
El Frente Popular de 1936 en España fue una alianza estrictamente electoral, con un programa moderadamente reformista, compuesto por fuerzas políticas que no estaban dispuestas a llevarlo a cabo una vez ganadas las elecciones. La imagen idílica de un Frente Popular se ve impugnada por los hechos. En los primeros gobiernos del Frente Popular estuvieron ausentes los representantes de fuerzas políticas pretendidamente socialistas. Esos gobiernos fueron capaces de frenar imperfectamente el impulso revolucionario que llevaba a cabo fuera del estado, pero absolutamente incapaces de oponerse al golpe de estado militar. Y por ello los gobiernos del Frente Popular fueron barridos por la reacción popular contra el golpe de estado. Fue ese impulso y no el Frente Popular quien inició el proceso revolucionario. Esta verdad contrasta con la intención actual del discurso de la izquierda. Para esta, no cabe una revolución hecha desde abajo, cuyo liderazgo no pueda copar el partido. Los de abajo han de ser fuerza de maniobra para que la burocracia de un partido alcance una posición de poder dentro del estado. Esta burocracia llamará a participar a los de abajo en ciertas escalas del poder. Les darán después lo que piden o unas centésimas de ello, si a cambio refuerza los órganos de los que esa nueva burocracia de partido ya participa.
Este análisis es el que copa los números 43-45 y 61-62 de la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico publicados entre 1975 y 1979. La izquierda a la que aluden es la izquierda, la vieja y la nueva, que se configuró en la transición española.
Como si fuera el film del día de la marmota, resulta que la nueva izquierda y la vieja gobiernan hoy ofreciendo una segunda transición.
La oposición de izquierda toma sus instrumentos teóricos en el arsenal ideológico del mercantilismo hoy imperante. Su literatura millennial más actualizada ya era caduca antes de tomar el poder. La retórica desde entonces es ya meramente coyuntural, sin más aspiración política que la de paliar los escollos de una constitución que sigue haciendo aguas democráticas 43 años después.
Lo que podía suponer un coste de competencia, la incorporación de la nueva izquierda – Podemos – al parlamentarismo en 2015, quedó enjugado por la credibilidad que aportó al Estado y sus aparatos e instituciones, además del sistema y estatus que lo sustentan. A cambio de vagas promesas de reforma en profundidad de esos aparatos y de la renuncia a la línea ultra dura heredada del anterior gobierno conservador, la oposición de izquierdas y especialmente el reformismo obrero que recupera con el nuevo gobierno progresista el status de intermediarios oficiales, se han convertido en los más celosos guardianes del cumplimiento constitucional y con ello de las desigualdades y problemas políticos que la Constitución protege ampara y amplifica.
La efeméride constitucional que hoy se celebra con inapetencia en España puede celebrar merecidamente el haber absorbido la impugnación que hacía la nueva izquierda del “Régimen del 78”. Ese Régimen achacoso ha recibido una dosis sin igual de adrenalina, aunque el diagnóstico siga siendo crítico.