Trabajar cansa. Impresiona leer el colorido poemario que Cesare Pavese escribiera desde la cárcel. Un joven hombre con su libertad y vida cercadas entre barrotes y privación, ejerce en cada verso un insólito ejercicio de plástica libertad. Un joven hombre que medita circulando con insistencia la búsqueda del encuentro amoroso, describe al mismo tiempo oníricamente la desafección de su Turín sombría y fabril. No es extraño que su poemario, editado ahora por Visor lleve por título Trabajar cansa. Y sí, su significado puede interpretarse en relación al esfuerzo creativo del poeta, y al rechazo del trabajo como principio moral.
Frente a la disciplina vital de la urbe y de la cárcel, Pavese, en su reclusión, recurre a las imágenes del rio, de sus fuerzas liberadoras y cautivas, a la imagen del mar, como un infinito esperando el embarque libertario.
Pavese es un hombre perseguido por el aparato policiaco en la Italia de Mussolini. No se ha destacado especialmente. Ha cometido dos delitos a ojos de las autoridades: ser un poeta sin servilismo, y frecuentar amistades comprometidas. Es invierno de 1935. La poesía de Pavese es líricamente libertaria. No está adscrita a correcciones establecidas ni doctrinas refinadas. Hoy Cesare Pavese sería un soberbio paria, crepuscular, áureo, incómodo.
Leer hoy Trabajar cansa, desasosiega hasta comprender por qué a los adláteres de Benito Mussolini les resultaba tan molesta e inaceptable. Hay algo de estos versos, sino gran parte, que habla de nuestro tiempo, y de nosotros, de nuestras pérdidas. La poesía en sí no es una lucha contra el orden, pero la de Pavese lo parece, libidinal y espacialmente. La poesía trata de hacernos mover donde la guadaña de la sociedad nos pretende ubicar correctamente.
Walter Benjamin escribió: “Amor infinito, trabajo sin fin”. En los intersticios de Trabajar cansa se cuelan virutas de la sentencia Benjaminiana. Recurro a otro aforismo de Walter, “El progreso fabrica portamonedas de piel humana”, que late en estos poemas de Pavese. Mientras, el rio Po desde esas afueras el oscuro Turín occidental ejerce un herrumbroso y díscolo pasaje de alternancia vital. El cobijo del hombre se sitúa fuera de la gran producción humana y lo organizado. El rio Po parece un paraíso de imposible encuentro. No es casualidad que Benjamin y Pavese decidieran quitarse la vida apenas pasados los 42 y 48 años de edad.