Es asombroso que la vida de un personaje tan a contracorriente como la del abogado y editor Gonzalo Boye, haya podido ser llevada a la gran pantalla en España. En el país de la piel de toro persistía hasta hora una regla de oro aceptada por la inteligentsia cultural y la industria que aceptaban incluso los realizadores y autores más osados dentro de los márgenes del status quo: no dar voz, por pequeña que fuera, a personajes implicados por motu propio o ajeno con la «violencia». Gonzalo Boye es desde luego uno de esos personajes, y nada menos que entre sus venturas figura la de purgar varios años de condena por una implicación que él siempre ha negado en el secuestro del industrial Revilla por parte de ETA; la policía y los jueces de la Audiencia Nacional llevaron a este chileno que militaba contra Pinochet a la cárcel en 1996: con el solo testimonio de otro de los acusados que se fugó del país. Los jueces y policias ganaron un caso y un malo más para las estadísticas y entre rejas, pero paradógicamente, ayudaron a forjar en la cárcel a un abogado que sería el letrado de Eduard Snowden varias décadas después y quien se querellaría en 2008 contra el ministro de Defensa israelí Binyamin Ben-Eliezer, y seis militares más, por el bombardeo del barrio palestino Al Daraj, cobrando un plátano y una manzana que era lo único de los familiares de las víctimas podían pagar, según relata Eldiario.es. En 2010 volvería a querellarse contra Israel por el ataque a la flotilla de Gaza. Editor Gonzalo de la revista mensual Mongolia, por eso de las mongolas paradojas que produce cotidianamente España y su desjusticia, es más el resultado de nuestra época que un protagonista de la misma. El director del documental que muestra a Boye, Sebastián Arabia, se ha convertido en un rara avis.Sobre todo porque los tiempos que han de venir no auguran vientos favorables para la disidencia y aún menos para la expresión. Salvo que al orden, mientras le van saliendo las cosas, éstan tienden a salirse de su cazuela. Y en esas estamos.