La poesía de Gary Snyder es nublada. Desprende aroma de cedro y salmón ahumado. Humeante y sonora. Penetrada de una tensión constante: la búsqueda de lo salvaje, el eros, frente a su tánatos, la civilización depredadora. Kriller71 publica La Isla de la tortuga, colección de poemas nunca antes editados en castellano y traducidos por José Luis Regojo. La Isla de la Tortuga, escrita en 1971 y publicada en 1974, es la fibra latente de la poesía de Snyder, su arjé. Es un viaje a las laderas de los montes en Kioto donde se esconden entre brumas los monasterios budistas. Un viaje a los riscos de la sierra nevada en California.
Snyder es afortunadamente cada vez más editado en castellano. A ello han contribuido la esencial y monumental antología ampliada publicada por Ardora, La mente Salvaje, con traducciones de Nacho Fernández, Miguel Angel Bernat y el propio José Luis Regojo y la recientemente editada antología de poesía Beat por ediciones Varasek, que ya publicara anteriormente La Práctica De Lo Salvaje y Viaje por La India. Aún queda mucho por explorar de su extensa creación poética y ensayística. Adentrarse en Snyder es Hierba crujiente y roble azul; los aromas de pegajosas flores ocres que escalan pinos digger, olmos negros y pinos ponderosas; manzanita kitkitdizze. “Esta es nuestra casa”.
Snyder reivindica las fronteras naturales y esenciales, las llanuras, los valles y las cuencas de los ríos, el topos esencial, frente a los artilugios de la división de territorios que hacen gobiernos y autoridades. Y aún hay más: el contacto hoy perdido con los otros seres que un día fueron parte de la cominidad del hombre: el ciervo, el lobo, el jabalí, el oso, el zorro; y en un más acá, la artemisa, la salvia, los arces, los cedros y robles; los reptiles; las aves y pájaros.
La Isla De la tortuga es el nombre que los nativos daban a Norteamérica mucho antes del nacimiento de la “nación”. Aullido del coyote siempre presente, imaginario indio. En los riscos de la sierra, en las llanuras de los desiertos, Snyder es una voz revolucionaria. Nuestro espacio político no es el que creemos saber; menos aún vivir. Hay más una patria en una vaguada, en una cuenca, en una cordada de riscos que en cien mil aduanas o puestos fronterizos. A Gary Snyder es necesario respirarle. Su poesía es respiración. Primero, efímera en apariencia. Al releerla coge ritmo, se aspira con más profundidad.
La conciencia interior. Hay una batalla que se presta en sombras en los poemas de Snyder. Es un particular Baghavad Gita en el interior del poeta.
Una vez yo
Di con la idea
De estar
Estar sufriendo,
Me liberé, rompí mi anzuelo y sedal
(mi mente)-
Entonces aprendí,
Dolores de muerte y amor,
Nacimiento y guerra,
Tierra naufraga
Snyder toma como maestros a otros poetas. “La razón por la que estoy aquí es porque deseo traer una voz desde lo salvaje, en cuya representación vengo. Deseo ser portavoz de un reino que no está representado ni en las cámaras intelectuales ni en las cámaras de gobierno”. No hay líderes a los que seguir, tan solo un camino, una voz que escuchar, un modo de ser.
“Destruid ambos mitos del progreso, tanto “comunista” como capitalista” y todo tipo de idea de conquistar o controlar la naturaleza». Snyder pasó diez años en un monasterio budista en el norte de Kioto. Hay poderosas y eclécticas imágenes de la vida meditativa están incluídas en algunos poemas de La isla de la Tortuga.Su lectura es un viaje trascendente. Desde los silencios y sutras recitados en el templo de Mannen-zan Shōkoku Shōten Zenji, los cuencos de zinc tintineando. Hasta las poderosas imágenes de la Sierra Nevada:
Dragones en forma de dedo nebuloso bailan y
rozan temblorosos la sierra
y escupen y hacen espirales con la nieve, luego la dejan
temblando, sobre la columna
de la sierra dentada
Snyder reivindica una intrínseca manera de ser en el mundo «con los pies en la tierra». La Isla de la tortuga es un manifiesto de prosa política. No existen proclamas sino más bien un decálogo de desautorización a los preceptos de gobiernos y naciones y maestros de la guerra globales. A ellas se oponen la ética de la tierra y la comunidad. La revolución comienza con el más mínimo de los gestos y en cada uno de los espacios naturales. En lo salvaje de la mente.