viñetas. Tomemos un ejemplo al azar, el capítulo 3 tiene 138 transiciones entre viñetas de las cuales 21 son de escena y 20 son de aspecto: una distribución típica de autores orientales, parecida a las de Osamu Tezuka, y muy inusual en los occidentales. ¿Será que, después de todo, es posible contar una historia puramente occidental con sensibilidad oriental?
…con esas mismas palabras
Y en cuanto al texto… ufff, el texto es pura maravilla, no había visto semejante colección de frases memorables desde Candilejas, de Charles Chaplin. Realizar una obra de autoanálisis sin caer en la pedantería, en los tópicos, en las frases hechas… en lo fácil, en suma, es muestra del concienzudo trabajo de preparación que Daniel Torres ha debido, por fuerza, realizar antes de ponerse a dibujar. Hay tantos aspectos de la vida visitados a lo largo de la historieta que será muy difícil que los lectores (masculinos) no se sientan identificados en uno u otro momento, si no en todos. Es de justicia hacer notar que las féminas no salen muy bien paradas y quizá aquí se encuentre el punto débil inevitable en toda obra. Mientras que los personajes hombres están retratados como seres limpios y transparentes, las mujeres lo están como seres egoístas y retorcidos, cayendo en un maniqueísmo excesivo que puede reflejar un caso particular pero nunca la situación general. Esto hará que a los hombres nos encante este álbum pero me extrañaría que tuviera buena acogida entre las lectoras. Es difícil cuantificar la responsabilidad del autor en este punto, al fin y al cabo, él está contando una historia, no escribiendo un tratado sobre el comportamiento humano; pero por otra parte, el tipo de historia que cuenta «Burbujas» suele tener pretensiones de ejemplo social y por tanto tiende a sentar cátedra sobre el tema. Obviamente la guerra de sexos da más material dramático que el «vivieron por siempre felices y comieron perdices» (a no ser que uno sea Jiro Taniguchi, que en estos menesteres parece tocado por la mano de Dios para las historias serenas y equilibradas).
¿Por qué lo primero que olvidamos al crecer es que fuimos jóvenes?
Burbujas es una reflexión, quizá sesgada pero sin duda honesta, sobre la conocida crisis masculina de los 40, absolutamente recomendable para todos los lectores adultos y poco menos que obligatoria para quienes se hallen en esa década. Otro pedazo de álbum de un autor que ha mantenido un calidad altísima de trabajo desde 1980 hasta hoy día.