La vereda donde fue asesinada Berta tiene una latitud funesta. Se llama La Esperanza. En la madrugada del 3 de marzo de 2016, cuatro sicarios entraron en la casa de Berta. Ella dormía en una de las tres habitaciones. En la otra, un invitado suyo, Gustavo Castro, un medioambientalista mexicano. Juntos tenían que reunirse a la mañana siguiente con campesinos de la vereda sur occidental de Honduras. Se vive un presente amenazante. El progreso y la fuerza también trabajaban a oscuras en Honduras.
-¿Quién anda ahí? – gritó Berta.
Enseguida recibió un disparo. Al instante alguien abrió la puertita de otra habitación y disparó a Gustavo Castro que solo alcanzó a taparse la cara. Al caer fulminado más por el terror que por la bala que le rozó, el sicario le creyó muerto. Mientras, desde la habitación de Berta provino el estruendo de cinco disparos más. Convencidos de su éxito, los cuatro sicarios abandonaron al instante la casa, envueltos en el resplandor estrellado del amanecer. Berta moriría minutos después con tres disparos en su pecho.
Los cuatro sicarios eran Edilson Duarte, Henry Javier Hernández, Elvin Rápalo y Óscar Torres. Edilson Duarte era capitán de infantería. Henry Javier Hernández, sargento del ejército y el líder del escuadrón. Oscar Torres y Elvin Rápalo, oficiales rasos del ejército hondureño.
Henry Javier Hernández y Douglas Bustillo, antiguo teniente del ejército y en ese momento jefe de seguridad de la empresa hidroeléctrica DESA llevaban dos semanas siguiendo a Berta. A primera hora de cada mañana, bajo los tibios aires de los días de febrero la esperaban guarnecidos en su automóvil oculto en los cantones del barrio El Líbano donde vivía Berta. Anotaron a conciencia sus pasos, los horarios y sobre todo las personas con las que se reunía allá en el rio Gaulcarque, a 25 kilómetros de La Esperanza.
El rio Gualcarque requiebra la región rural donde vive desde hace siglos la comunidad de los Lenca. Es una tierra milenaria de maíz. La mayor parte de las hortalizas y papas que comen los hondureños se cultivan en las pródigas e irrigadas tierras de los lenca. El río es, pues, un Alfa de la vida para esta comunidad. Y supone un Omega en la economía agraria de todo el país. Las luces de la vida en estos inmensísimos parajes se tornan de un ocre invasivo. La guerra del progreso en Honduras salpica los crepúsculos de nacar con la sangre derramada.
– Sé que van a por mi, que estoy en su lista.
Bertita Cáceres Flores nació en el seno de una familia que como otras tantas en Honduras “desaparecen sin dejar huella”. La terquedad de la pobreza, pero sobre todo el carácter de su madre Austra hicieron que Bertita decidiera no emigrar a la ciudad en busca de sustento. Sabedora del peligro acechante que se extiende por todo América Latina, permaneció en su tierra, la de sus ancestros.
El periodista peruano Joseph Zárate ha dejado retratada la guerra abierta que zozobra el continente. Las industrias del petróleo, de la madera, del oro y del agua “fueron centrales para los diferentes proyectos de modernización de nuestros países – hayan reinado gobiernos de izquierda o derecha, autoritarios o democráticos – pero que a la vez han motivado atropellos contra los pueblos indígenas y comunidades rurales, crímenes que hemos desconocido o naturalizado por la frecuencia con la que suceden”. América Latina es la región más urbanizada y la más desigual del plantea.
La madrugada del 28 de junio un rugido de volcán envolvió la colonia Tres Caminos donde residía el presidente Manuel Mel Zelaya. Doscientos soldados organizados en cuatro comandos y transportados en tres camiones sitiaron la vivienda. Ocho soldados levantaron a Zelaya de la cama y apuntando con los rifles lo llevaron en pijama al aeropuerto de Tegucigalpa. El avión presidencial pilotado por militares puso rumbo a Costa Rica. Manuel Zelaya tuvo una osadía inesperada un año y medio antes de aquella noche. Decidió subir un 60% el salario mínimo. En las fincas de las empresas hondureñas, los trabajadores cobraban el mínimo establecido en 3.400 lempiras mensuales, 170 dólares. Los propietarios de las dos principales fruteras de Honduras, United Fruit y la Standard Fruit – Chiquita y Dole –,,amenazaron con llevar sus plantaciones a El Salvador o Nicaragua. El atrevimiento de Zelaya llegó más lejos. Decidió incorporar a Honduras al grupo económico de países liderado por la Venezuela de Hugo Chávez, el ALBA. Desde la firma del acuerdo, Honduras recibió veinte mil barriles de crudo al día sin coste inmediato y créditos al desarrollo del banco público venezolano por valor de treinta millones de dólares. A las pocas horas del secuestro de Zelaya, la secretaria de estado norteamericana Hillary Clinton reconocía al nuevo presidente Roberto Micheletti.
Recuperada la cordura bajo la tutela de los fusiles, Honduras vio crecer un plan de progreso que ya llevaba años redactándose en los despachos de las élites. Era el proyecto de las zonas de empleo y desarrollo económico, ZEDE. La idea era crear nuevas jurisdicciones cercanas a las empresas como la United Fruit. Serían regiones gobernadas por empresarios y expertos técnicos.
