«No es tiempo de protestar, lo que toca es arrimar el hombro». Así piensa M. E, curtido hijo de trabajadores que hoy, profesión liberal, en su piso de 100 m2 en los extrarradios residenciales, dos vehículos y tarjeta visa oro, conforma parte de una clase media cada vez más pasmada: la hija mayor de M.E., incorporada al mercado que un día también malrecibiera a su padre, ha accedido a un puesto en una solvente empresa multinacional de la distribución alimentaria; sin contrato, sin dietas. Su retribución no llega a los 800 euros. A eso llegan el máster y las dos carreras de la hija de M.E. Casi todas las mañanas M.E. acerca a su hija, como cuando la llevaba al instituto, a su trabajo y observa, sabedor del oculto significado de los signos, a cientos de hijas que llegan de los barrios más obreros. Son las compañeras de su hija que pararán a comer, igual que ella, del tapper traído de casa. Con la suerte de un milagro quizá sigan siendo compañeras dos o tres años. M.E. recuerda la pesadilla que se está comiendo su clase media.
A la salida sin hora fija de su jornada laboral, mientras espera al bus de línea, la hija de E.M. desenfunda de su mochila el libro El Arte De La Indignación, publicado por la editorial Delirio. Sus editores, Ernesto y Fernando Castro acumulan materiales de reflexión sobre el 15-M pero retratan a M.E, su hija, las trabajadoras compañeras de la hija de M.E. la clase media o sus hijos, que salieron el 15-M de 2011 a ocupar en las calles el lugar que comenzaban a ocupar también en sus conciencias políticas.
Lo que a todos ellos une es que el Estado social, ese invento de Bismarck en el siglo XIX para integrar a los trabajadores, y que cruje hoy sigue siendo el resultado de la división entre el Capital y el trabajo. «A pesar del incomparable incremento del nivel de vida de los trabajadores, los componentes elementales de la condición proletaria, la corporalidad y la dependencia exclusiva en la fuerza del trabajo, no han perdido su significado, más aún ante la creciente precarización de las condiciones laborales de la clase media y el retorno del secuestro del tiempo integral de la vida, tanto a los que se refiera la jornada laboral como a la tendencia a hipotecar el futuro «.
Lo que a todos une es que comparten una conciencia colectiva de injusticia. Una injusticia estructural, pero que como señala Gonzalo Velasco Arias, no todos los participantes en el 15M definieron como tal. En un periodo de la protesta, las exigencias parecieron dirigirse a redifinir el contrato social previo a la crisis que premiaba la meritocracia, el sistema de asistencia social, el español, «que está a la cola de todos los europeos; se defendía la recuperación de la supremacía política sobre los mercados, como si esa nueva jerarquía sólo estuviese operativa desde reciente fecha (…) incluso la denuncia de la corrupción ha sido formulada desde una clave moral y reformista que parece presuponer que si los de arriba actuaran moralmente, podríamos vivir en una sociedad justa amparada por un Estado social y democrático. En la medida en que la indignación corresponda a una conciencia de la mala prestación de los servicios contratados, es presa del discurso hegemónico».
Eso es lo que piensa la hija de M.E. mientras espera al autobús. Bien, yo debiera pensar que mi status subirá con la recuperación económica, pero eso no sucederá; currelas y empleados liberales nunca estarán como antes, salvo que trabajarán de sol a sol todos ellos.
Para Gonzalo Velasco Arias, cuyo texto en el libro El Arte de la Indignación quizá sea el de más enriquecedor análisis, «el peligro de la temida desafección es doble. Por un lado, está en riesgo la participación en la asamblea (…) el segundo peligro atañe al desaprovechamiento del potencial (…) es cierto que el acontecimiento se fetichizó antes de que la mínima distancia temporal hubiesepermitido valorar si había significado un antes y un después merecedor de constatar «yo estuve allí». Ha sido la indignación la que, remendando las palabras de Foucault en referencia a la sublevación, «hizo entrar la subjetividad del cualquiera en la historia», y no fue una entrada cualquiera. Fue una entrada política«.
El Arte de la Indignación son siete ensayos provocadores sobre el 15M, desde el ataque a los intelectuales de dentro y fuera del movimiento, las nuevas estrategias de representación surgidas. Digamos que es un esfuerzo de recoger la dignidad y la conciencia política de gente como la hija de M.E. que no pide la reforma del contrato social sino quitarse la categoría de mercancia. Sus autores vienen a aportar conceptos para una nueva teoría crítica. El pensamiento del representante de la tercera Escuela de Frankfurt, Axel Honneth, cubriría espacios no abarcados en el 68 por el entrañable Marcuse. Su desarrollo en la Sociedad del desprecio, advierte la emergencia de la barbarie que ya ha acaecido.