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Diarios esnob: los post hipsters

Elsa Volga 20 noviembre, 2018     Comment Closed    

Para ser moderna hoy en día, como todo se ha inventado ya, hay que ser una «post». Diambular a primera hora del día por el gran barrio canalla de Bilbao es un acto de contricción post moderna. Los post hipsters suben desde los barrios cool a los locales donde están sus startup. Son una ola de frikis, idénticos ellos, idénticas ellas. Vinieron a quedarse este barrio de inmigrantes, camellos y prostitutas. O los trajo el ayuntamiento, con alquileres de locales baratos entonces, en un intento que se quedó en eso para convertir este soho indómito en cool y revalorizado. ¿Qués es cool? Caro y esnob. ¿Qué es cool? Pues hasta hortera. Los ojos se me quedan como sartenes al sentarme en una cafetería bohemia vegana regentada por dos hipsters implecables, clonados en tonos amarillo y lila, biceps idénticos de ginmasio chic. Un café ecológico con leche de soja bio, tres euros que se estampan en mi cara como tres sartenazos bien dados. Es tarde para darme cuenta de quienes si se deleitan con este café y aquel otro bollo de masa italiana. Son modernillos urbanitas, con sus tablets, artistas que han venido al barrio «de las oportunidades chulas», como le dice una chica que parece Coco Channel otra que me parece Agatha Ruiz de la Prada.

Como soy provinciana, capto enseguida dejes propios. Este frikismo tiene algo de paleto. Retorcido, cierto. Adornado de atuendos tecnológicos e iconos artísticos de élite. Pero paleto. Desde la calle veo a estos auto emprendedores ataviados con sus cascos wifi frente a sus grandes ordenadores mac. Al otro lado de la calle, alguien hurga en la basura, tambiél él un autoemprendedor. Esto es la modernidad económica: el auto emprendimiento.

¿De dónde salen tantos frikis? En mi pueblo no hay tantos. Claro que mi pueblo, a tan solo media hora en metro y a un segundo de conexión por cable de fibra de Bilbao, es un pueblo paleto. También post. Post industrial, post humano, post reivindicativo, post vital a pesar de ser una cloaca de hollín, azufres, aguas negras y óxido nitroso. El archipiélago de bohemios cafés en el casco viejo bilbaíno son los espacios del post tiempo de cuaquier ciudad. Templos a microescala del gusto de la bohemia burguesa de hace dós décadas.

Los frikis son también post. Son post Hipsters. Como víctimas del consumo al que rinden culto, dejan de ser el producto que se puso de moda hace apenas unos años. Obsolescencia programada. La moda, las empresas culturales punteras reponen en el supermercado que es la ciudad a estos jóvenes y no tan jóvenes, ávidos de ser una especie refinada. Para ellos el consumo es una cosa muy seria. Nada de productos de masas. La batalla que libran es brutal: apple – ellos – frente a Microsoft – la chusma -, las hamburguesas de tasca – los demás – frente a las hamburguesas bio con rúcula traída del más alla – ellos -.

El fenómeno hipster despertó mi espantada curiosidad hace unos meses. El día del sartenazo de los 3 euros por un café. La mentalidad de esta clase media elitizada en su consumo está perfectamente explicada en el libro Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural, de Víctor Lenore. Lenore era un adepto a la corrección individualista del fenómeno pre hipster, el indie. Ya saben, el indie. Lo «alternativo». Era pop demacrado con rasguños metálicos de entre los que salía aquella desgarradora voz suicida de Kurt Cobain. Lo indie. Lo alternativo se difuminó en una decenas de grupos que ni he escuchado ni escucharé. Soy una paleta, pero en absoluta una ñoña.