El plan había diseñado por Paul Romer, entonces jefe de análisis del Banco Mundial. Romer estaba convencido de que Honduras podía salir de su endémica pobreza con su plan liberal de “ciudades modelo” ajenas a la violencia y la corrupción. Permitirían crear zonas de desarrollo al margen de las diez familias que controlaban la economía de Honduras. Se trataba de atraer capital a proyectos como la modernización de los puertos de Amapala, en el pacífico, y Puerto Cortés, a media hora de san pedro Sula, en el Caribe, enlazadas por una autovía.
– Vamos a hacernos con el 5% de la mercancía que pasa por el canal de Panamá
Dijo el presidente Juan Orlando Hernández en un discurso en Nueva York. Las ZEDE se propagarían como pústulas por todo el país con proyectos de minería, agroindustria, turismo y centrales hidroeléctricas. Fue entonces cuando los habitantes de la cuenca del rio Gualcarque supieron que había un proyecto para represar el rio. Desde el año 2006 la empresa Sinohydro, el Banco Mundial y la empresa hondureña Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima, DESA, preparaban construir cuatro represas.
Mientras la represa comenzaba a levantarse en 2012, el país se sumió en un augurio tenebroso. Los proyectos ZEDE azotaron aún más a las sociedades campesinas de todo el país. Miles de campesinos abandonaban el campo donde la Mara Salvatrucha se había adueñado de los poblados a los que extorsionaba sin piedad. Solo algunos pocos permanecieron en sus tierras. Berta Cáceres fue una de ellas.
Cuando el cuerpo de Berta Cáceres llevaba en la morgue más de seis horas, a las once y media pasadas de la noche, el jefe de los sicarios Henry Javier Hernández llamó al celular de Douglas Bustillo, antiguo teniente del ejército y en ese momento jefe de seguridad de la empresa hidroeléctrica DESA. No eran dos los muertos como creía Hernández. Por eso llamó dos veces más para asegurarse de que Bustillo había escuchado correctamente los noticieros.
Desde la madrugada del asesinato de Berta veinticuatro personas más han sido asesinadas en Honduras. Defendían las tierras comunales de minas en proyección, represas, explotaciones forestales o agroindustrias. En América Latina fueron 340. Un aire angosto de impunidad invadió Honduras hasta desecar la sangre enterrada de los muertos. Hasta que una mañana de cetrina furia escupió murciélagos.
Antes de poder llegar al aeropuerto de San Pedro Sula el 3 de marzo de 2018, Roberto David Castillo Mejía, pensaba que podía dejar atrás la conjura sangrienta de la que fue el gran druida. Este ex oficial de la inteligencia militar había sido hasta hacía poco el presidente de DESA. Así que no le sorprendió cuando uno de los doce agentes que lo detuvieron le devolvió a la patria de sus demonios.
– Queda detenido por ordenar la muerte de Berta Cáceres hace dos años.
La Sala I del Tribunal Nacional de Honduras declaró el 5 de julio de 2021 que Roberto David Castillo Mejía ordenó la muerte de Berta Cáceres. Según el tribunal, la demora en la construcción a causa de la enconada fuerza de Berta Cáceres y otros cientos de agricultores fue lo que llevó a Castillo Mejía a organizar el asesinato de Berta.
Todas las ZEDE aún en proyecto y la represa paralizada tienen, antes de ser una realidad, un cementerio construido. Es el de los cientos de campesinos e indígenas que cayeron bajo las balas del progreso.Porque el sentido del progreso es que tiene un fin. O un responso.
Para saber más:
La primera vez que la líder indígena hondureña Berta Cáceres se reunió con la periodista Nina Lakhani, Cáceres le dijo: «El ejército tiene una lista de asesinatos encabezada con mi nombre. Quiero vivir, pero en este país hay total impunidad. Cuando me quieran matar, lo harán». En 2015, Cáceres ganó el Premio Goldman, el premio ambiental más prestigioso del mundo, por liderar una campaña para detener la construcción de una represa hidroeléctrica financiada internacionalmente en un río sagrado para su pueblo lenca. Menos de un año después estaba muerta. Nina Lakhani cubrió el juicio a los cinco acusados de asesinar a Berta Cáceres. Reconstruye la conspiración y esboza los culpables que el primer juicio no consiguió nombrar.
Quién mató a Berta Cáceres. Nina Lakhani Ediciones Icaria. 352 páginas. 21 euros.
Andy Robinson describe cómo los gobiernos de izquierda que se hicieron con el poder en Latinoamérica a principios de siglo XXI apostaron por el extractivismo económico. La suya era una creencia en el progreso según los barómetros de la economía. Frente a un modo de vida diferente, el de las autarquías de comunidades ancestrales, la economía del crecimiiento aparece como una consecuencia y al mismo tiempo la solución de la gran economía en la que el continente americano no deja de desangrarse y empobrecerse al mismo tiempo.
.Oro, petróleo y aguacates. Andy Robinson. Arpa ediciones 316 páginas. 19,90 euros