Tenían los ojos reventados, las manos rotas, heridas y hematomas causadas por las patadas en sus caras, pecho y piernas. Los golpes de los guardias urbanos de Barcelona fueron innumerables aquella noche del 4 de febrero de 2006. Así estaban Juan, Alex y Alfredo. Y la forense que los mira recomienda su traslado al hospital.
En ese hospital, un policía se acerca a Patricia que está en la sala de espera esperando ser atendida. Patricia y un amigo se han caído de la bicicleta y han sido trasladados en ambulancia hasta el hospital. El policia que se ha fijado en el aspecto de Patricia inspecciona sin orden alguna su movil. Y encuentra algo en los mensajes enviados: una invitación a unas amigas a «batear». Se trata de tomar algo en el bar La Bata en El Raval. Pero el policía no necesita nada más, aparte de la pinta gótica de Patricia, para relacionarla a ella y su amigo con los detenidos a varias manzanas de donde ella y su amigo paseaban. Así que todos juntos son enviados en un furgón policial como una piara de indeseables y sucios rebeldes que pagarán, y a qué precio, las lesiones de un guardia urbano al que ha alcanzado una maceta lanzada desde un edificio okupado en el barrio de Sant Pere.
Patricia se protege del hostil mundo de Madrid, de donde viene, y de Barcelona, donde acaba de recalar hace unas horas para su desdicha. Viste otra manera, cortándose el pelo de otra manera. Sin duda piensa, y siente de otra manera. Se protege con denuedo. Y con razón. Porque esa ciudad a la que acaba de llegar Patricia, esa Barcelona temática, luce lamparones salpicados de la sarten hirviendo de la especulación. Esa ciudad de gesto mohín, corrupta y desalmada, embalsamada en la violencia de las policías urbana y autonómica, joven esta última pero ya engrangenada en un quehacer de abuso gansteril. Una ciudad copada por urdidores políticos. Una ciudad donde la justicia se ahoga en la mendacidad de su impotencia y la temeridad de unos instructores que llevan demasiadas décadas aletargando un injusto orden que tantas víctimas propicia.
Carmen García Martínez es triste protagonista de esta historia. Como titular del juzgado de instrucción 8, recibe a los torturados detenidos la fatídica noche del 4 de febrero de 2006. No la impactan el rostro lacerado por los golpes del amigo de Patricia; sí sus pintas.
– Vale, vale, ¿tú lo hiciste?
El diálogo se prolonga. También la impaciencia de la juez.
– A mi no me importa lo que te han hecho. Tengo la declaración de la policía. Aunque vengan 100 como tú.
La farsa
Al visitar al policia que se encuentra en coma, el entonces alcalde Joan Clos admite, porque así le han informado, que se trata de de una maceta lanzada desde el centro okupado la que ha dejado al policia en coma. El informe para el alcalde lo elabora Victor Gibanel, jefe de información de la guardia urbana. Ni Gibanel ni nadie que pudiera explicar por qué el alcalde sabía esto fue citado a declarar. Es el talón de Aquiles de todo el montaje que prosigue. Los acusados fueron detenidos en plena calle. Rodrigo y Patricia ni siquiera: lo fueron en el hospital. Por ello, de repente, la acusación toma una versión más a pie de calle: los acusados lanzaron vallas y piedras, una de las cuales impactaría en el policia urbano. El informe policial está trufado de presunciones delictivas: frases como «personas de aspecto okupa» aparecen aquí y allá. La instrucción es un prólogo idéntico del nudo judicial. La sentencia se apoya y enarbola el testimonio de los policías que hacen un relato que en absoluto han vivido.
Patricia escribe:
Me parece increíble que pueda formar parte de esta broma asesina porque mi aspecto no es normal
Tras dos años de cárcel preventiva, en 2011, las condenas: Patricia y Rodrigo son condenados a dos años y medio. El resto a cinco. La farsa no puede ausentarse siquiera en la sentencia. Como explica el abogado Gonzalo Boye, si la pena es tan grave, las condenas vienen a reconocer un castigo por algo menos grave, y, como destaca el antropólogo Manuel Delgado, pero grave: el tipo de encausados que lo son por ser, a ojos de la policia, no enemigos sino suciedad urbana que es preciso limpiar.
Patricia se indigna. La relacionan en los periódicos y televisones por su estética con una okupa. Todo sale del oráculo del informe policial, desde luego. Ella es mucho más glamurosa. Viste a lo Cyndi Lauper. Es una gótica. ¡Cómo pueden confundirla con una antisistema!
