Cada noche, antes de acostarme, reviso las noticias de Guatemala y España porque en ambos países tengo familia, amigos, casa, trabajo y pago impuestos. Obviamente me preocupan los dos y con lo del COVID-19 aún más. Hoy, 6 de abril, en Guatemala la crisis apenas comienza, de momento van 3 personas fallecidas; mientras que, en España, con más de un mes confinados, la cifra se eleva a más de 12,500.
Hoy me levanté tarde, no tengo que ir a trabajar. Pero bueno, antes de la crisis sanitaria tampoco tenía que hacerlo porque no tengo un trabajo asalariado. Así que no he notado mucho la diferencia de estar confiando en casa desde hace ya más de un mes, salvo que ahora veo a mis hijos y a mi esposa todo el tiempo, y eso es bueno. Desayunamos mosh como todos los fines de semana porque a mi hijo le encanta. Le gusta tanto que se inventó un nuevo superhéroe, el Súper Moshito, y estuvo correteando por la casa toda la tarde con una manta atada a su cuello a modo de capa. Él no conoce muchos súper héroes, no tenemos televisión en casa, así que no pasa de Súperman de los años 80, el Chapulín Colorado y Spiderman, o “espiderman” como le dicen aquí en España.
No tenemos televisión. Y aunque tenemos computadora para ver películas o series tampoco tenemos Netshits ni esas cosas raras. Nos toca tirar mucho de películas de los años ochenta y noventa. A veces pienso que mis hijos viven en esa época, en el siglo pasado, donde la vida iba más lenta, así como ahora con el coronavirus.
Cada día es una incógnita, no sabemos qué cocinar. No es fácil, soy vegetariano desde hace algún tiempo y hemos decidido comer más verduras y frutas, poco o nada de alimentos ultra procesados, así que no necesitamos ir a esos supermercados abarrotados de personas que compran frenéticamente papel higiénico, cervezas y frutas envueltas en plástico como si esos alimentos no tuvieran cáscara o piel que los protegiera. Vamos a las pequeñas tiendas, a las fruterías de siempre, allí casi nunca hay cola. De manera que eso tampoco ha cambiado mucho, solamente que ahora tengo que usar guantes plásticos para entrar.
Mi día a día siempre ha sido pasármela limpiando la casa, cocinando, haciendo la compra, llevando y recogiendo a mis hijos en la escuela, buscando algún cuento o historia para contarles por la noche y esperar a que se duerman. Solamente mi rutina de fines de semana se ha visto afectada por mi labor de guía de montaña. Las autoridades no quieren que vayamos a la montaña, como si allí no hubiera suficiente espacio para mantener la distancia preventiva para evitar los contagios. Aunque el motivo, nos han dicho, es que, si nos llegara a pasar algo, los hospitales ya están saturados como para atendernos, en caso de una emergencia. Tengo la curiosidad de cómo estarán las montañas, sin nosotros seguramente estarán mejor. No nos extrañarán para nada.
Extraño mucho ir a la montaña, aunque la semana pasada participamos en una expedición familiar dentro de casa. Armamos un circuito que incluía escalar sillas, camas y escaleras, así como pasar por estrechos túneles hechos con colchones y mesas entre enmarañados obstáculos de cuerdas, palos de escoba y puertas que se abrían y cerraban al azar. Ideas no nos hacen falta para entretenernos, cada día mandan actividades para hacer en familia: recomendaciones de películas y series, manualidades, ejercicios, bailes, recetas de cocina y todo tipo de retos estúpidos para llamar la atención… Así que ya dejamos de hacer planes. Demasiada sobre estimulación para estar encerrados. Deberían de dejar de enviar ya tanta mamada, es bueno que la niñez también aprenda a aburrirse.
Los primeros días de confinamiento
Al principio, a las 8 p.m. se salía a las ventanas para aplaudir en apoyo al personal sanitario. Más adelante también se comenzó a cantar «Resistiré», una canción que se convirtió en una especie de himno y no tardaron las radiodifusoras en programarla a esa hora. Desde entonces, varias personas sacan sus equipos de sonido a la ventana para que los vecinos la escuchen. Ayer, en medio de la canción ya habían metido saludos. No me extrañaría que pronto comenzaran a meter publicidad comercial.
Irónicamente, esa canción, está muy alejada de la realidad de las personas de estos vecindarios en los que vivo. Porque no es lo mismo estar encerrado «resistiendo» en una cómoda casa que en un campo de refugiados; no es lo mismo saber si mañana llegará papel higiénico o no saber si tendrás algo para darle de comer a tu familia; no es lo mismo aguantar las tareas online que le mandan a tus hijos, que ver a niños que extrañan caminar varios kilómetros para llegar a sus escuelas donde no tenían escritorios ni techos; no es lo mismo ver «resistir» a tus hijos jugando a la consola de juegos en su habitación, a saber que hay niños que tienen que caminar con sus padres atravesando fronteras de países donde nadie los quiere tener cerca.
Por eso no cantaré «Resistiré», sería hipócrita de mi parte teniendo esta vida acomodada, pobre, pero con mucho más de lo que tiene la mayoría de personas en el mundo, con o sin ese puto virus.
Algunos piensan que esta crisis servirá para aumentar la empatía de todas las injusticias sociales de esta sociedad. No lo creo, siempre habrá grupos que quieran seguir jodiendo, sobre todo ahora que su economía está en peligro, chingada con algo tan sencillo como lo de salir a comprar lo único que realmente necesitamos.
A futuro, sólo puedo ver una España recordando haber tenido un mal sueño. Seguirán echándonos la culpa, a los inmigrantes, de sus desgracias económicas, del aumento de actos delictivos y de los nuevos virus que vengan. Y Guatemala, quizá recuerde todo esto como un respiro de esperanza donde bajaron los índices de asesinatos y ataques armados, ya que llevamos décadas aguantando hasta 17 asesinados diarios, ¡Chúpate esa, coronavirus!
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Christian Rodríguez (Guatemala, 1976) es cronista del monte.desde niño.en los barrancos de la zona 18. En 2009 migró a tierras vascas. Es miembro fundador de la asociación de montañismo inclusivo IBILKI. Colabora con otras asociaciones que trabajan con comunidades indígenas y migrantes. Compagina su tiempo como guía montañero.