El protagonista Mirek dice en El libro de la risa y el olvido: “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Milan Kundera arma en esa novela-mundo, escrita y publicada en 1978 y en París, el legado raíz de su obra. Tanto antes, en obras como La Broma, como después en novelas como La insoportable levedad del ser o La inmortalidad, haría un ejercicio de constantes variaciones. Y sí, el poder es una constante especialmente en las novelas de los primeros veinte años del Milan escritor y del Kundera novelista. Porque este último es admitido en la crema de la intelectualidad checa en los primeros años de la década de los 50 bajo el ferrero paraguas del estalinismo. Ese Kundera sería proscrito nada más publicar la obra La Broma en 1967. El pasaporte de escritor se lo restituiría una patria y una intelectualidad ajena, la Francia que le acoge en 1975. El Milan escritor riega y siembra una tierra ajena pero muy pronto propia. Escribe sus posteriores novelas en francés durante casi cincuenta años, para no ser considerado nunca un autor francés. Es esa su primera e inmortal victoria contra el olvido de ser un escritor checo, y contra el poder, que no puede, pese a su monumental maquinaria de silencio, emparedar la obra checa del autor porque esta no solo se reedita desde París a cincuenta lenguas del mundo, sino que repite sus temas en la obra francesa y posterior del Kundera consagrado.
Hace escasos dos meses Tusquets publicaba un opúsculo de Kundera escrito en 1967. Es un alegato a la libertad literaria, cultural y humanística de Checoslovaquia y las repúblicas centro europeas frente al yugo omnívoro de Moscú. El argé del Kremlin no es tanto un expansionismo económico, sino un imperialismo cultural. Los tanques están destinados más bien a sofocar las lenguas y el legado cultural de las naciones consideradas menores, a evitar que ese impulso se traslade a una voluntad colectiva. La perspicacia de Kundera nos ofrece un cristal nuevo para comprender lo que está siendo la invasión rusa en Ucrania, convertida en una Checoslovaquia en 1968 con centenares de miles de muertos. Kundera sostiene que la cultura centroeuropea no es un apéndice sino un pulmón cultural de la Europa moderna. Ese sería el segundo motivo del empeño entonces soviético y ahora ruso para acabar con ella.
Milan Kundera ha fallecido en París, olvidándose desde hacía tiempo de quién era. Mientras más se recogía en sí mismo, al mismo tiempo más omitía su propia identidad. Para dos o tres generaciones de lectores, fue un escritor demandado. Algunos de sus ellos eran tan ridículos como sus personajes, adscritos a una militancia de amarga mantequilla existencial como, por ejemplo, Zdena en El libro de la risa y el olvido.
Construidas con una apariencia malabarista, sus novelas en realidad esconden códigos musicales no exentos de broma. La ridiculez es parte de nuestra existencia y mientras tratamos de revestirla de existencialismo y trascendencia, más ridícula se vuelve, no solo contra nosotros, sino contra nuestro destino que se convierte en una cacofonía.
Kundera ha sido inclasificable, pero visible entre las brumas. Heredero de Kafka, pero quizá también del Cervantes más lisonjero. De Robert Musil y sus túneles indagatorios del ser frente a la realidad y su secuestro por el poder. El decantamiento de sus protagonistas últimos nos convierte en sutiles voyeurs de parejas de la burguesía madura y crepitante, pero víctimas de un augurio eterno que también tienen como el Demian de Hesse, los primeros protagonistas aparentemente desclasados de sus primeras novelas.
El resumen de todo esto es que Milan Kundera es la consagración de la literatura. Decidió disentir de un estilo de apología a la realidad que le imponía la nomenklatura. Y se decidió a ser fiel a ella, rompiéndola en mil cristales a través de los cuales ver en su grotesca proyección a cada personaje. ¿Estaba él incluido en alguno de ellos, o en todos a la vez? El arpegio sigue siendo el sentido del lenguaje, el común y el propio, la memoria, el olvido, el poder y hasta dónde todos ellos dejan lugar a la persona. Para averiguarlo, habrá que seguir leyendo a Milan Kundera.