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Dos caras de un mismo espejo

Valentine Badiu 6 mayo, 2017     Comment Closed    

Marine Le Pen y Macron en un debate. Foto: lexpress.fr

– Hacer barrera común contra Le Pen, que me besen el culo!

Samir alza el dedo al cielo azul francés. Se refiere a los nuevos liberales que agrupados en torno al candidato Macron, frente al peligro de Marine Le Pen, pretenden seducir a los reacios a votar a su favor. En unas horas Francia se debate en unas elecciones, y en el quartier de  Marsella donde vive Samir, los ánimos y las discusiones crepitan. Samir no votará y me va a demostrar que tanto Macron como le Pen son la misma moneda de la extremidad: la extrema finanza que crea la extrema derecha. La serpiente y su huevo.

Hay 7,6 millones de franceses que han votado en la primera vuelta electoral a Marine Le Pen, la heredera de la extrema derecha francesa. En 2002 eran poco más de 4 millones. Acicalada con un lenguaje patriota y antiglobalización, esta extrema derecha ha suprimido la bota militar por el zapato de tacón y serpentea su cada vez hinchado cuerpo en los quarties antaño controlados por obreros que votaban al partido comunista. A los hijos de aquellos los conoce muy bien Samir, hoy son patriotas «bleu» : están en paro, las fábricas francesas se deslocalizan, los inmigrantes roban las migajas sociales y los empleos cada vez más precarios.

El periodista iconoclasta Jacques Marie Bourget dice que la extrema derecha es la consecuencia de la socialdemocracia. Macron, a su juicio, es un guiñol político a medias de MaggieThatcher, Tony Blair y Gerhard Schröder. Me puedo imaginar al Partido socialista español de Felipe González con su abrupta reconversión industrial y el paso a una economía de especulación de todo tipo. Son los liblab, el liberal laborismo que define Dwight Macdonald en su magnífico La raíz es el hombre. Es precisamente Macdonald quien resalzó la necesidad de que los valores morales vayan por delante y guíen la acción política. Consideraba que con esa indipensable premisa era necesario revitalizar un nuevo radicalismo político. La socialdemocracia, desde aquel new deal al que Macdonald tantó atacó por corrupta, hasta la actual hay un continuo sonoro con la misma cadencia: los valores éticos fueron arrojados por la ventana, si estos alguna vez estuvieron en el vagon del tren.

Samir:

– Le Pen recoge los deshechos del sistema. Pero para perpetuarlo. Justo lo que propone Macron. Y nos dicen que una es la amenaza, y nos echan en cara que si no le votamos, vendrá la extrema derecha. La extrema derecha ya gobierna este país desde hace decenios.

En la plaza Cours Julien, Samir se reune en los bancos con su variopinto grupo de amigos. Ettiene, hijo de inmigrantes como Samir, reparte por horas pizzas con una destartalada motocicleta de segunda mano que pagó toda la familia. Lleva una camiseta del Olympique, chandal y sandalias. Votó al candidato troskista Melenchon en la primera vuelta.

– Le Pen agudizaría el caos y la miseria. Hay que frenarla.

– Es un chantaje para hacernos participar en el sistema que nos aniquila. Es una encerrona dar el apoyo a uno u otro. El camino está tomar partido en otra dirección

Así habla Marguerite, joven de 25 años como Ettiene, enfermera, que ha participado en movilizaciones contra grandes proyectos, como el del aeropuerto cerca de Nantes. Miles de personas se han movilizado desde hace 20 años. Un asentamiento comunal, ZAD, Zona A Defender, gestiona los bosques y el valle que se pretende derruir. El conocido ZAD se mantiene; han caído gobiernos de todos los colores. Para Marguerite, ese es el camino. Esa experiencia, dice, es la verdadera decisión política. Creo haber encontrado en Marguerite, esta joven rubia, de piel del color limón de la luz de esta mañana de mayo, a la persona radical a que se referiría Macdonald. O a una Thoreau urbana. Samir asiente cuando ella dice:

– No va a ver más expulsiones con una que con el otro. Los hospitales, como en el que yo trabajo, no van a dejar de convertirse en castillos ruinosos. Y pedir más servicios sociales o más gasto para crear un empleo es una ficción.

– Es decir, que hay que ser radical.

Les pregunto. Etienne, duda. Samir sonrie. Marguerite, siempre un paso adelante, dando la inyección al paciente antes de la rutinaria visita del doctor.

– Por lo menos no hay que ser ingenuos. Y ser audaces. Sí, radicales.

 

«EL PRINCIPIO QUE RIGE la realidad es la economía, el principio del placer es la política». Este es Pascal Lamy, liberalísimo director de la ultra liberal Organización Mundial del Comercio. «El capitalismo bajo esta forma es doloroso pues es eficiente, y eficiente pues es doloroso». Muchos piensan en esta franca Francia que Lamy pudiera ser perfectamente el primer ministro de Macron.

Marsella pudiera ser una epítome de Francia. Su modernidad ampulosa, una tradición católica, una burguesía yet set que aún no llega a la de Mónaco, una inmigración franafrique. Marsella ha jalonado de personajes rebeldes la historia republicana. La sedición libertaria en 1771 de Gastón Cremiéux que dura cuatro meses. Las andanzas del más hábil ladrón de todos los tiempos y expropiador de los ricos Julius Jacob, hijo emérito de esta ciudad.

Rue Levat. Barrio Belle de Mai. Estas callejas son el barrio obrero de Marsella. Sus casas mantienen con cierta dignidad el peso de la edad. Sus techos de teja roja, llorosos, hablan de una Marsella que pertenece a otro tiempo.  A la noche veo en casa de Samir con su padre, su madre, y dos de sus hermanos el debate en TF1 entre Le Pen y Macron. Salta a la vista en ambos una uniformidad. No solo su corrección estética. Más un punto de fuga, una especie de corrección política donde llegan el trazo de uno y otra, donde la lideresa de la extrema derecha habla de derechos de la mujer y el ultraliberal defiende el derecho a un trabajo de todos los franceses. Préstamos, licencias. Luego vienen las acusaciones.

– Una mascarada!!

Grita Samir ante el asombro de su padre, trabajador en el mercado de abastos. Abdul se resigna a los aspavientos de su hijo. Prefiere no entrar en política, nunca lo ha hecho, aunque Marine Le Pen le asusta, como le asustaba aún más su padre Jean Marie Le Pen. Sabe el papel que como inmigrante le corresponde en esta Francia y en esta Marsella, donde el modelo es el hijo de un inmigrante integrado y francés como Zidane. Le hubiera gustado que Samir fuera un Zidane. Samir, sin embargo es uno de los cientos de marselleses, legión, que con su carrera, años de trabajos temporales, no piensan en el futuro. Su comunidad al menos crea los lazos de solidaridad que el sistema público francés ya no ofrece.

 

FRANCIA TIENE UN DEJÁ VU eterno. Es difícil saberlo. Pienso en que esta debacle se da en buena parte de los países occidentales. Es como si un tanatorio de la socialdemocracia hubiera instalado el salón donde se expone el féretro de este cuerpo mitad liberal laborismo mitad derechismo liberal. Es decir, está ocurriendo en francia algo que el resto de europeos no sepamos que nos está ocurriendo. Quizá sea tiempo de pensar de modo radical, como dice Marguerite. El tiempo parece haberse detenido, se está repitiendo, le digo a Samir, recordando las palabras de su amiga.

– Así que es la hora

La cuestión es el camino. Y esa es la cuestión radical.

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Autor: Valentine Badiu

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