Leo en el diario no sé qué diario: en tu barrio, y eso es a dos manzanas de donde te levantas los viernes, después del turno de madrugada, a las once de la noche a pillar. La policía ha entrado por tercera vez en lo que va de año en un bar cafetería que hacía las veces de coffee shop en Amsterdam. Trajeron tres furgonetas para llevarse tú especialmente sabes qué. Marroquíes regentando el local. Sonríes. Contumacia ¿La tuya o la de ellos? La de ellos. Vuelves a sonreír: es la ley del mercado. Te recuestas con gesto opiáceo: cuántos de los que votan esnifan, fuman hachís o maría, toman caballo, o recurren a las más correctas anfetamina, Adral y Ritalín, Alprazolam, Zolpidem, Codeína, Oxicodona, Fentanilo, novocaína. Te ríes. Pero tienes al camello de ese bar recién cerrado en el talego. Él se ríe de ti como si fuera Long John Silver en la isla del tesoro.
Hay, lo sabes, supones, una salida inteligente. Puedes ir a la cafetería en la esquina Sarri con la Renden. Ahí. ¡Maderos, gilipollas; estupas, subnormales ¡ a 100 metros de donde habéis hecho vuestra redada, podemos encontrar. Al de tres horas. Porque he llegado del curro como siempre dos horas después. Otros habrán pillado antes. En el curro, gran gilipollas tartamudo: noooo rindes, noo te veeo. Joder, tio, ni que estuvieras ciego ¿O lo estás de verdad y es de nieve? Yaa sa ves que proomovemos los puestos de mujeres. Cállate, pedazo de carne albondigada. Peero noo rindes. y tee lo aadvierto. Y de vuelta a casa en el autobús 3135, un control de la policía a la hora en la que los curritos volvemos bajo los mínimos efectos de lo que sea que nos hayamos metido durante el día. Pero no. Es un control para los que usan utilitarios. Es un control de alcoholemia. Y no siento pena por el jefe del departamento, bastante pedo porque ha tenido una comida de motivación con los comerciales, y tiene que pasar por ahí en dirección al puticlub que se encuentra justo al lado de las patrullas de policía. Y me vuelvo a reír pensando en mañana cuando vuelva a besar a su mujer y pregunte por los niños.
Los balances, Nuria, los putos balances, que pareces gilipollas. Es la jefa del departamento de supervisión. Y Nuria soy yo sin que yo sepa quién soy. Imprimo el Excel en el que he estado high tres días con sus tres noches. ¿Qué puta mierda es esto, Nuria? Pues el balance actualizado con las variables de ventas que me pediste. Para esto, lo hubiera hecho yo misma; no me sirve; ¿y esa cara de mierda que tienes, Nuria?
Nuuria. Teengo que haablarte. En el salón rococó de reuniones positivas, unas lámparas como ladillas luminiscentes, tonos ocres y manzana caduca por todos lados, me hace sentar en un sillón de pana desteñido. Neeecesitaaamos a una mujer para tu puesto. Y yo ¿que soy? Digo hablando a la pared. Eeeres muy masculina. Jamás había hecho lo que hice a continuación.
Los policías tocaron la puerta y entraron sin permiso. Abajo había creo que conté tres patrullas. De acuerdo a la ley, empezó a mal recitar un cabo, le confiero comunicada su condición de causante de un delito de agresión y odio de género. ¿No es por otras cosas?, pregunté salida de la cama y sospechando por los diez gramos hash y 12 de otra cosa. Qué cosa, señora, respondió no el cabo sino una agente con cara de botella de vinagre, como si les acusara de falsa profesionalidad, de no saber leer la denuncia que había escrito otra rancia avinagrada funcionaria, secretaria de 3.000 pavos al mes, en el juzgado. Nada, nada, cosas mías, lo etéreo.
