Julio ofrece a Cortázar como ejemplo en estas clases, y los alumnos se ofrecen inquisidores en un terreno de interrogatorio que se da, gracias al irreverente Julio que no puede – no quiere – ser profesor. En tela de juicio se pone la literatura, también la música, el papel del arte. Y de la rebelión dentro de sus fronteras. Alfaguara publica en un único tomo las clases que Julio Cortázar diera a finales de 1980 en la Universidad de Berkeley.
Cortázar recorre San Francisco. La librería City Lights y Ferlinghetti, entonces pionero editor de la insurgencia nicaragüense y que unos meses antes acaba de publicar el reclamo contracultural Landscapes Of Living & Dying. Cortázar y su compañera Carol Dunlop llegan a Berkeley a través de un viaje previo por Mexico. Así que podemos imaginar que ambos pudieron visitar Santa Bárbara, comuna mental del gran Kenneth Rexroth, mentor contraucltural de San Francisco, al que le quedan en esos octubre y noviembre de 1980 aún dos años de vida. Cortázar escribe en su estancia en la bahía de San Francisco Botella al mar. Epílogo a un cuento, incluído en su último compendio de relatos, Deshoras. Las clases de Literatura que publica Alfaguara son un acercamiento al por qué Cortázar desde un Cortázar que era otro pero que explicaba a aquél. Un Julio que defiende por qué de una literatura que se exija pero que transcienda su estética para llegar a lo humano de pueblo que tiene el propio ser humano. Nada más y nada menos.
Sus clases son y no son clases. Quizá anotaciones explicadas por Cortázar desde su propia obra, para reflexionar sobre el estilo y el compromiso literario. Siéntense:
«Escribía como se suele hacer al comienzo de una carrera literaria: sin suficiente autocrítica, mutiplicando una adjetivación que por desgracia llegaba en cantidades navegables dese España. El estilo finisecular se hacía sentir todavía en una escritura floja, llena de flores retóricas y con una dilución contra la cual se empezaba a reaccionar poco a poco en América Latina (y también en España: hay que ser justo y decirlo. Empecé a escribir cuentos y un buen día, cuando tenía seis o siete que nunca publiqué, me di cuenta de que todos eran fantásticos (…) eso me llevó a preguntarme si mi idea de lo fantástico era la que tenía todo el mundo o si yo veía lo fantástico de una manera diferente.(…) pero era una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar (…) creo que yo era en esa época más realista que los realistas puesto que los realistas aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más expandida, donde entraba todo«.
En el realismo entran los agujeros negros de la vida, los lapsos situacionistas que podríamos llamar; por ejemplo, el cuento Lugar llamado Kindberg. «Esa alquimia profunda que mostrando la realidad tal cual es, sin traicionarla, sin deformarla, permita ver por debajo las causas, los motores profundos, las razones que llevan a los hombres a ser como son o como no son en algunos momentos«.
Si la literatura es casi un modo de vida, ésta debe incidir sobre el modo de vida, al menos zarandearlo para ver si suena y a qué suena:
«Una prosa que acepta y que busca incluso darse con esa obediencia profunda a un ritmo, a un latido, a una palpitación que nada tiene que ver con la sintaxis, es la prosa de muchos escritores que amo profundamnete y que cumple una doble misión: la primera es su misión específica en la prosa literaria (transmite un contenido, relata una historia, muestra una situación), pero junto con eso está creando un contacto especial que el lector puede no sospechar, pero que está despertando en él ese mismo sentido del ritmo que tenemos todos que nos lleva a ceptar ciertos movimientos, ciertas fuerzas y ciertos latidos».
La izquierda. ¿Es Cortázar de izquierdas? Está en la Universidad de Berkeley. Mario Savio, Marcuse, Petras…
«Las hipocresías, las pudibunderías tanto de las derechas como de las izquierdas políticas suelen ser hipócritas y mojigatas por razones meramente tradicionales. la derecha acepta la tradición, si no no sería derecha, pero la izquierda que no la acepta o la critica suele aceptar también de una manera sumamente mojigata y puritana esos tabúes cuando se refieren a la sexualidad y al erotismo, tanto en la vida como en la escritura».
Nada que no repitan en su sempiterno bucle estatista la ortodoxas y las aparentes menos ortodoxas izquierdas de estos días y de las tristes noches.
Clases de Literatura, De Julio Cortázar. Alfaguara.