Las balas se alojan con parecida rabia negra a la que también penetra en quienes son testigos para siempre de una muerte. Nombre: Iñigo Cabacas. Joven en el momento de fallecer. Causa: encontrarse celebrando como miles de Iñigos Cabacas la victoria y el pase a las semifinales de la UEFA de su equipo de futbol en Bilbao. Lugar: alrededores de la herriko taberna de la calle María Díaz de Haro de la capital vizcaína. Móvil del homicida: una orden emitida por un mando de la Ertzaintza de cargar y disparar con todo el material antidisturbios en la taberna y alrededores abarrotados donde se encontraba Iñigos Cabacas. Miles de posibles homicidios y un solo Iñigo Cabacas abatido a poca distancia. Esta es la crónica del documental ‘Iñigo Cabacas, crónica de una herida abierta’ dirigido por Karlos Trijueke y que está difundiéndose en diferentes lugares de la geografía vizcaína. El documental incluye, en su ultima versión, las comunicaciones entre el mando de la ertzaintza y los suboficiales cuya asombrosa acción esa noche causó la muerte del joven Cabacas, reveladas en los últimos días por el diario Gara. Silencios administrativos. Ausencia de versión oficial a día de hoy. Caparazón político alrededor de una institución, que como otros órganos policiales en otras épocas o no tan otras, es inmune e impune siquiera a la observación. Este homicidio voluntario oficial permite en su herida abierta ver otras heridas aún abiertas en Euskadi relativas a la impunidad policial.
En unas horas o días, el portal naiz.info colgará en abierto el documental. Así que no es este el lugar de suplantar los desgarradores testimonios de testigos que, con todo el dolor de los detalles que se les incrustaron como esquirlas, relatan lo acontecido aquella noche tras el partido Athletic de Bilbao – Shalke 04. La versión de los hechos de quienes fueron sujetos dolientes. La ertzaintza rehusó siquiera presentar una versión “oficial”, inexistente a día de hoy. La intervención en el parlamento del entonces consejero de Interior del Gobierno Vasco, Rodolfo Ares, estaba trufada, como queda demostrado por las comunicaciones de la propia Ertzaintza, de sutiles inexactitudes en unos casos y en otros de manifiestas mentiras – batallas campales previas, encapuchados en la zona… -.
¿Qué es que un policía acabe con la vida de un joven que bebía con sus amigos y miles de jóvenes más en las proximidades de una herriko taberna? Significa diferentes cosas según demos importancia a las diferentes incógnitas que se encuentran en esta ecuación. Elijamos la incógnita lugar – herriko taberna -. Es cierto que bastante antes de la llegada de la Ertzaintza al lugar se ha producido una pelea, de “borrachos” según los testigos, que abandonan el lugar al poco de iniciarla. Lo confirma la misma patrulla de la Ertzaintza que se persona. Pero la incógnita lugar sigue teniendo no ya un peso, sino que pasa a ser un móvil. Es preciso para el mando policial limpiar la zona, pero no la zona, sino la herriko taberna. Así da la orden, y no le valen las descripciones de tranquilidad que le dan sus suboficiales en el mismísimo lugar. Han desaparecido todas las incógnitas, pero prevalece la de lugar. Que se cubrirá de sangre.
El espejo roto de 40 años de violencia en Euskadi ofrece reflejos atróficos. Saquemos a Iñigo Cabacas de los alrededores inmediatos de la herriko taberna. Muchos pensarán: “no debiera haber estado allí”, “lugar equivocado”. Por otro lado, y cerrando este ocre y malsano círculo, para otros muchos cualquier actuación policial si es contra o en los lugares frecuentados por jóvenes o simpatizantes de la izquierda abertzale tiene cierta patente de corso o justificación per se. La “confusión” inicial de ciertos medios se debió a que pretendieron justificar, encarjar, la presencia del joven Iñigo en el lugar de su muerte con una proximidad ideológica a la izquierda abertzale. Todo posible apoyo a la ertzaintza se desmoronó: tal proximidad no existía.
Pero aún habiendo existido, cabría preguntarse qué pueblo puede admitir no como eximente sino como justificante el disparo de una bola de goma a bocajarro a un joven por el hecho de frecuentar una herriko taberna.
Es necesario partir de un hecho inapelable. Ni la Ertzaintza ni el anguiloso consejero de entonces ni la responsable de Interior actual han osado atribuir a Iñigo Cabacas causa o cargo ni de alteración del orden ni de pertenencia a grupo alguno. Silencio aterrantemente exonerador. Y culpable hacia quien ordenó entrar “con todo” en una zona ya en tranquilidad y hacia quienes llevaron hasta sus últimas consecuencias el verbo de la orden al gatillo de sus bocachas. Un suboficial trata de calmar a sus subordinados: “¡¡suave, suave, suave!!”. Demasiado tarde. demasiada contadicción. Es quizá la propia dicción del dolor, o más bien del poder a través del polen de su dolor: gobernar – el ministro de justicia dixit – y ordenar, cabía añadir es administar dolor; y muerte.
Sin duda, los amigos de Cabacas Liceranzu han sido el motor dolido pero decidido que ha tratado de hacer justicia a Iñigo. Lo que ha quedado tras la baja marea de este dolor, es la propia dolencia de la sociedad vasca. Alguien disparó a Iñigo. Un disparo a todos los demás. Los más piden justicia. Mas pedir justicia es pedírsela al Poder, al Poder que administra el dolor.