No le llorarán, aunque sus canciones puedan parecer a veces las nanas de la cebolla y muy a veces las uvas de la ira azahar. En un país de desiertos donde las canciones son páramos en los horizontes mentales, los adeptos levantan sus habituales postillas para postrarse después en la arena de los escorpiones silenciosos. No le llorarán quienes abren en sus ojos bocas con pájaros muertos, tampoco los que blanden los oropeles de la falsa modestia y la corrección corrupta. Los oficiadores al encuentro de los gatos muertos y los árboles por nacer, encontrarán el oficio de sus mismos funerales al mirarse en el espejo de esta tarde que a su vez les mira fumándose un cigarro de Javier. Y en los cafés de mármoles con olas y espumas de albatros verdes, un cementerio de barcos lunares buscarán un naúfrago que mal indique el rumbo inexacto necesario. Y los crepúsculos llevarán un letrero de «se busca acordeón invisible». Y ahora nada y después todo. Dirán que una ausencia es como el asesinato de los ecos en las ramas de las encinas ancianas. Y que un hombre murió sin tener que decir «he claudicado». Y por eso y porque las nubes también gritaron en su juventud siempre tardía, ahora nada y después pues sobre todo todo.