Salen del zaguán de sus barcos, atracados uno o dos días en los pantanales del Puerto Deportivo. Luego llega el trasiego de autobuses que se los lleva a turistear Bilbao, Donosti, La Rioja…
Hoy he visto a numerosos turistas por los paseos de Arriluce y Las Arenas. Supongo que son pasajeros de esos cruceros que se yerguen como edificios afilados.
Los he visto elevando la cerviz ante los hierros ensoberbecidos –patrimonio de la humanidad- del Puente Colgante. Pienso: “me tengo que tragar lo dicho anteriormente, ahora deambulan por el pueblo. Comerán en sus restaurantes y comprarán en las tiendas”, y cualquier concejal, con su voz de pregón, dirá: “¡qué ya os lo decíamos!, terminarán por quedarse y llenar nuestros comercios”.
El dinero es la medida de todas las cosas, ya lo sabemos, hasta el punto que en muchas ocasiones dejamos de ser ante las cosas su medida. Los papeles oficiales del ayuntamiento dirán que han dejado tanto y tanto, y gloria al viaje por placer llamado turismo sostenible. Aunque millones de turistas moviéndose de un lado a otro del planeta tenga poco de sostenible y más de causar graves daños al medio ambiente.
Pero los epítetos también tienen su pasarela, y los eventos y los relatos que implementan riqueza se mueven con la armonía de los modelos que se ocupan en exhibir modelos de moda. Mirad si no que clase tiene ese adjetivo, una vez más repetido, sostenible, luciendo sus galas por todos los discursos.
Yo sigo leyendo las Prosas apátridas, de Julio Ramón Ribeyro. Encuentro apuntes como este:
Las únicas personas civilizadas de la playa de Albufeira son esos campesinos que a veces bajan de sus chacras de higos y almendros, vestidos de negro bajo el sol torrencial, con su extraña manera de ponerse el sombrero, muy tirados sobre los ojos y levantado sobre la nuca y que se quedan contemplando en silencio, un poco asombrados, pero con altura e indulgencia y sabiduría, a los turistas que, disfrazados de ranas, desollados vivos en la resolana, metidos en bolsas de toallas, engrasados como armas de fuego, han desembarcado en vehículos rodantes venidos del norte y ahora retozan en la arena, leyendo Die Welt, The Times, Le Monde e introduciendo, sin saberlo, en ese espacio bellísimo, los primeros signos de la barbarie.