Decía Theodor Adorno que la libertad no es elegir entre blanco o negro sino huir de toda alternativa preestablecida. En España, el verano político tiene a la población entretenida con el vodevil de si el próximo gobierno será blanco, es decir progresista, o negro, es decir, conservador. El peso que tornará la balanza a favor del color blanco o negro lo dará el apoyo del partido Podemos. A cambio, la formación morada que irrumpió para acabar con el régimen del 78 español, reclama para su apoyo al progresista Sánchez una sustancial representación y poder simbólico en el gobierno. Quedaría así apuntalado con un nuevo soporte el bipartidismo que en España se diseñó en el censitario siglo XIX. La alternancia representativa al conservador partido popular es el progresista partido socialista. Al igual que hace 120 años y en plena crisis de estado y periferias y con la llamada crisis catalana in crescendo, los partidos nacionalistas darán el visto bueno a la investidura de Sánchez como mal menor. Saben, porque así lo ha declarado y el líder de Podemos ha avanzado que apoyará al líder socialista en caso de, que Sánchez recurrirá de nuevo a un estado de excepción controlado en Catalunya en caso de que las aspiraciones independentistas sigan el curso que han de seguir. La paradoja española siempre irresuelta.
Con evocaciones al feminismo, a la memoria, a la mesura y al estado de bienestar, Sánchez ha conseguido en el primer día del debate de investidura volver hacer olvidar el estado en el que en este verano de 2019 se encuentra España. Frente a la que dejó la segunda República, el reino de España goza de una clase media desconocida hace 83 años. Los bienes de consumo y el capital circulante no esconden sin embargo una desigualdad social creciente. Las jornadas de trabajo sin embargo se asemejan a las de entonces. El campo español permanece huérfano de una reforma, donde la subvenciones como antaño calman el apetito de los terratenientes por las tierras yermas y el hambre de los campesinos. La monarquía, forzosamente rejuvenecida, pero igualmente malograda en su intento de la unión nacional tras el envite independentista en Catalunya, se resiste a dejar de ser una reliquia de un régimen vitalicio que lucha por no morir.
En España se hace hoy mucho dinero; quien gana lo hace de verdad, quien no gana tanto apenas gana para la manutención. La vida está más administrada de lo que lo estaba hace 83 años. Plusvalía, concentración de riqueza, alternancia con colores postmodernos y un sorprendente consenso dentro de los “parámetros” democráticos. Lo viejo y lo nuevo confluyen aquí armónicamente. Las coincidencias, aún en la aparente discrepancia, han abundado en los discursos en el debate de investidura.
¿Qué puede deparar el presente? Poco que no haya desvelado el pasado. Y el futuro en España siempre se ha encontrado en minoría.




