Desaparecido de la escena Antonio Basagoiti, hasta no hace mucho presidente del Partido Popular Vascongado, un pastoso personaje más conocido por su boutades que por su buen hacer, el dedo decisor cayó sobre Arantza Quiroga. La huida a México del inefable Antoñito dejó a la nueva presidenta con varios problemas: escándalo de la sede del PP en Bilbao comprada con dinero negro (Luis Bárcenas dixit), caída de la presencia del PP a sus más bajos niveles de popularidad convirtiéndose en el cuarto partido en la comunidad, imparable auge del movimiento independentista y sobre todo, la imperiosa necesidad de articular un nuevo discurso político creíble después de haber vivido durante años de monotemizarse con el tema de la violencia política.
Al parecer, y aun teniendo tal cúmulo de patatas calientes, lo que más parecía incomodar a Arantza Quiroga desde su llegada a la presidencia de la delegación del Partido Popular en las provincias del Norte era el hecho de que su heredada mano derecha fuera gay. Para una Jesus freack como Arantza, cercana al Opus Dei (si no miembro total con aparentes aspiraciones a numeraria), compartir presencia en público con una persona que no hace mucho tiempo reconoció públicamente su homosexualidad, superaba sus límites morales y hasta podía llegar a dar mal ejemplo a sus cinco hijos.
Desde que Antoñito “el fantástico” (como se le conocía en Bilbao) dio la espantada para refugiarse en la Colonia Polanco de Tenochtitlan, deshacerse del secretario general Iñaki Oyarzabal ha constituido la meta más importante de la nueva presidenta. Las creencias religiosas de Arantza no le permiten compartir ni tan siquiera agua con lo que en su mundo denominan enfermos
pervertidos sexuales y para los que algunos de sus correligionarios de misa diaria y retiros espirituales periódicos exigen tratamiento médico inmediato y soluciones a lo Putin o incluso a lo keniata para erradicar a los gais.
La única opción que le quedaba a Arantza Quiroga para solucionar la presencia del incómodo secretario general homosexual era organizar un congreso extraordinario para catapultarle de su lado (y si por ella fuera, hasta del partido). Todo debía parecer como si el dedazo que la eligió se convirtiera en apoteosis de multitudes a la búlgara que le concediera licencia para eliminar desviacionistas sexuales. Quitar al depravado gay de su lado y cambiarlo por otro alavés de intachable línea heterosexual parecía tarea sencilla. Pero lo sencillo se complicó cuando los hilos que movía Iñaki Oyarzabal se tensaron de tal forma que a última hora el heterosexual alavés elegido para sustituirle dio públicamente, anunció un no gracias a ocupar la secretaria. Arantza la piadosa se encontró de pronto a pocos días de su coronación búlgara y sin sustituto para Oyarzabal, que resultó manejar muchos más cordeles de los que en principio creyó la católica practicante. Horas frenéticas, amenazas de dimisión y llamadas a la central del poder genovés en Madrid conchabaron finalmente una secretaria sustituta de pedrea. No es arriesgado suponer que la elección in extremis de la vizcaina Nerea Llanos como secretaria general, comportó muchas concesiones por debajo de la mesa entre las tribus políticas peperas.
Al final Arantza la devota consiguió quedar bien con su iglesia, echó al gay de su lado, pero a costa de no superar un 73% de apoyo en el congreso. Nunca un presidente del Partido Popular Vascongado había logrado tan pocos búlgaros avalándole. La militancia alavesa que supera en afiliaciones a las de las dos “provincias traidoras” (generalísimo Franco dixit), no asimilan su pérdida de puestos decisionales en el renovado sanedrín de la cristiana guipuzcoana. Arantza Quiroga ha pagado un alto precio condenando a un gay para contentar a su Dios.