El periodismo es un rio revuelto de corrientes turbulentas, mezquinas, cortesanas y a veces a contrasentido. Explosionan en él fuerzas desgarradoras que expulsan a los que como diría Richard Kapuscinsky no son cínicos advenedizos. En las urbes y en las aldeas de nuestra era global cunde la sensación de que los grandes medios son mastodontes anquilosados a imagen de una mastodóntica democracia con iguales carencias y ocultaciones. Y los periodistas, por una parte una cortesana casta de miembros elitistas del establishment y por otra una masa de aspirantes redactores a mantener un empleo cada vez más en el filo de una crisis de negocio y de moral. Como para ocultar esta encrucijada, el periodismo continúa ofreciendo mitos culturales sobre sí mismo. El relato del periodista David Jiménez sobre su escaso año al frente de la dirección del diario El Mundo en España, muestra las costuras rotas del periodismo. En las páginas de su libro publicado por Libros del K.O., Jiménez relata puntualmente el acoso de un gobierno despótico, el de Mariano Rajoy, con su secretaria de comunicación haciendo las veces de rottweiler. Describe con minucioso detalle cómo todo un aparato de cloacas provenientes del estado impregna filtraciones a periodistas en medio de una auténtica vendetta en los estamentos del poder. Jiménez abre aún más la ventana hasta ahora cerrada de las interioridades de un diario que sostenía que los atentados sufridos en Madrid el 11 de mayo de 2004 eran obra de la organización ETA. Fueron miembros de esa cloaca quienes comenzaron a proporcionar al entonces director de El Mundo y a algunos redactores datos preparados que pudieran avalar la teoría falsa de la autoría de ETA.
David Jiménez describe las presiones del mundo de los negocios, pero sobre todo la connivencia palaciega de la alta jerarquía del periódico, “el cardenal”, “la digna”, «el señorito», Richard Gere», entre otros reconocibles personajes, con el poder político, empresarial y sobre todo financiero. La labor de estos no es más que conseguir que los medios sean una caja de resonancia de aquellos. A modo de leyenda podría decirse que “es el mercado, amigo” que dijo el condenado ministro Rodrigo Rato.
Todo el mundo lo sospechaba, a resueltas de los grandes acontecimientos. David Jiménez aporta los datos concretos. Es un ajuste de cuentas personal, probablemente. Pero sobre todo es un más que nunca necesario ejercicio de esclarecimiento. La prensa lucha hoy denostadamente por legitimarse, consciente de que en buena parte del mundo occidental el periodista no es sinónimo de persona íntegra e intrépida en la búsqueda de la verdad y la justicia. El mito Watergate es un fetiche, caduco como otros muchos. No es casualidad, de mientras, el intento de recuperarlo en los últimos años con la proyección de dos grandes obras cinematográficas – Spotlight y The Post –.
El Director de David Jiménez es la contra cara del alegato cínico que pudiera hacer cualquier apologeta de la prensa. A pesar de que su autor representaba, en el momento en que aceptó el cargo de director, la esencia liberal del cuarto poder vigilante de la prensa. David Jiménez describe las numerosas castas que alberga un gran diario: desde sindicalistas con chófer hasta redactores que cobran en especie de empresas de las que cubren información, pasando por gerentes al servicio directo de Moncloa, la sede del gobierno, o de Zarzuela, la sede de los monarcas españoles.
Las escenas que, a veces a modo de Chejov, enlaza Jiménez llevan en muchas ocasiones reflexiones éticas y otras estéticas, como por ejemplo la “crisis” de la prensa escrita. El dilema digital-papel que se ha instalado en los salones mediáticos tiene una gran dosis de encubrimiento filibustero: la falta de compromiso por el reporterismo. En su lugar, los lugares comunes y el zafarranchismo servil han convertido a la prensa en panfletos grotescamente idénticos. Ante este panorama el periodismo hace tiempo ha huido de la prensa – y por supuesto la TV y la radio – para alojarse en medios digitale, revistas impresas y editoriales del extrarradio. Hay una andrómeda que se ha convertido en contestataria con solo ser honesto refugio de historias,sus personajes y el interés por narrar un mundo sin pasar por el tamiz de lo instituido. Y esta paradoja no es poca. Refleja una disensión en el periodismo. En las facultades de ciencias sociales y de la comunicación donde hoy estudian buena parte de los que serán mañana periodistas, no se imparte una asignatura que enseñe cómo caminar, y por qué medios a la isla de Itaca del periodismo.
Volvamos al libro de David Jiménez. En España, el periodismo valiente estuvo desde finales de los 70 hasta la aciaga y decadente década del 2.000 representado por la labor de insignes periodistas: Xavier Vinader, José Luis Morales, Rafael Cid, Teresa Toda, Antonio Rubio, o Pepe Rei, entre otros. En medio, y volviendo al periódico El Mundo, puede resaltarse el meritorio y referente para mi generación entonces estudiante, del libro reportaje Amedo: el estado contra ETA de Ricardo Arques y Melchor Miralles. Hoy el periodismo, investigativo, narrativo, está fuera de cualquier redacción. Estas están inundadas de sus propias aguas.