El vicepresidente español Pablo Iglesias hizo una previa y escueta definición de la valentía. Después estableció que el valiente era él. En un gesto táctico más, sus próximos, que también son su más alejados y sus alejados que son los únicos que se le aproximan, se sorprendieron de su marcial anuncio. Ante las elecciones en la comunidad de Madrid, Pablo Iglesias dejará su despacho como vice primer ministro del gobierno español para ser el candidato por Podemos frente a la presidenta de la comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso.
La política en España huele a piel de pollo recién acercada a las brasas. En las tertulias de la noche, apenas unas horas del anuncio, los descifradores se interrogaban sobre el gesto de Pablo Iglesias. ¿Es un gesto salvífico en pos del innato bien de la humanidad que persigue desde que tiene consciencia política? ¿Es un retiro poniéndose de nuevo el traje de comandante de todos los populismos que antaño fueron y hacer, como de Gaulle, reorganizar una victoria en la que luchan todos los demás? ¿Es, dentro de la deriva laberíntica del poder, trasladarse como caudillo a la conquista del único flanco que rivaliza con el gobierno? ¿O es, junto a todas las anteriores, y a pesar de ellas, la defensa de un partido triturado en conspicuas purgas por él auspiciadas, que ahora necesita su rostro para poder sacar al menos representación en la región de Madrid, centro del país?
Pablo Iglesias Turrión parece cerrar con su decisión el círculo que alumbró su partido: la búsqueda de la gobernanza política. Y pese a todas las apariencias, ha conseguido su escondido fin aún a costa de lastrar su menguante existencia. La regeneración que proclamaban los entonces líderes luego devorados de Podemos se ha cumplido. Y consistió en incorporar al bipartidismo español del 78 a una burguesía mainstream de izquierdas.
Con la irrupción de Podemos en el panorama institucional, la crisis de la izquierda española se ha agudizado. El precio político y social que España paga por ocupar su rol económico de país de servicios en la Unión Europea es muy alto. Se resiente el campo español que vive de subsidios, los sectores primarios, lo que lleva a un vaciamiento del país que se concentra en urbes desindustrializadas donde la especulación y subsiguiente corrupción, junto con el de servicios e inversión financiera del país. Los saberes y las prácticas primarias han sido sacrificadas, y la investigación que aporta más ingresos al Estado es la militar, que ha convertido a España en el octavo exportador de armas del mundo.
A este panorama se suma la crisis de relación territorial que vive España desde hace dos siglos y que el bipartidismo y las nuevas derechas e izquierdas se muestran incapaces de dar una vía de solución. El estado de las autonomías y el federalismo que ya ni la izquierda menciona y en el que nunca creyó porque no lo desarrolló, se muestran como soluciones muertas al nacionalismo y al independentismo en Euskadi, Galicia o Catalunya. En esta última comunidad, los bastonazos de la policía y la prisión a políticos independentistas han sido la solución que derecha e izquierda en Madrid han confiado lanzando el balón del problema a donde no puedan verlo.
Por si no fueran pocos los problemas, la jefatura del estado en España hace aguas como un Titanic patrio del que salen notas de violín restituidas. La monarquía borbónica vive su mayor descrédito desde el que mereciera Alfonso XIII. El emérito rey Juan Carlos I, nieto del anterior, ha reconocido una millonaria deuda con la Hacienda española que corrobora el periplo de bribonerismo real fundamentado en coimas multimillonarias por contratos e intermediaciones clientelares a lo largo de 40 años.
Pero la corrupción en España cae de la cúspide de su jefatura del estado hasta su base. Si al segundo partido en representación, le cayó hace un año una sentencia – trama Gürtel – que lo consideraba poco menos que una organización extractiva de comisiones ilegales, en el mismo tiempo otra sentencia consideraba a los dos principales sindicatos del país responsables de una trama criminal de fraude de subvenciones. Otra sentencia un poco anterior condenaba a varios miembros del PNV, que gobierna desde hace 40 años Euskadi y que sostiene al actual gobierno de Sánchez, por una trama de cobro de comisiones organizada alrededor del partido en la provincia de Alava.
En medio de una errática gestión de la pandemia aplicando la ley mordaza que elaboró el gobierno de Rajoy, el gobierno de Sánchez e Iglesias se ha limitado a gestionar la catástrofe sin salirse del guion marcado desde los poderes. La salida de Iglesias Turrión de la vicepresidencia, de la que no ha sacado rendimiento político, muestra el grado de interinidad e irrelevancia que de la política institucional. Al mismo tiempo, Podemos va extinguiéndose como proyecto político en el campo del posibilismo populista. La próxima batalla en la comunidad de Madrid puede ser la final.