Me he puesto con la báscula de la ponderación científica. Un gramo. Mi mente también ha basculado: cien clientes a cinco gramos de hachís, otros cinco de maría, un par de gramos de coca al día. Medio gramo de heroína; 0,24 gramos de metadona, 2,4 de Buprenorfina, 600 miligramos de Dextropropoxifeno, 0,30 gramos de Pentazocina, 0,1 de Fentanilo, 0,36 de Dihidrocodeína, 0,20 de Levoacetilmetadol, 0,30 de Petidina, 0,40 de Tramadol, 0,6 de LSD, 0,180 Anfetamina, otro tanto de Anfepramona, 0,90 de Clobenzorex, 0,60 de Metanfetamina, 0,125 de Triazolam, 0,10 de Flunitrazepam y Lorazepam, 0,15 de Clorazepato. Todo hace una media de 18 gramos de diferentes sustancias por persona y día. Lo que hace un kilo y ochocientos gramos de sustancias para esos 100 clientes asiduos de la cafetería, ahora cerrada por la policía. Lo que hace 657 kilos al año. Hoy se llevaron dos de coca.
Sigo calculando. Sonrío. En mi pueblo de 80.000 habitantes hay cinco garitos donde pasan. Y unos ocho camellos que van por su cuenta. Eso haría, 8.541 kilos. Y consideremos que hay siete grandes ciudades en los alrededores de la capital de la provincia con una media de población similar. 59.787 kilos. Son 12 euros la dosis de LSD, 45 los sedantes, la coca a 60 el gramo, 45 la heroína, 5 el hachís, 10 el éxtasis, 30 euros la anfetamina, y 45 la ketamina. Si por media de 30 euros el gramo de cualquier sustancia, sale la cantidad de 256.230 euros al año en mi pueblo. Y 1.793.610 euros en todo el entorno de la capital.
No le di tiempo a terminar su ponzoñosa frase. Tee vaaamos a desspeeee… Había cogido el cenicero de formica demodé que nadie utilizaba porque estaba prohibido fumar. Ayudaba a crear una atmósfera vintage y hortera, pero reconfortante con el espíritu de la empresa en ese salón de brain storming y sesiones de motivación. Los dos primeros golpes a la altura del occipital fueron los más reconfortantes. Solo al cuarto experimenté un placer creciente, como la primera calada del primer cigarro del día o la primera dosis de mezcalina. Su rugosa y pigmentosa piel bañándose en un terciopelo crepuscular. Joder si sangraba.
Yo veía un fluorescente rio fucsia emanando de él y a mi bañándome en él, plácidamente entregada. Flotaba a veces, y otras me sumergía en una amniótica condescendencia. Solo el estruendo de su deforme cabeza contra el cristal de la ventana interrumpió mi ensoñación. Y no recuerdo más que la llegada de la noche y las palabras del gerente de sección. Puedes coger la baja.
El mundo es así. Obsceno y lascivo. Perverso y cruel. Aún más violento que todo eso. ¿Me Too y “yo sí te creo hermana” y toda esa mierda? El cretino se ha recuperado y me denuncia por agresión en su condición de homosexual. Delito de odio y violencia de género.
El policía y la agente, de sonrisa uniformada me leen la denuncia. Juro que me gustaría conocer a los que escriben las denuncias en los juzgados para regalarles un cenicero vintage. Los veo salidos de un bosque. Son ardillas recolectoras. Sus hábitos se han transmutado en piel ocre. Suben y bajan por el tronco de mi columna con el triunfo de la trufa conseguida, o la piña en sus patas delanteras. Me retuerzo y les digo: dejen de subirse a la parra. De acuerdo, dice la agente, nos vamos. Y yo: pero ¿a dónde y así sin más? Les estoy expulsando, y no quiero que se vayan. Ella tiene la cara de Margaret Thatcher y él parece una mofeta. Pero podrían ser, solo pienso, mi familia. Vendrán, dice él, los del servicio psiquiátrico, no se preocupe, todo irá mejor; le recomendamos que descanse y cierre la puerta, apostilla ella. Les pregunto ¿se refieren a la puerta de la percepción? ¿Perdón? A Rimbaud. Es ella, con el instinto de sabueso atenta que husmea una posible pista ¿quién es Rimbó? No ha nacido todavía, les sonrío mientras cierro la puerta o la ventana o el balcón, y a mí misma.
