Es necesario morir para abandonar la oscura ciudadanía
en que todo lenguaje se convierte en expresión de algún vago poder,
es necesario morir ante la importancia de algo por lo que nadie daría su
vida
y para que el placer de la libertad se enfrente a su pacto dramático
y salga el hombre sin su máscara a decir esto he sido,
esto han calculado en mí las leyes del azar bajo la forma del átomo,
el presagio de las aves de Roma desde su tiempo pretérito.
Es necesario morir para que la parcialidad de los doméstico
adquiera su reconocimiento en el erotismo de lo público
y a la cínica ignorancia se le llame conducta de una cultura de época,
lodazal de difamadores al agravio sin tregua del discurso de Estado,
es necesaria también la muerte de la muerte misma,
para que en ese enfrentamiento con las mercancias estéticas
surja cierta clase de gratitud, cierta laboriosidad del hombre
influido por la permanencia de su utilidad en el mundo,
el tiempo de su sublevación contra la consigna de lo que debe saber,
lo que una boca transmite a otra boca, la codicia inmóvil de los graneros,
lo que nutre con su comportamiento el mercado de víctimas como universo
sin fondo,
la necesidad de contradecirse, la diferencia ente la unidad y el arte
moderno,
esa excitación colectiva que llama conducta a la obligación y fidelidad al
silencio,
alguien que se sirve de la realidad para dar forma física a la ideología del
mundo,
la historia como venganza, la derrota como cienciencia.
Juan Carlos Mestre.
extraído del poema La tumba de Keats. Incluído en la imprescindible antología Historia natural de la felicidad.