En el barrio canalla de Bilbao, Bilbao La Vieja, Cortes, Marzana, San Francisco, la vida cotidiana está asediada por una lluvia fina de guerra social. Sus cañonazos tronaron con fantástica fuerza hace diez años. El crack inmobiliario del 2008 frenó la arremetida del moderneo chic. Pero lo cierto que las calles de los aledaños han quedado colonizadas. Una frontera invariable. De un lado, jóvenes blancos con poder adquisitivo que como cuenta Víctor Lenore cuentan con poder adquisitivo suficiente para poder pagar los elevados precios de festivales como el Sónar y amantes de Arcade Fire o el cine de Michael Haneke. En secreto desprecian a las canis y chonis que viviveron siempre en los barrios de San Francisco, Cortes y más arriba.

Dice Lenore que estamos sometidos a un criterio cultural hermético, propio de una tribu urbana, aunque mis hipsters no sean jóvenes marginales, sino periodistas, publicistas y ejecutivos de marketing o management, partidarios de valores de clase media. Paso, alejada ya, por la calle euskalduna, esquina con Hurtado de amézaga. Una peluquería chic ofrece copa de vino selecto y audición de violinista. Pasmada, reflexiono si puede haber mayor merengue de ridiculez. tras pasar la peluquería, vuelvo a Lenore: «los valores del movimeiento hipster se declaran antiautoritarios pero no es más que una treta mediante la cual los jóvenes de clase media se pedonan a sí mismos por haber dado la espalda a las reivindiocaciones de la contracultura, al mismo tiempo que conservan el atractivo de al contracultura». Orgullo frente a remordimiento.

Claro que habría mucho que hablar sobre la contracultura, al menos la española. Compulsiva como soy, tarde en hacerme con algunos ejemplares de la revista Ajoblanco de los 70, avanzadilla contracultureta. Por precios exagerados, se han convertido en un producto de culto que creo siempre lo fueron, se pueden comprar on line. Sorpresa. Veo un poso de elitismo avant la lettre en los artículos formados por sus fundadores. Todo gira en torno al yo. Yo controlo las drogas. Yo elijo mi tendencia. Yo hedonista. Era una contracultura muy del yo y muy poco del nosotros y aún menos del ellos. Y no es extraño que ese yo haya acabado perfectamente ensamblado en el yo consumicus. Un yo consumicus refinadísimo.

Ya sé. Ya sé. Me estoy metiendo fácilmente con todo. Estoy pintando con brocha gorda. Pero el barrio de San Francisco de Bilbao sufre ahora lo que le ocurrió al barrio de Lavapiés. Artistas politizados como Allen Ginsberg y Joseph Beuys se opusieron a la invasión de yupis en el lower east side de Nueva York. Pero esa chic y vibrante escena alternativa de galerías de arte y locales okupados allanó la subida espectacular de alquileres.

El post hipster es ahora normcore, un retorno a la imagen de la clase media yanqui, que se traduce en vestirse como una oficinista  que compra en Ralph Lauren y The Gap.

 

llegan los hipsters de izquierda

Hasta ahora camino calle abajo de San Francisco y veo a los post hipsters que pudieran votar perfectamente al tradicionalista PNV o al autoritario PP. En torno a un par de nuevas librerías abiertas en calles paralelas, aparecen los hipsters de izquierdas. Lenore los describe muy bien en su libro. No se distinguen tanto por la ropa, sino por el lenguaje, un neo lenguaje. Inclusivamente cool. Enarbolan a autores como Toni Negri o Gilles Deleuze, «a sabiendas de que resultan incompresibles para la mayoría de la gente a la que debieran movilizar». Esa retorcida dialéctica está escogida por una intención de élite intelectual. «Centran la lucha de género en la teoría queer, con sus intrincados conflictos identitarios, como si los hombres y mujeres normativos no tuviéramos problemas dignos de resolver (más allá de superar nuestra lamentable satisfacción sexual)». Y tanto. Son ciberoptimistas. Autónomos programadores, auto empleados, hacktivistas de pro. Revolucionarios de smartphone.

Es en una de estas librerías donde encuentro el esclarecedor libro de Víctor Lenore. Casualidad? ¿Premonición? Es un sopetón de los tiempos y el lugar donde vivo. Post antigua y de la tribu de los sin nombre.

 

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Autor: Elsa Volga

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