El 10 de febrero, en una carta a la nación, el jefe de estado de 82 años, Abdelaziz Bouteflika, anunció que se presentaría por quinta vez a las elecciones del próximo abril. Inmediatamente, una inesperada ola de proteestas invadió toda Argelia. El 1 de marzo, reunieron entre 700,000 y 800,000 personas en Argel y casi 2 millones en el resto del país, desde Annaba, en el este, a Tlemcen, en el oeste.
En medio de las incipinetes protestas, el director de la campaña de Bouteflika, Abdelghani Zaalane – hijo del jefe de estado Mayor del ejército, Gaïd Salah-, presentó el 3 de marzo ante el Consejo Constitucional la candidatura del presidente. El mismo día, en una carta leída por un presentador en la televisión pública, Bouteflika afirmaba haber «escuchado los gritos de la gente» y se comprometía, si fuera reelegido, a establecer una «conferencia nacional inclusiva e independiente» para «discutir reformas y convocar un referéndum sobre una nueva constitución que allanaría el camino para una nueva República y un nuevo «sistema» para garantizar la «transmisión generacional».
Lejos de apacigüar los ánimos, el pueblo argelino interpretó las palabras de Bouteflika como una provocación. Las manifestaciones continuaron, tomado como protagonistas a un cada vez mayor número de mujeres. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, salieron a la calle a pesar de las amenazas del Jefe del Estado Mayor.
Cuatro días antes, varios movimientos de oposición, incluidos los islamistas y el partido Talaia al-Horiat – la vanguardia de las libertades – de Ali Benflis, ex primer ministro entre 2000y 2003 y candidato en 2004 y 2014, se reunieron en Argel. Pidieron la aplicación del artículo 102 de la Constitución, que permite declarar la vacante de la presidencia en caso de incapacidad del Presidente para gobernar debido a su estado de salud. También solicitaron el aplazamiento de la votación.
Para buena parte de la clase media argelina que no vive de las prerrogativas del clan Bouteflika, el actual jefe de estado carece de legitimidad, instrumentalizado por grupos de interés que giran a su alrededor. El país ha perdido demasiado tiempo. Si Bouteflika hubiera cedido en 2014, las reformas sociales habrían elevado a Argelia al rango de las principales naciones económicas del norte de Africa. El movimiento de protesta es desde luego heterogéneo. Está alimentado por el deseo de recuperar la calle, donde desde 2001 no se permite reunión alguna. Las consignas recuerdan a las del levantamiento tunecino de diciembre de 2010: «Game Over», «La gente quiere la caída del sistema», «Ladrones, tomasteis el país», «Argelia, libre y democrática». A diferencia, el protagonismo de los menospreciados parias, como los protagonistas de las novelas de Albert Cossery, está siendo determinante.
Junto a los parias revolucionarios, este movimiento se nutre de las clases medias urbanas, que al igual que las clases trabajadoras, exigen que todos puedan «disfrutar de la vida en Argelia y superar el trauma de la Década Negra» entre 1992-2002. «Nadie debe morir en el mar mientras cruza el Mediterráneo hacia Europa con la esperanza de encontrar El Dorado y acceso a los placeres de la sociedad de consumo».
Algunos generales retirados y cuadros de la seguridad, frustrados por la disolución del Departamento de Inteligencia y Seguridad en 2015, también alientan las movilizaciones. Este es también el caso de altos funcionarios, sindicatos independientes, asociaciones juveniles, activistas de derechos humanos, estudiantes, periodistas, abogados y partidos de oposición integrados en el «sistema». Su objetivo es «re-institucionalizar» el país del clan Bouteflika y restaurar los equilibrios regionales tácitos dentro de los centros de poder, y volver a un mínimo de reglas para reducir la arbitrariedad en la toma de decisiones.
Las protestas siguen. Puede que el mandato de Bouteflika termine por razones de salud. Eso cortocicuitaría las movilizaciones. En este caso, el presidente del Consejo de la Nación asumiría el cargo de jefe de estado por un período de hasta 90 días, durante los cuales se organizará una elección presidencial. Si las manifestaciones no merman, surgirán nuevas fuerzas políticas y asociativas, que apartarán a los partidos políticos.
En los mentideros diplomáticos, se sabe que el ejército podría tener sus cartas alternativas para conservar el régimen. El general retirado Ali Ghediri, candidato presidencial, podría representar el candidato «de consenso» para que como decía Tocqueville, cambiando todo nada cambie. De momento la calle argelina aún chilla.