Me hubiera gustado no ser tu madre. Me hubiera evitado un dolor que jamás conocerás. No he tenido fuerza para quemar esa carta. Tampoco sacar de mi cabeza otras frases. Regalos de navidad. ¿Por qué odio a mi padre más que a ella? Freud no necesitaría más que escucharme por teléfono sin necesidad de una primera sesión. Cuando murió mi padre, se negó a que mi hermana y yo hiciéramos siquiera una despedida. Nos llamó para decirnos si queríamos parte de sus cenizas. No finjas dolor, me dijo, tú no quieres a nadie.
En el destartalado Dacia blanco recorro la nacional de la costa. Sirenas ambarinas y celestes aleteando. No es para mí. Un coche y quienes iban en él se han empotrado contra la mediana. Bajo la ventanilla y la velocidad y la percepción. Puede que no haya una muerte tan dulce en esta sinfonía de ásperas olas resonando en el aire violeta tembloroso.
Huyo, como Rimbaud. En la hambrienta noche, la lengua ya negra del mar engulle los barcos hasta convertirlos en luces endebles pero vigorosas. Lo que nunca he sido yo. La liberación es el dominio pluscuamperfecto de la vida. La muerte es la frontera entre ese límite subjuntivo y ser una yonqui. Eso y ser una bastarda hija de perra, eso y, como mi madre, en vez de asfixiar con una almohada a tu hija con tres años escribirle cartas durante toda la vida. La vida es un aborto.
Ese rostro me sonaba. La jueza era el molde exacto de un personaje que vi hace años en la televisión, la doctora Grijander. Me dice, maternal y crepuscular, con un tono grave de entrañable de cuerdas amaderadas. Señorita Nuria etcétera, ¿le importaría decirme si la agresión con un cenicero al señor Orbis tiene sentido? Usted, creo yo, no quería hacer daño al señor Orbis en tanto que persona, ¿sino en tanto que figura simbólica?
No, señoría, no solo llevo dos años sin vacaciones, no solo el señor Orbis ha tratado de degradarme, insultarme y herirme. Tengo una degradación laboral dictada por él y su superiora. No me arrepiento de nada. Es en su porcina representación y persona en lo que descargo mi más profunda animadversión; eso es todo, jueza Grijander. ¿Cómo dice usted? He de comunicarle que mi apellido es Grijalbo, señorita Nuria, no Grijander. Pues acepto, señoría.
Cien euros como sanción penal por haberle abierto al cerdo de Orbis solo cuatro brechas en su inmunda cabeza – y las que le corresponderían a su malévola y sudorosa jefa, ¿qué pasa, jueza Grijalbo? -. La justicia tullida.
Celebré la exigua condena con mi abogado. En mi cama rendimos desnudos lo poco que me quedaba de mezcalina. Las paredes de la casa y las nubes que se colaban como labios nubosos nos hicieron el amor amortajándonos en los algodones felinos de un atardecer.
Qué más da cuánto tiempo ocurrió. Llego una tarde con una bolsa de tonelada de compras. En el descansillo un gordo canoso, un tirillas que yo diría tenía la tosferina o hepatitis terminal, y una pre obesa rubia de bote me esperan. Somos la policía judicial, dice alguno de ellos, usted tiene pendiente una fianza impagada. Debemos trasladarla a la prisión de Bas, puede hablar con su abogado. La puta fianza. Está sin pagar.
En la celda 323ª una bollera muy digna y debilucha sin casi delitos de sangre porque la novia a la que estranguló pudo revivir en el último momento, me da la señal de supervicencia: es como en el curro. Aquí están las joputas y las currelitas. Cada cual en su pabellón, solo que todos juntos en el patio. Así, chica mona, a volver a empezar hasta poder salir.