El tiempo metafórico que vivía Israel hasta ese momento reflejaba un país con sus costuras políticas y morales al aire; con sus sangrantes espinas sociales; con una creciente percepción de que la bonanza israelí se apoya sobre la dolorosa subrealidad del pueblo palestino. Nunca antes había vivido ni la sociedad ni un gobierno israelí un desasosiego crediticio, interior, moral, de semejante envergadura. Y tampoco el Gobierno. Porque el que está en el poder no es un gobierno cualquiera y el poder que está acumulando en torno a sí, tampoco. Eso era en ese momento. Cientos de miles de israelíes pasaban del recelo condescendiente al pavor ante el creciente autoritarismo del presidente Netanyahu. Han recibido golpes de la que consideraban hasta hace no mucho la policía que les protegía de esa fantasmagórica y cultural amenaza que supone la incómoda realidad de los palestinos. Pero eso era antes del momento en que Hamás lanzara una incursión armada desde el campo de concentración que es la ciudad de Gaza. Conviene detenerse en lo que simboliza y el momento simbólico, el aniversario de la fallida incursión árabe en 1973. Y no es menor coincidencia que en los cines europeos y norteamericanos se estrene Golda, un film sobre la entonces presidenta de Israel, Golda Meir, que hizo frente a aquella guerra llamada del Yom Kippur.
Para la pacata y narcisista cúpula militar de Hamás, la incursión puede pretender apropiarse una victoria inminente: han matado a decenas de soldados israelíes; se han apoderado de tanques y hasta prisioneros; sus ataques con misiles caseros pone en estado de peligro y alerta constante a la población israelí próxima a la cercada Gaza. Todo eso a un costo que se sabe será sangrientamente elevado porque el ejército israelí bombardeará Gaza con la habitual inmisericordia y saña habituales. Pero Hamás pretende ganar rédito en las atrocidades ajenas, aunque estudiadas con detenimiento. Habrá una negociación: la población de Gaza enterrará a sus quizá miles de muertos por los bombardeos israelíes; Hamás demostrará que puede hacerle cada vez más daño al tigre israelí; la sociedad que comenzaba a acorralar al fariseo presidente israelí Netanyahu, reclamará de él protección ante la amenaza palestina, justo cuando comenzaban a oírse voces que cuestionaban el criminal apartheid palestino. Hamás consolidará su hegemonía rentabilizando los muertos que provoca, al tiempo que arrincona a las opciones políticas palestinas no militarizadas. Porque, sin duda, y es donde convergen oprimidos y opresores, es un duelo entre militares, y una batalla entre estos en cada país y quienes no lo son.