Stefan Zweig se equivocó dos veces sobre el mismo tema: que el totalitarismo no iba a implosionar en Europa en 1930; y que en 1945 ese mismo totalitarismo no iba a poder ser vencido por las armas. El gran escritor humanista fue el reflejo vivaz de un renacimiento centro europeo en la década de 1910, una savia humanística que superaría la descosida cáscara imperial. Con la erupción de dos guerras y un holocausto, ese fulgor quedó reducido a cenizas. Zweig creía en la neutralidad del escritor y el artista, y neutral quiso mantenerse mientras todos los signos evidenciaban, frente a una mente tan sensible y preclara como la suya, que esa neutralidad allanaría el camino al pensamiento totalitario y a la toma de este del Estado. Zweig fue quizá el primer escritor europeo del siglo XX. Al menos, el primer gran escritor europeo. Escrutar el poder y el Estado en sus formas más abyectas – por ejemplo, en Fouché –, la inocencia irresponsabilidad de los mandatarios hereditarios – por ejemplo, en su brillante biografía María Antonieta –. Pero donde deslumbra es en la clara visión del drama europeo que se forja desde la consolidación de los estados frente al individuo, es decir el poder frente a la humanidad. Así queda reflejado en Castiello contra Calvino.
Stefan Zweig, decidió morir, es decir suicidarse, para no ser aniquilado por el totalitarismo nazi. Y en aquellos sus últimos días aún no se sabía que otro totalitarismo, el soviético, iba a sobrevivir a la hoguera de los que se cremaban en aquella Europa en llamas. La Europa humanista en la que él soñó, hoy no es tal. Ante la criminal invasión rusa en Ucrania, esa Europa oscila entre el asombro, la incredulidad y una reacción de cinismo burgués maloliente según el cual, si apoyar al pueblo ucraniano invadido supone cortar el gas ruso y subir el precio del gas total de cada casa europea, pues es preferible no llegar tan lejos. Es lo que ha hecho Alemania estos últimos diez años cuando su canciller pasó a ser empleado de la gasística rusa Grazprom.
Hay una Europa que reniega de los verdaderos valores que justifican su existencia, recurriendo al cinismo equidistante ante todo lo que es, simboliza y sufre el pueblo ucraniano invadido hoy por tierra, mar y aire. Hay otra Europa, o es también parte de la anterior, que en vez de exigir al agresor el cese de su masacre exige que la nación y el pueblo agredido no ose armarse ni defenderse, so pena de alargar su propio sufrimiento.
A esa obtusa doblez le rompen las costuras los propios hechos. Lo que Putin quiere recuperar es lo que el pueblo ucraniano no le concede: que pueda haber un presidente Lukashenko títere al mando del país. Esto se les olvida recordar a las izquierdas que tanto prosodian por la diplomacia. Son la izquierda abertzale, cuya postura es contumaz, y la izquierda española, que en esto quizá tampoco 100% sino del este también y algún que otro intelectual de corte ácrata.
A la izquierda abertzale le rezuma como incontenible que un pueblo independizado como Ucrania pueda solicitar amparo militar frente a su todopoderoso vecino nuclear ruso. Qué casualidades míseras de la historia, que diría Marx. Porque esta izquierda abertzale repite su resurgir como comedia. Los tanques rusos que han invadido Ucrania con banderas rojas en sus antenas han refulgido los sueños de los más obnubilados estalinistas que pululan en las pústulas políticas de todo el estado español.
Lo de la izquierda abertzale sorprende por su parangón histórico. Recuerda el diario abertzale naiz.eus que la población vasca, en número de votos, rechazó en 1986 la incorporación de España en la OTAN. A renglón seguido, en otro titular, la líder hoy de Bildu Mertxe Aizpurua, se manifiesta en contra de suministrar armas al pueblo ucraniano porque sería “prolongar su sufrimiento”. Apuesta por el circunloquio diplomático que significa que el presidente ucraniano rinda el país. Es decir, que las armas que el pueblo vasco recibió desde 1936 hasta 1939 para frenar el fascismo no debieron haberse recibido puesto que prolongaron innecesariamente la agonía del pueblo vasco que perdió la guerra. Y aboga la audaz Aizpurua por las vías diplomáticas ante Putin. Después de que Macron, los israelíes, los chinos ahora con creciente preocupación, hayan tratado de terciar con el resultado de una Ucrania convertida en cenizas y a las puertas de una acción de armas químicas, ¿dónde hay una sola prueba de posibilidad diplomática? Lo que la izquierda abertzale, Podemos, y cierta intelectualidad radical entienden o quieren dar a entender sin tener la valentía de verbalizarlo es que Ucrania debe rendirse y ceder a las aparentes exigencias de Rusia: cesión de las regiones prorrusas, la no entrada ni la OTAN ni la Unión Europea, y un gobierno títere y una población sometida a los gélidos pero resplandecientes aires de 1949.
La izquierda abertzale y la española han leído poco a Zweig. Y, con razón, porque es extranjero. El escenario casi como de un cuadro de El Greco dibuja una izquierda, cada una en su roñosa corbeta en una tempestad desconocida incluso para ella misma.
Antes de que el totalitarismo ruso pueda o no imponerse en Ucrania, su bomba de racimo estalla aquí: es esta parte de la izquierda la que no tolera la independencia de los pueblos, ni la de sus ciudadanías, por empezar por la rusa donde hay un régimen de libertades exacto al de 1949.
La masacre en Ucrania es la tercera guerra mundial. No hay un Churchill en la izquierda, o varios que interrumpan el curso concomitante de esta. De momento no hay en la nomenklatura rusa quienes puedan salvar a su pueblo del desastre al que Putin y sus siete adueñados del estado total y profundo quieren abocarla.
En este alegato humanista; Stefan Zweig reúne lo que para él son los valores que unen las conciencias en Europa, mientras que los Estados, con mayor poder cada vez, y sus administradores, dibujan una Europa con otras reglas: «la muerte y el mal”. «Ha pasado un año, un solo año, incluso un año sin sangre ni asesinatos, y estamos ya viviendo en medio de la vieja mentira, en medio del desvarío. Más que nunca se aíslan los Estados unos de otros; los generales, incluso los vencidos, de nuevo se han convertido en héroes que de nuevo sirven las frases enmohecidas como pan de vida”. Para Zweig la Europa de la conciencia libre está encarnada en Montaigne, Chateaubriand, Wassermann, Rilke, Roth, Bazalgette, Romain Rolland, Mahler, Rathenau o Jaurès. Destaca a otros, como Lafcadio Hearn, de quien prologó sus libros japoneses, a Jens Peter Jacobsen o a E.T.A. Hoffmann. Los textos aquí compilados están escritos entre 1911 y 1942, eño en que Zweig decidió quitarse la vida.- “La vida depende de la voluntad de otros, la muerte, de nuestra voluntad” -.De todos los autores a los que señesa, sin duda Zweig se identifica con el gran Montaigne que repudió las matanzas entre hugonotes y católicos en la Francia del siglo XVI. La suma de cada vez más ciudadelas en toda Europa podría conducir, sugiere, aspira, aunque no lo espera, a esa confederación solidaria y afianzada en un renacimiento del ser humano.
El legado de Europa, Editorial Acantilado, 2003. 304 páginas, 20euros.