
Mi padre se afeita en el baño con la puerta abierta. La del salón también lo está. Mi madre y mis hermanos, sentados en unos sillones de tela gris, ven en la televisión Vanguard en blanco y negro cómo un vehículo militar transporta el féretro de Francisco Franco Bahamonde. Ha dictado las sombras de España durante 38 años. Es un domingo ceniciento y sol reticente de noviembre, 23, de 1975. Nuestras edades aún no son las nuestras. En ese lapso a través del blanco apagado y el negro de luto en la televisión, se han detenido los 36 años de mi madre y los 41 de mi padre. Con una ceremoniosa indiferencia, hay una significativa traslación. Una liberación de crisálida. En aquel instante, mientras Franco es trasladado a su responso final, que años más tarde visitaré, y mi padre se afeita, tengo cuatro años, cuatro meses y dos días.
Esa mañana de domingo mi padre, conmigo supongo que en el asiento de atrás de un Seat 127, recogerá al poco de terminar de afeitarse a mis abuelos maternos. Es la última vez y el único recuerdo que tengo de mi abuelo Antonio Suárez García, sentado en una silla de formica marrón y vetas negras en la cocina de nuestra casa. A mi abuelo le quedaban siete meses de vida. Así que aquel 23 de noviembre de 1975 se extinguía la lánguida y tenebrosa batuta de la realidad y su orden con el sepulto del dictador. En mí nacía un recuerdo imperecedero y fragmentario, lleno de significados que aún descifro y de los que está hecho mi ulterior carácter. La percepción es forma.
Pasaron los años sin pasar. Ni para mí, ni para la realidad. Aunque suene estrafalario, once años después de que el féretro de Franco fuera sepultado en el Valle de los Caídos, el director de mi colegio decidió que una de las escalas del viaje de fin de curso fuera una tarde entera en el Valle de Los Caídos. Y allí me hallé, atravesando la basílica y llegando al presbiterio donde tras la de José Antonio Primo de Rivera se hallaba la tumba de Francisco Franco Bahamonde. A tal punto de peregrinación acudían cientos de personas. Yo no solo terminaba el trazo con aquella mañana en que mi padre se afeitaba y veía por última vez a mi abuelo. Iba más atrás en el tiempo. A un tiempo que también es el de mis abuelos y mis padres.
El periodista Jesús Ruiz Mantilla publica Franco y yo en este año de artificiosa conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte del dictador. La tesis de Ruiz Mantilla es ambivalente. España es hoy algo heredado de lo que Franco fue o de lo que Franco hizo con España. De otra, España se desprende y limpia hoy de esa máscara ofreciéndose con más luces y aberturas.
Ruiz Mantilla (Santander, 1965) establece en Franco y yo al mismo tiempo que su recorrido vital bajo la sombra omnipresente de Franco, un diálogo onírico con el parco dictador. Se aplica el autor a mirar esa figura desde los ojos y el corazón del adolescente, del joven y el adulto que fue.
Como si el dictador aún hoy rumiara, escamoteara, hurgara o se riese de quienes nacieron como el autor en 1965, pero también antes y un poco después. La biografía de este dictador dolido y esperpéntico proyecta, como las sombras platónicas, las ambivalencias chillonas y escondidas del inconsciente colectivo en las Españas y las anti Españas. Ahí radica la verdadera victoria de Franco, su última y esencial cruzada. Incluso después de su exhumación del Valle de Los Caídos el 24 de octubre de 2019.
Franco representa, escribe Ruíz Mantilla, “un trauma generacional en diferentes dimensiones. Un orgullo para muchos de nuestros congéneres: un lazo y una cadena. Es también la culpa de un atraso, la evidencia tenue y sólida de una tiniebla. La única verdad para tantos, una incómoda realidad, esa presencia. Un asesino, un salvador, el mal menor, un superviviente amarrado al salvavidas de aquel buque hundido que fue España y reflotó por méritos propios y no de salvapatrias”.
El caudillismo como esencia parasitaria, la salvapatria redentora, la causa limpiadora de la impureza ideológica, siguen siendo rasgos inoculados en todas las adscripciones y sacristías políticas de la España de hoy.
Para 1940, el dictador posee 34 millones de peseta. Son 388 millones de euros de hoy. En 1951 adquiere a través de la sociedad Valdefuentes S.A. en los alrededores de El Pardo 12 millones de metros cuadrados. Llenándosele la boca de vacuidades, el dictador se enriquecía a costa incluso de los suyos sin que nadie rechistase. También esa es su victoria en forma de sempiterno legado hoy, el poder y el manto de la corrupción, según Ruíz Mantilla, más como un sentido de trascendencia sobrenatural, de camaradería sobreentendida de con quienes deciden que deben llevar las riendas del país.
La mirada atrás que hace Ruiz Mantilla tiene destellos de lo que hizo Carmen Martín Gaite en El cuarto de atrás. Es decir, ser honesto con el niño personaje que era y no cargar con la mochila del futuro ideologizado su visión y vivencia del franquismo. Por otra parte, el Ruiz Mantilla periodista, con prosa literaria, esgrime un reportaje biográfico rescatando impresionistas esqueches y apuntes poco conocidos que perfilan la voracidad del dictador y sobre todo el de su esposa, la acaudillada regente Carmen Polo.
Este año se reeditan y publican biografías de Francisco Franco. Cabe destacar la que en 1976 publicó Ruedo Ibérico, Franco. La obsesión de ser. La obsesión de poder, de Luis Ramírez, alias del periodista y escritor Luciano Rincón. El mérito de esta biografía es alejarse del contexto para investigar el cómo y el por qué del personaje. Algo a lo que ha llegado también Ruiz Mantilla con su Franco y yo. Aunque lo que más me interesa de este libro, además de su originalidad, es la agudeza de ver en el presente huellas calcáreas de las pisadas del caudillo. Sus víctimas fueron suyas; los muertos y los un poco menos muertos. Y sus enemigos y los hijos de estos, fueron también una construcción suya. Y los que no le conocieron y hoy le rinden homenaje expreso o tácito, también. De ahí que el ejercicio de deconstrucción de Ruiz Mantilla sea más necesario que la recapitulación histórica que hacen ahora, por ejemplo, los historiadores Julián Casanova y Paul Preston con sus biografías más académicas.
Franco y yo, Jesús Ruiz Mantilla. Galaxia Gutenberg 2025. 476 páginas. 22 euros.
Franco. Julián Casanova. Editorial Crítica, 2025. 528 páginas. 22,90 euros.
Franco. Paul Preston. Editorial debate, 2025. 1096 páginas. 39,90 euros.