El Tribunal Supremo va a girar la manivela. Lejos de reconocer la falla de todo el proceso, lo ratifica elevando simbolica pero físicamente las penas: dos años y medio. Para Patricia, un tejido de cárceles interiores y exteriores la cercenan. En un permiso tras adquirir el tercer grado, Patricia salta desde una ventana despojándose de una vida acuchillada de heridas anteriores, golpes, e insidias recientes.
Los policias son los delincuentes
El desgarro de las palizas que reciben Rodrigo, Juan, Alex, Alfredo y Patricia no consta sino en alguna fotografía de identificación policial. A Rodrigo se le quedan, sin embargo, de los brutales interrogatorios las caras y voces de dos policías urbanos. La asidua impunidad de los policias, en una asombrosa paradoja, va a ayudar a sus víctimas. En una noche de desenfreno, los agentes Victor Bayona, con placa 24.751 y Bakari Samyang, con placa 24.788 propinan una brutal paliza en comisaria al que creen un negro más. Ha intentado proteger a una chica a la que los agentes intentan violentar en una discoteca. Pero el negrata resulta ser hijo de un influyente diplomático de Trinidad y Tobago. Y el caso acaba en un tribunal que condena a la luz de las evidentes pruebas a los dos agentes por torturas, falso testimonio, falsificación de pruebas, pues intentaron hacer pasar a su víctima por traficante de drogas. Estos dos agentes, hoy cumpliendo pena, son los que interrogaron el alma y el cuerpo de Rodrigo y Patricia.
Aparece quien lanzó la maceta
Por vericuetos e intermediarios, alguien admite haber sido el lanzador de la maceta que desde el edificio okupado alcanzó al policia urbano. Con este testimonio y la sentencia de los agentes torturadores cindenados que participaron en el interrogatorio de los acusados y en el juicio en el que se los condenó, la fiscalía no mueve ficha. Para la judicatura es preferible el mal propio cometido que su restitución. Dado que no es posible la justicia, aflorará la prevaricación. Así es como hace dos años y medio, el documental Ciutat Morta, de Xabier Artigas y Xapo Ortega ordena y condensa todas las piezas de este puzzle siniestro. Y hace unos días, su emisión en TV3, aunque censurada para omitir los nombres de los dos agentes torturadores ya condenados, pone el caso 4F en las conciencias de cientos de miles de personas que ignoraban que tal ignonimia fuera posible.
Rodrigo, el joven que acompañaba en una bicicleta a Patricia aquella noche del 4 de febrero de 2006, salió de prisión al de cinco años. Los otros torturados y condenados, Juan, Alex, y Alfredo no volverán a Barcelona.
La jueza Carmen García Martínez sigue al frente del juzgado de instrucción 8 de Barcelona. Mantiene la fe en la que ella es de las pocas depositarias. En 2012 encarceló durante 35 días sin juicio previo a tres manifestantes en la huelga del 29 de Marzo. Tenían entre 19 y 25 años. Joan Clos ha seguido siendo un hombre fugaz. Designó a dedo como alcalde sucesor a Jordi Hereu, encargado de limpiar de la calle aquel 4 de febrero toda posible prueba de lo acontecido. Se encomendó como ministro de indusrria con el presidente Zapatero. Desembarcó como embajador español en Turquía. En la actualidad es delegado de la ONU en el programa Habitat que estudia los asentamientos humanos. Victor Bayona y Bakari Samyang, condenados por torturas, gozan de pensiones por «incapacidad permanente», tal como ha denunciado el sindicato CGT.
La emisión del documental Ciutat Morta ha levantado la injusticia larvada hace casi un lustro. En esos 9 años no caben los que han pasado todos los falsamente condenados. Ni los que Patricia Heras lleva ausente. El lider del PSOE en Catalunya y compañero de Joan Clos, el señor Iceta, ha pedido la reapertura del caso. Su partido, y los concejales de Barcelona que vivieron los hechos, no habían mostrado opinión desde que el documental salió a la luz hace dos años y medio. Barcelona ceelbra elecciones municipales en mayo de 2015. Para el documental, sus autores contaron con la investigación realizada por La Directa.
El guardia urbano agredido el 4 de febrero de 2006 sufre una parálisis severa.
Cuantas Ciutat Mortas hay en nuestras ciudades?
Las cenizas de Patricia Heras fueron lanzadas al mar en la isla de Nísiros en 2011.
[…] de las más interesantes en . Recientemente se ha celebrado el aniversario de la muerte de Patricia Heras donde estaban ellas con una inmensa panacarta “Todas somos el 4 F”. Ahora su lucha se centra en […]