La calle Génova es la capital secreta de la propia capital Madrid. Esta ignora, en su atribulado día de oquedades, que ese nombre de puerto italiano es un tributo mentiroso. No enardece lo que afirma honrar, la Génova marinera, vivaracha y atrevida. su nombre más parece el reconocimiento de un beneficio que simbólicamente la nación española saca como si fuera un acto de gestación subrogada. En las calles de Génova creció un joven y ambicioso Cristóbal que la patria española de dos reyes, sobre todo una reina, también de nombre Isabel, hicieron suyo después de vagar como un freelance y prometer por otras cortes imaginativas teorías que eran de otros. Todo era un error. Y del hallazgo de ese error se hizo mérito, y de ese mérito el imperio obtendría obscenas bienaventuranzas. Más no así nuestro Cristóbal. Al mismo tiempo que sus descubrimientos, y sin tampoco él pretenderlo, de una anuencia absolutamente diferente de préstamos, mezclas de idiomas, connivencias y experiencias, nacería el último idioma español cosmogónico que hablan hoy 500 millones de personas en el mundo. Pero eso no tiene nada que ver con Génova.
Aunque en esa calle de Madrid, en el número trece, ahora también se discuta, se mire sobre planos, y los escribanos se retuerzan los ojos en cómo dar la vuelta a la realidad con el objeto de conquistarla en las próximas elecciones generales. En esos despachos de estuco y reciente pasado de ignominia, hay una taquicardia similar a la de los trapecistas del circo en las últimas horas. Igual que aquel Cristóbal, los druidas, las estarlés y las oficinistas, los eternos aspirantes a subsecretarios, los pasantes del ascenso vertical, el césar con ínfulas de monarca y su séquito de Cayos Brutos y Agripinas, hacen de todo, menos hablar. En esta España no es necesario hablar, sino martillar. No es extraño que una modosa corriente de nombre incisivo El Yunque, resplandezca en silencio en las catacumbas de una parte de la derecha de decencia y unidad. Esa renuencia a hablar es la paradoja más española de cuantas hay. El purismo venial de la raza y el exabrupto condenatorio tan españoles, son todo lo contrario al español, su idioma.
Hay una España empachada de tanta espada y ribete, de bandera toril, rescatada en el grito, en el disparo si en vez de en su mano ávida de cerveza, torrezno y aceitunas, se le dispensara una pistola. Una España donde los voceros goyescos, del cuadro del palo y el encuentro, regurgitan los arrabales del idioma cada mañanica. Ese lodo, en las sincopadas voces de los matarifes radiofónicos cuarteando de madrugada tardía un lenguaje chusquero y costumbríl como el desangrado de un animal sacrificado. Ese honor patrio y literario de lo español, hoy quedose como los muros de la patria mía, derribados por el ayuntamiento abyecto e incompetente de turno. Esta derecha que se tercia de tal ni ha leído a Ortega y Gasset, a Dionisio Ridruejo y aún menos a Menéndez Pelayo, el gran inventor de la anti España, llena de españoles ajenos o desdeñosos con la patria ancestral.
El santurrismo patriótico de hoguera y hierro candente levanta orgulloso el ademán. Por más que se hagan llamar liberales en las horas de la prudencia, en la hora tercia se pintan la cara de rojigualdo candor. Se alza la cruzada cultural contra la anti España. Toda heterodoxia debe ponerse sobre alerta. Los dos meses que restan para las elecciones en España son, para la derecha renacida, un auto de fe para sacar del gobierno al presidente acusado durante estos últimos tres años de ser anti español – el que pacta con los anti españoles catalanes y vascos, con el rojerío simbólico del 36 y además con la ETA –. El fuego escondido de esta hoguera simbólica es limpiar políticamente España de esa siempre presente anti España. La conciencia débil se lava con la desaparición. Lo rabiosamente español que afila y reafila algún político de Vox, desbroza su esencia: la rabia incide y sobreviene adverbialmente y lo significa todo de “rubiez” patriótica, como dice Sánchez Ferlosio, de rubiez de bote.
Y vuelvo a la paradoja remendadora de dogmatismos e irrealidades de esta España colmillada y polarizante: su idioma es lo más mezclado; un religioso receptor léxico de mil y una lenguas; un libertario lenguaje, violento como todo lenguaje, pero necesitado de mestizarse para ser más esos otros y con más matices, que a su vez lo enriquecen selvática, continental y universalmente. Y España es algo totalmente distinto.
Rafael Sánchez Ferlosio es un heterodoxo, un herético del fetiche y la identidad patrióticas. Su disgregada prosa, brumosa y barroca, difícil, pero de una arquitectura deslumbrante no le llevó a los sillones de ninguna academia, porque en los sanedrines de sobra se sabía que su carácter libertario desganaría tales absurdos. En la originalidad y profundidad de su pensamiento Ferlosio y Agustín García Calvo suponen la refinada contracultura que, en España, opuesta al todo o contra el uno boetiniano, no cuajó, pero ahí queda, prolija en saberes y no saberes.
Hijo del falangista Rafael Sánchez Mazas – acuñador del ¡Arriba España! –, Rafael Sánchez Ferlosio tuvo en sus ensayos el empecinado intento de rebuscar en el lenguaje y sus conceptos el origen atribulado de la patria. Esta será la hija de la guerra. El cuerpo viviente de la patria es la necesidad de convalidar como extorsión una actuación en nombre de la patria que a su vez obliga a negar a la voluntad popular, y a descalificarla, contraponiéndole, “el fantasmal y tremebundo embeleco de la voluntad nacional, que es ya, sin más, el libre y desatado capricho imponente, fantasmal y tremebundo de los césares y ejércitos, o sea, el godobabananismo sin rebozo”.
A la España del nuevo verticalismo socialista en 1982 y a la posterior del yuppismo patriótico 2.0, desde 1996 hasta nuestros días le bastó con ignorar a Sánchez Ferlosio, no pudiendo rebatirle y desprestigiarlo, ni como escritor y prosista ni como desmitificador y pensador.
El libro recientemente publicado en 2020 por Debate, a cargo de Ignacio Echevarría, La verdad de la patria. Escritos contra la patria y el patriotismo, viene a reconocer la actualidad en nuestros días de los pecios que Sánchez Ferlosio escribiera en prensa hace casi cincuenta años. España y su elefántico estado salía de un patriotismo para ingresar en otro, y al mismo tiempo inventar 17 nuevos. El vodevil se presenta hoy casi tal cual.
“La España afirmada, la Proespaña, no puede confundirse con ningún fruto natural llamado España o como fuere, porque no puede ocultar su resabor de producto derivado tal vez de cierta materia prima, pero manufacturado despiadadamente por la afirmación: tal presunta materia prima, si es que en verdad la hubo, ha sido cuando menos seleccionada, depurada, esterilizada, concentrada, enlatada y empaquetada; y eso en el mejor de los casos , porque no faltan consumidores hipersensibles, aprensivos o suspicaces que acusan la presencia de aditivos y hablan incluso de adulteración”.
La verdad de la patria. Escritos contra la patria y el patriotismo, editorial Debte, 2020.238 páginas. 17,90 euros.