Hace meses libreros conocidos, amigas lectoras, me hablaron de Cristina Morales. Su último libro era, decían, irreverente, la caña, una manguera de iconoclastia en la acera superpoblada de corrección política y radical.
Cristina es una navegante en las islas de un archipiélago libertario. Una paisana en la Barcelona de ateneos populares, de ínsulas barriales donde los panaderos bajo su casa no duran ni dos meses en su trabajo desintegrado. Cristina Morales habla con voz bastarda. En los personajes de sus novelas y en su discurso hay una voz feminista bastarda y angulosamente incómoda para la élite que subroga el feminismo en una hacienda de nuevos roles administrados para hombres y mujeres. Cristina Morales no abandona el patio de su casa cuando llueve, que es la escritura radical del fanzine. Cristina y la escritora Cristina Morales aún no se han escindido por el éxito de ventas. Su última novela, Lectura Fácil, publicada por Anagrama, es una trampa para personas acomodadas en el orden consensuado y en el progresismo agazapado bajo la corrección política. Los académicos del premio nacional de narrativa en España han decidido otorgarle a esta joven mujer el premio nacional de literatura.
La noticia es un barco navegando en un océano de hielo. Ese barco puede ser el jurado del premio nacional de literatura. Ese océano de hielo, una escritora que se cuestiona hasta su rol de autora de un género, el de la novela, que nació burgués pero que se ha bastardizado. Y el deshielo es la caja económica que el feminismo hace en los últimos años y probablemente venideros para editoriales, partidos políticos, ferias de Frankfurt y consejos de administración mediáticos. Dicho en plata bastarda. Pero Cristina Morales no ha subido ningún peldaño en la turbia escalera del mérito oficial. Más bien parece que a la corte de burócratas literarios les ha pillado su mérito por sorpresa, si no asco, pero no pueden obviar su efecto literario. Y no hay mayor eficacia que integrar en la normalidad el disenso más incómodo. Todo ello, o al menos parte, significa que se está librando en la literatura una batalla de gran importancia que antes se libraba en el periodismo o incluso en la política, hoy páramos del cliché mimético de bandos unitarios.
La última novela de Cristina Morales es un golpe en las rodillas de la comodidad. Sus protagonistas están catalogadas por la oficialidad como “discapacitadas intelectuales”, cuando es precisamente su capacidad intelectual alocada en el margen de la tolerancia la que les permite ver el reverso de los poderes, los podercillos y las ortodoxias de todo tipo.
“De qué están empapeladas sus fiestas? De carteles que dice NO ES NO. ¿Qué grafitearon los de Can Vies en la última fiesta que hicieron en la plaza Málaga? NO ME MIRES, NO TE ME ACERQUES, NO ME TOQUES. ¡Coño! ¡Y en letras de medio metro cada una! Si por lo menos hubiera un grafiti lo mismo de grande al lado que dijera SI ES SI…! Pero ni eso, con lo que un indiscriminado voto de castidad presidía la fiesta entera (…)
¿Has visto otra consigna que dice SI TOCAN A UNA NOS TOCAN A TODAS? ¡Ojalá digo yo! ¿Ojalá esa consigna no fuera metafórica, ¡ojalá a ese verbo “tocar” le dieran su significado común y literal, en vez de hacer de él un eufemismo del verbo “agredir”! ¡Eso sí que sería solidaridad entre compañeros: quien estuviera siendo tocado, que tocara al resto ¡SI FOLLAN A UNA, FOLLAN A TODAS!”
A las protagonistas de la novela última de Cristina Morales se las dirige desde los poderes con la diligencia paternal en grado sumo dada su condición de “discapacitadas”. Y ¡coño! No es que las mujeres que interiorizamos el patriarcado existente seamos ajenas a esto Como señala Lucía González-Mendiondo, hay desde el progresismo o el feminismo un dirigismo no menos paternal, “Creo que vivimos en una sociedad patriarcal en la que hombres y mujeres somos socializados de manera desigual y creo que, en casi todos los ámbitos, las mujeres salimos peor paradas. Pero el actual feminismo institucionalizado de género no tiene nada de liberador, al imponer nuevos dogmas a hombres y mujeres, y volvernos menos autónomos y menos felices”. Las protagonistas de Cristina Morales vislumbran algo de aquello y reivindican algo de esto. El premio nacional de literatura, me ha sorprendido. A bote pronto, es una descordenada en mi mapa de sensaciones; después pasa a ser un sendero de desconfianza. ¿Está la literatura oficial claudicando ante las subversivas bastardas o es una cita con tintes de emboscada?
Sea lo que sea, lo que es o lo que sea que escribe Cristina Morales significa que palpita. Si esa hoguera no fuera fecunda, los bomberos deliberantes no correrían a apagarla. Y el símil no puede ser más barcelonés, dicho sea todo de paso en estos tiempos de antorchas libertarias. O sea, los fuegos a veces se premian. Mi librero me cuenta que la edición de su último número está agotada. Puede que lo que se premia sea el éxito. El éxito de Cristina Morales está donde nadie mira, que es en la minoritaria multitud que la mira bastardamente. Salud y rebeldía.