
Quizá con una de ellas podrías con Goliat
De una región de Tracia, llamada Piérides eran originarias las musas. Roma se orienta sobre siete colinas. También Bilbao está rodeada de colinas. En una de ellas, Begoña, vive Ignacio Landa Lara, recibiendo el brío de la escritura frondosa del propio canon romántico, que no elige sus emociones como objetos literarios, sino que hace pasar por el cuerpo poético y narrativo lo que siente, ve y lee. Una vez más tenemos un libro que saca en disparidad devoradoras constancias de recuerdos, deseos, enunciados de tristezas, envío de estados emocionales que escanean escombros, que levantan esfuerzos por ser espiga donde cuelgue el grano de la esperanza instintiva y el escrutinio de lo que no se puede resolver.
La brevedad de su escolio en la contraportada de «Cuadernos de residencia» contrasta con el desenvolvimiento que necesita su agitación y conmoción. Poeta romántico y maldito, propio esto último de la esquizofrenia y de su capacidad para reproducir mentalmente percepciones visuales anteriores.
Es de creer que cuando tocan las campanas de la Basílica de Begoña, Ignacio Landa siente el fervor religioso del poema; incluso cuando la quietud alcanza el don del silencio, incluso cuando no escribe, la poesía le parece apropiada como lugar de residencia.
La Luz
El que más escribe,
el que más recita,
el que más trabaja
y el más torpe con las tres cosas.
Soy el que el que tira del carro
y el más ciego.
Esto es la luz.
La lamparita
Mira, yo ya no quiero odiar a nadie, no es sólo ética por la vida, es que la tengo repartida a diestra y siniestra y para nada soy un tirano. Yo no sé de qué puedo ir por no poder defender un credo. Prefiero vivir solo, escribir, leer, sufrir la entrada en años… ¿No es cierto que esto nos pasa a todos?
Apenas
Ella no me veía hombre
y yo me fui lento al amor de hombre.
La única gloria es que no era lo esperado,
pero ahora lo pago, pues yo la quería…
Todo empezó buscando al culpable
de haberme querido matar;
así empecé a hacerme marica…
Cuando la encontré, ya no me vio hombre
y yo busqué el cuerpo de un hombre.
Ahora, hecho una piltrafa,
vivo en la reserva,
sin apenas poder contarlo…
Todos parecen estar interesados en otra cosa.
S.T.
Mi educación dejaba atrás la poesía.
A esto mis padres lo llamaban no sufrir
pero yo, desde niño, encontraba
en los escasos poemas de los libros de texto
una puerta que me cerraron muchas veces.
Insistí siempre a un ciego, insistí…
La poesía quería enseñarme compromiso.
Entonces, yo, que me salía de la pista,
quería vivir dentro,
y así siempre.
Si no
Si no te matas,
el sabor inocente de la vida vuelve.
¿Con cuánta vida has llegado hasta aquí
como si nada?
Cuadernos de residencia. Ignacio Landa Lara. 415 páginas. Círculo Rojo, 2023.