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 › a las letras › El anarquismo en tiempos posmodernos.

El anarquismo en tiempos posmodernos.

Juanma Agulles 12 junio, 2014     Comment Closed    

El anarquismo está viviendo un momento de cierto auge, constatable por la extensión de algunas prácticas y principios ácratas a otros movimientos sociales que, en principio, no se declaran herederos de la tradición libertaria. Serían, por eso, «anarquistas sin saberlo», o al menos lo serían sus prácticas en cuanto a la transformación de la vida cotidiana, la voluntad de coherencia entre las prácticas organizativas y el fondo utópico, y un cuestionamiento de las verdades universales y las tendencias «totalitarias» de los proyectos surgidos al calor de la modernidad. El anarquismo, por todo esto, se habría encontrado en inmejorables condiciones para influir en los nuevos movimientos sociales que desde Chiapas a las movilizaciones alterglobalización, pasando por distintas tendencias solidarias y antagonistas, y llegando al conocido como 15-M o el Ocupy Wall Street, han marcado la última parte del siglo XX y el inicio del siglo XXI. Esta revitalización es inseparable de la actualización de los supuestos anarquistas en varios ámbitos, desde el organizativo hasta el social, el tecnológico o el cultural; lo que ha llevado a algunos autores a hablar de un postanarquismo. Interpretar estos cambios en un sentido crítico y apostar por la extensión de las ideas anarquistas sería, por tanto, una y la misma cosa. Eso, al menos, es lo que sostiene Anarquismo es movimiento. Anarquismo, neoanarquismo y postanarquismo, libro de Tomás Ibáñez publicado recientemente por la editorial Virus.

No tengo una idea clara de lo que es o debería ser un «movimiento anarquista» en estos tiempos posmodernos que nos ha tocado vivir. En cualquier caso, los contornos de eso que llamamos anarquismo han sido siempre difíciles de trazar y quienes nos hemos declarado alguna vez partidarios de sus principios hemos encontrado, al mismo tiempo, serias dificultades para aceptar cualquier etiqueta o plegarnos a los objetivos de una organización. Digamos que si algo ha definido históricamente al anarquismo ha sido esa tensión interna, con resultados dispares según el momento y el lugar.

No obstante, tengo la impresión de que muchos de los movimientos sociales reivindicativos que superficialmente pueden tener cierta «coloración libertaria», expresan en realidad el agotamiento de una época, y el fin de un ciclo de revoluciones de todo signo, que culmina en la vida administrada. Puede que nos encontremos ante el final agónico de un modo de vida, el de la sociedad industrial, que no acierta a concluir, pero cuyos corolarios están muy lejos de presagiar una extensión no ya del anarquismo, sino de las condiciones mínimas para el ejercicio de la libertad. En estas condiciones, conformarse con un posible hundimiento generalizado y anhelar la llegada del Apocalipsis es no entender que el hundimiento hace tiempo que sucedió y que hoy vivimos ya entre las ruinas del mundo previo a la industrialización masiva. Y en cualquier caso, es no advertir que el proceso de descomposición en curso puede que no tenga nada de liberador, sino todo lo contrario.

Eso está claro. Pero pensar que el 15-M, a pesar de todo, tuvo algo que ver con el anarquismo, o que las nuevas tecnologías informáticas, en su colonización cada vez mayor del imaginario, abren posibilidades a una transformación social en clave libertaria es, a mi juicio, igualmente equivocado. También parece precipitado asociar la crítica posmoderna a cualquier tipo de orientación ácrata, viendo cuál ha sido la conclusión de las críticas a la modernidad, a las identidades, a los universales, la razón, el sujeto, etc. Me parece que hay una gran diferencia entre «bloquear los dispositivos de dominación en lo cotidiano» y jugar al escondite con ellos desde una cátedra universitaria de una universidad francesa o estadounidense, como han hecho muchos teóricos de la posmodernidad. Creo que la extensión de las críticas posmodernas, convertidas en la vulgata de la era tecnoindustrial, viene expresando los resultados de una derrota histórica de los movimientos por la emancipación. Nos hemos quitado de encima la «dominación» de la Razón, la Identidad, el Partido, el Marxismo, sólo a condición de volvernos enteramente dependientes del petróleo, el gas esquisto y la conexión a Internet. El reverso de esta derrota ha sido el éxito aplastante de las sociedades industrializadas para encauzar la cuestión social en las vías muertas de la vida administrada. El declive de este régimen, que puede durar todavía siglos, tiende a reforzar la opresión y a centrar las reivindicaciones en aspectos técnicos del funcionamiento de la megamáquina, haciendo muy difícil imaginar una interrupción definitiva de su funcionamiento. De modo que podemos votar a un partido distinto y renovado siempre y cuando no cuestionemos el mismo hecho de votar. Podemos, también, señalar el agotamiento del modo de vida capitalista e industrial y su naturaleza injusta, siempre y cuando continuemos proponiendo su mejora. De igual modo, podemos ser libertarios y utilizar toda la cacharrería tecnológica a nuestro alcance para difundir nuestro mensaje.

El anarquismo fue un producto de la modernidad que, como tantos, fue profundamente moderno y anti-moderno. En nuestro mundo posmoderno, esas oposiciones han perdido todo su sentido. Que en las actuales condiciones la herencia libertaria tuviese algo importante que decir, es una cosa, que realmente eso esté sucediendo es otra muy distinta.

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Autor: Juanma Agulles

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