«Si esto no va bien, serás tú quien pierda el culo, Henry.»
Richard Nixon a Henry Kissinger, el 29 de abril de 1970, víspera de los bombardeos secretos a Camboya, país neutral, que durarían 14 meses.
Henry Kissinger ha vivido un siglo y ha influido en ese siglo añadiéndole cantidad de oscuras estadísticas, sin apaciguar lo más mínimo su signo sangriento. Coyunturalmente contribuyó, como fiel escudero del tenebroso presidente Richard Nixon, a una entente de los poderes nucleares. De mientras, bajo sus órdenes la pax norteamericana se mal mantenía con sangrientos resultados a una escala descomunal. A Kissinger le tocó dar las órdenes, azuzar enemistades geoestratégicas que se traducirían en millones de seres humanos muertos, mutilados o desplazados. Kissinger es un dramaturgo en un escenario repleto de huesos secos; un seductor de la élite progre en los cócteles nocturnos de Washington; un imitador de Metternich en un despacho de la Casa Blanca escuchando grabaciones ilegales de funcionarios desleales y periodistas; un taimado y servil escudero de un presidente propenso al delirio y la inseguridad. En este último aspecto, Kissinger es el Henry Stafford en Ricardo III de Shakespeare. Ricardo III y su fiel Henry Stafford conspiran contra Enrique IV para hacerse con el trono. Nixon se sirvió de Kissinger en 1968 cuando este pertenecía al equipo norteamericano – del gobierno demócrata de Lyndon Johnson- que negociaba en París el final de la guerra con Vietnam. Nixon consiguió a través de Kissinger sabotear un posible acuerdo y frustrar así las posibilidades de una victoria demócrata ese año. Richard Nixon, como Ricardo III, ganó la sucesión al trono gracias al oportuno y cambiante Henry Kissinger. Este sería premiado con el cargo de máximo asesor de estrategia exterior de Norteamérica.
Henry Kissinger gobernó el mundo desde 1969 hasta 1976. Un administrador de fincas, pero sobre todo de la suya, simbólica, erótica del poder. El niño judío nacido en Baviera que llega huyendo el nazismo a Nueva York con quince años. Culto, empeñado, advenedizo. Ingresa en la nomenklatura con facilidad. Capta la esencia de su tiempo y la zigzagueante estructura del Establishment y se propone situarse a su frente. No cree en ninguna causa más que en la suya. Por eso recelaban con razón de él los demócratas a quienes traicionó y los republicanos con los que pretendía estar asociado. No tenía más teoría que la del poder. Y la democracia le parecía un engorro ignominioso.
La paz shakesperiana del admirado Kissinger por las élites y la historia del Estado tiene el filo de sus espadas con el rocío de la sangre. Bombardeos sobre Camboya: 500.000 muertos; bombardeos en Laos: 200.000 muertos; costo humano de la Guerra de Vietnam: 2,5 millones de muertes; asesinatos en Bangladesh: 2 millones de muertes; derrocamiento de Allende y apoyo a la dictadura militar chilena: 3.000 desaparecidos y 35.000 víctimas; apoyo a la invasión en Timor oriental: 200.000 muertos; apoyo a la Junta militar en Argentina: 30.000 muertos y desaparecidos. El profesor Killssinger puede abrir su libro de geometría mundial por cualquier página. Ahora, en el purgatorio.