Hace un frio extraño en Madrid. La capital de España exhala desde hace meses un hálito de incertidumbre. Como para infundir ánimos, los balcones de la glorieta de Atocha y otros lugares están blasonados de banderas españolas. En la ciudad del gobierno, los funcionarios, los ministerios, el estado mayor y los parlamentos, relucen como nunca las banderas. La declaración de la república de Catalunya hace más de un mes ha sumido a la capital en un ambiente parecido al de la pérdida de las últimas colonias españolas a finales de hace dos siglos.
A escasos metros de la glorieta de Atocha en dirección a Lavapiés, un ultramarinos abierto a estas horas. Son las 11.30 de la gélida noche. Una pareja de jóvenes sale ataviada no con abrigos recién comprados, sino enfundados en dos grandes banderas. Contentos. Resarcidos. En su rostro hay una satisfacción como de deber cumplido. Son dos jóvenes portando su bandera al frente histórico de su nación. Rogelio regenta desde hace 30 años el ultramarinos que más parece un destartalado bazar marroquí haciendo las veces de un castizo drugstore. Le pregunto por las banderas. Ya ni le quedan. Mañana le llegarán más. Hace años vendía alguna en ocasiones especiales: algún partido de la selección española, alguna boda real. La voz cetrina de Rogelio refleja asombro y un leve orgullo: vende tantas banderas y de todos los tamaños de barras de pan. Compra la gente las banderas por miedo? No cree Rogelio: “¡ es que este partido hay que ganarlo!”. Le pregunto cuándo cree que el partido acabará
– Cuando se les gane de una vez
Y repitiendo su sonrisa en esa respuesta de político o de militar, cruzo calles y avenidas. Madrid es una bandera sin viento en medio del frio, una nación con la risa helada. España parece tener la misma respuesta que Rogelio, o Rogelio la misma del país. Salvo alguna patrulla cercana al museo Reina Sofía y una cuadrilla de skin heads, no hay nadie en la calle. Los millares de funcionarios ya duermen para abrir los ministerios mañana. Los cada vez menos obreros duermen para poblar a las seis de la mañana los carísimos metros de Madrid.
Faltan unas horas para que en el viciado y exaltado ambiente que vive la metrópoli española, el cardenal de Valencia diga en las páginas del diario La Razón: “No se puede ser independentista y ser buen católico”. Las palabras de hoguera del cardenal suenan a exorcismo. Y suman un ingrediente castizo a la crisis que vive España con la independencia de Catalunya.
España está viviendo su tormenta perfecta. En ella se concentran todos sus vientos históricos: una monárquica rodeada de escándalos y erosionada como institución; una crisis económica donde está en duda la propia soberanía económica del país al dictado de una Europa reclamando los empréstitos; una crisis del modelo territorial que se arrastra desde hace dos siglos. El maestro de periodistas Eduardo Guzmán escribía en su magnífica memoria del año 1930 – 1930, historia política de una año decisivo –, una situación idéntica. Todas las crisis que convergieron aquel año, y que parecen ser las mismas de hoy en día, darían paso a la segunda república española.
Este domingo, con el periódico La Razón en mis manos, desayuno con Tomé y María Casals en los alrededores del estadio Santiago Calderón. En los años 80, en sus alrededores vivían numerosos militares. En 1981 entre en una taberna donde un cartel a la entrada alertaba: “prohibida la entrada a masones y de la UCD”. Tomé y María son hijos de catalanes que en 1950 emigraron a Madrid. Llevan toda su vida viviendo aquí, han hecho negocios, y son dos rara avis. Peinan canas. Vivieron y se educaron como otros millones de personas en el nacionalcatolicismo más férreo de la dictadura que llegaba a cualquier rincón de Madrid, a cualquier hogar, entrando por los balcones o las chimeneas. Los ojos hundido de Tomé, su rostro anguloso y una sonrisa que mece como resaltando el lado cómico de la vida en general. María, fibrosa, fija su mirada cristalina en el periódico, pero no ríe sino que emite un leve suspiro de irremediabilidad.
– Todo es así aquí. El botafumeiro nacional.
María y Tomé pasaron su juventud militando en el PCE, el partido comunista “de entonces”. Estuvieron clandestinos durante semanas en 1975 poco antes de la muerte del dictador Franco.
– Incluso buena parte del PCE, de la izquierda clandestina de entonces tenía una idea de España menos chusca de la que tienen ahora todas las izquierdas, y digo todas.
Y sonríe Tomé. La suya es una generación menguada por la edad. Su bandera no es la nacional sino la de una doble derrota. La de edad y la de la ilusión. Puede que vivan una tercera derrota: la de sobrevivir para ser conscientes de las otras dos derrotas. Ya no son nada más que de clase media. No tienen más utopía que la de mantener su propio estatus duramente conseguido con mucho sacrificio. Pero se les avinagra el ánimo cuando sale
– Parece que respira de nuevo la España única, grande y libre. Que no era ninguna, sino mísera y violenta. No estoy a favor de la independencia de Catalunya. Pero es que España no ha salido del nacionalcatolicismo. Todos los partidos lo practican de un modo u otro. Esa es la verdadera tragedia de España.
Eduardo Guzmán describe cómo a principios de los años 30 la derecha como la izquierda, y el movimiento obrero estaban entonces más preparados para el necesario cambio. Eran conscientes de la naturaleza de las crisis. Ortega y Gasset exhortaba a los españoles desde las páginas del diario El Sol el 15 de noviembre a reemprender un nuevo Estado:
Nosotros y no el régimen mismo; nosotros, gente de la calle, de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros conciudadanos: `Españoles: vuestro Estado no existe!¡Reconstruidlo!´. Delenda est Monarchia.
Casi un siglo después no puede decirse lo mismo de las derechas e izquierdas de España.
El procés en Catalunya si algo ha tenido de cierto, ha sido en su concepto de camino. Y los millones de catalanes que se vienen manifestando desde hace años y que han votado la República catalana, lo saben. En la capital del Reino de España también saben en ministerios y despachos oficiales que hay una España divorciada. La solución castiza del sable, la cárcel, está abocada a hacer mártires y a crear una nueva Cuba, una nueva Filipinas.
Tomé se ríe de nuevo al resumirme lo que le ha pasado a la izquierda tras la muerte de Franco.
– Entonces era muy pronto para hablar de federalismo. Había mucho miedo a los militares. Y ahora es demasiado tarde àra hablar de federalismo. Es otra de las tragedias de este país. Y miramos los tres la fotografía del cardenal de Valencia y su lapidario designio: “No se puede ser independentista y ser buen católico”.
y María sentencia
– y tampoco ser buen católico sin ser un español de trabuco y bandera. Otra desgracia.