Este hombre pudiera ser una sombra en invierno. Sus uñas negruzcas, las manos oscuras sosteniendo un carro repleto de alambres. Su piel, azorada y sudorosa en esta tarde de agosto. Una camisa a cuadros negruzca. Hasta es oscuro el modo de arrastrar el carro en medio de la ciudad, ajena y bonvivant. Su pelo cano exagera quizá su edad, pero con seguridad ha pasado la medianía de los 50. Caigo en la cuenta que es la vívida imagen del cantante J.J.Cale. También sé, con atrevimiento, que va a algún sitio a vender o canjear ese botín de cobre cogido de alguna obra, de algún contenedor ubicado en los barrios altos del puente de Rekalde, donde lo veo por primera vez. Decido seguirle, en esta tarde tumefacta y asfixiante.
J.J.Cale frente a la multitud clónica de turistas agolpada en la explanada del museo Guggenheim. Arrastra también impasible y acompasadamente su carro. Nadie sabe de J.J.Cale, nadie le ve porque no existe, siquiera para la estadística social de la urbe de Bilbao, nadie le saca una fotografía. Hay muchos J.J.Cale en las ciudades transportando y reciclando cobre y otros metales. Cuántos habrá en esta urbe me resulta imposible de cifrar. Los he visto en otras ocasiones. El cobre se ha convertido en un material escaso. Por eso la constante necesidad que engullen los países en desarrollo ha hecho del reciclaje una absoluta necesidad.
El reciclaje de cobre supone un comercio mundial de decenas de miles de millones. Es un inmenso engranaje en cadena. Hormigas a cientos como J.J.Cale suministran a chatarrerías cantidades que se multiplican poco a poco. Las chatarrerías las envían a intermediarios que desde puertos europeos como el de Bilbao o Barcelona los envían a acerías en países de economía bulímica que devoran millones de toneladas.
Mientras cruza el parque y se para a rellenar una botella en una fuente frente al museo, me pregunto cuánto va a ganar hoy J.J.Cale por ese kilo no más que lleva en el carro. ¿Dos euros? ¿cinco? En frente de J.J.Cale unos críos levantan unos helados de un puesto. El helado de limón cuesta dos euros y medio.
Quisiera reducir a una ecuación metafórica la incógnita que es la vida de J.J. Cale. Su medio de transporte es él mismo; su jornada de trabajo es la jornada del sol y la luna; el camino es el tao te king sin fin recorriendo las calles, escrutando en cada contendor de basura, cada páramo urbano donde pudiera permanecer algún resto de ese algo que la opulenta ciudad rehúsa por inservible. Y su jornada comienza bien seguro al alba cuando el frío aún se cuela con las primeras luces: solo eso explica ese jersey negro viejo de invierno envolviendo su cencorvado cuerpo.
No sé todo eso cuando bajo el exhausto sol sigo a J.J.Cale. Son otras las respuestas que me da su zigzagueante recorrido. Retoma por el extremo del parque el final de la gran vía para enfilar la avenida Sabino Arana. Pasa como un suspiro los edificios de la burguesía bienpensante bilbaína, la casa de misericordia y el totémico estadio San Mamés. Ni se para ante nada ni todo este compendio de viscoso orden se inmuta a su paso. Cerca de la estación de autubuses, en la iglesia dos personas se arrellan con unos sacos de dormir..
Guardo las distancias y me cambio con frecuencia de acera. A veces sorteo alguna manzana para que J.J.Cale no se percate de que hago de sabueso. Husmeo a distancia a quien la ciudad no quiere oler. Ni la ciudad ni la historia. Hubo un tiempo en que los teóricos, y los adventistas obreros y hasta los privilegiados presagiaban que la revolución liberadora la iban a realizar los desheredados como J.J. Cale y los trabajadores que se hollinaban en hogaruchos o barracas cercanas a las grandes fábricas. Por donde estaban ahora camina J.J.Cale, pasando el hospital camino del populoso barrio de Zorroza. Los tataranietos de aquellos que eran como J.J.Cale hace un siglo o menos son hoy empleados de cuello blanco que pasan junto a él distanciándose hasta tal punto que esa misma acera y la distancia entre ellos y él, es un delta de la historia.
Y yo voy detrás. Detrás de la historia y por primera vez delante. Porque estoy frente a alguien del lumpen proletariado en un mundo donde la modernidad niega que dentro de ella salgan criaturas como J.J.Cale. En eso pienso mientras enjuago mi frente y el abortagamiento. Pienso en cuánto cuesta vivir en una ciudad como esta que no para de crecer. El viaje en autobús desde el puente de Rekalde hasta las prostrimerías del hospital de Basurto cuesta cerca de un euro. Un simple tentenpié en cualquiera de los bares de esta zona, un euro y medio; un plato del día, no menos de diez. Llevamos caminando cerca de una hora y J.J.Cale no va a sacar más de dos euros por ese cobre o hierro que lleva en el carro.
El camino que desde el hospital de Basurto lleva a Zorroza se eleva casi por todo el costado noroeste de la ciudad. J.J.Cale no mira el espectáculo. A la derecha cae la ribera de Deusto y tras ella la inmensa isla de Zorroza. Albergaba en los dos siglos pasados factorías de todo tipo, desde siderurgia, químicas y de metales. Ahora las excavadoras cercenan los hangares decadentes del mundo post industrial. Sobre este suelo se levantará una gigantesca operación urbanística. Será la futura Manhattan bilbaína. Para J.J.Cale todo es igual a nada. En la Manhattan de Bilbao no vivirá ni un solo J.J.Cale. Así que hace bien en seguir mirando hacia adelante, sin detenerse por un momento en futuros que con él nada llevan.
Zorroza fue el Harlem de Bilbao. Lo sigue siendo. Esta vasta extensión del vómito expansivo industrial del siglo XIX albergó pequellas siderurgías, y el prinicpal matadero del gran Bilbao. Entre el punzante aroma de azufres y anhídridos sulfurosos de antaño, hoy persisten pabellones de calderería. J.J.Cale se mezcla con la multitud que cruza las aceras. Por un buen momento le pierdo entre las calles que se dispersan de la arteria principal. Le diviso enfilando una calle. Un incandescente vapor se arremolina en la atmósfera. J.J.Cale arrastra su carro entre dos edificios que forman un cantón, a ambos lados hangares cerrados que vivieron mejores tiempos. A lo lejos un cartel: Recimetal Bakiola SLU, reciclaje de hierros y metales. Salen furgonetas y unos hombres en la puerta comprueban que no llegue alguna más. J.J.Cale, les saluda y se adentra.
Consulto en el móvil los precios de metales en chatarra: hierro fundido y acero,0.07 eruos por Kilo; alambre de cobre, 4.21 euros por kilo; cobre brasero 3.10; tanques de cobre, 3.32; latón, 2.77; cable de aluminio con cobre, 0.89; aluminio, 0.66. Esto es a lo que queda reducido la producción de metal. J.J.Cale puede llevar un par de kilos de cobre con alambre. El sueldo de hoy de J.J:Cale alcanzará los 9 euros.