A la doblez no se la puede domeñar con gomina. Los políticos, tanto el redentor como el cuartelero, padecen del mismo síndrome del rictus: su sonrisa y el rostro nunca están en el mismo sitio y al mismo tiempo. La realidad, tan redundante de comunicación accidental, impostura conceptos y fantasmas. Corrupciones, bandos, grisáceos cortesanos, oscuros