España celebra el fallido golpe de estado que sobrecogió al país en 1981 con el confeti de la condescendencia. Más de dos tercias partes del país está muy ocupada en sobrevivir a fin de mes. Una mitad de la población no conoció aquella bravata patria de militares y civiles. La intelligentsia ha confeccionado una efeméride con fuegos nebulosos. Los protagonistas del golpe de estado, todos y los primigenios, los militares y los civiles, los civiles y los políticos, los culpables y los culposos, han quedado escondidos en un resumen de cliché ibérico, eso de “para no remover las aguas, mejor ni mirarlas”.
Sin embargo, en el pasado menos inmediato periodistas poco sospechosos de conspicuos pero si empeñados en desvelar la verdad incómoda, desvelaron a los responsables directos y a la responsabilidad del jefe de estado, el rey Juan Carlos I.
La periodista Pilar urbano en su libro Con la venia…yo indagué el 23-F propone una serie de preguntas capitales que a posteriori del golpe ayudan a comprenderlo. ¿Por qué numerosos militares fueron desplazados, después, de sus destinos, ya por traslado, ya por ascenso, ya por pase a la “reserva? ¿Por qué se congeló, virgen, la investigación sobre una ineficaz, pero existente, “trama civil” paralela? ¿Por qué el gobierno giró descaradamente hacia una regresión de “democracia vigilada”? ¿Por que la oposición de izquierdas moderó su política hacia inverosímiles concesiones al gobierno de Calvo Sotelo? ¿Por qué las fuerzas armadas tuvieron desde entonces una intervención no más conocida, pero sí más directa , y sobre el terreno, en la lucha antiterrorista, y no simplemente impermeabilizando las fronteras? Por qué se agilizó de repente nuestra adhesión a la OTAN? ¿fue el “golpe” del 23-F la cirugía necesaria para reconvertir los ejércitos de Franco en los Ejércitos del Rey?
En la efeméride de aquel golpe hoy se repite el eslogan que nació en la madrugada del 24: el rey Juan Carlos I, hoy emérito y rodeados de sospechas por evasión, “salvó la democracia” hace cuarenta años. Pilar Urbano escribe: “el Rey, aquel 23-F salvó, sí, la Democracia. Salvó la Corona. Salvó su propia vida (…) salvó digo su suprema Jefatura sobre las Fuerzas Armadas”.
La conspiración militar civil que desembocó en el asalto al Congreso en 1981 no tenía por objeto derrocar al rey Juan Carlos I. el objetivo era derrocar al dimisionario presidente Adolfo Suárez. Los periodistas Joaquín Prieto y José Luis Barbería minutan el ímprobo esfuerzo del congresista socialista Múgica Herzog por tejer con políticos del propio partido de Suárez y de la oposición además del ejército y de la Casa real una conspiración de derribo que pudiera desembocar en un gobierno “de unidad nacional”, o dicho de otro modo una “dictablanda” donde Felipe González Márquez, líder socialista de la oposición pudiera ser vicepresidente.
Esa posibilidad se debatió en las interminables horas en las que recluidos en el Congreso de los diputados, los miembros de los partidos negociaron con los asaltantes a las órdenes de Tejero esa trabajada propuesta por Múgica Herzog en la sombra durante meses que pudiera poner al frente del gobierno de “concentración” a un militar.
Pero al excesivo Tejero Molina la posibilidad de ver a un solo comunista en el gobierno de España le chirrió en lo más hondo de su ser levantisco. Y sin quererlo ni saberlo, Tejero Molina desbarató el golpe que él desconocía estaba detrás de su irrupción en el Congreso.
Cuando el general Armada se presentó en el Congreso viéndose con la vitola de salvador y al frente de un gobierno patriótico, la desafección era palmaria en las regiones militares y los partidarios de una dictadura dirigida por el Rey se habían convertido en los rehenes de su soledad. Contaron con el beneplácito del Rey para su golpe, y fue este quien les dejó solos a ellos.
En las horas sucesivas al golpe, todos los actores, a excepción del dimisionario Adolfo Suárez, obtuvieron una victoria parcial, unos, casi total otros. El estamento militar obtuvo un protagonismo mayor, como señalaba Pilar Urbano, en la lucha antiterrorista y contra el secesionismo en el País Vasco, que desembocaría en el plan secreto ZEN (Zona Especial Norte). El partido socialista se haría con el gobierno un año y medio después, toda vez que el golpe dio la puntilla al gobierno de la UCD. Los militares inculpados pasaron, la mayoría, a una reserva patria de sombras, vestidos con el grisáceo traje de la deshonra. Se sacrificaron como peones usados por el Jefe del Estado Mayor, el Rey, quien los canjeó a cambio nada menos que su propia honra que tenía también fecha caduca: cuarenta años.