
Su nombre también es Vladimir. Vladimir Rusanov. Es un gasero ruso gigante de 300 metros de eslora, 50 de manga y 12 de profundidad. Zarpó del puerto de Savetta, en Rusia, el 3 de marzo. A las 7.47 de la mañana del 12 de marzo, fondeó con la zampa llena de gas a 41 grados, 24 minutos y 24 segundos latitud Norte; y 3 grados, 3 minuto+s, 21 segundos, longitud Este. Es la bocana del puerto de Bilbao. Los paseantes de La Galea y el muelle de Arriluze que divisan a lo lejos el gasero no advierten los colores de la bandera rusa que lleva el gasero. Quizá tampoco, y si lo supieran les parecería bien, que lo que lleva en su zampa calentará sus casas, pero pagará la balanza comercial del gobierno ruso. El bienestar de los que pasean complacidos y ausentes tiene un precio muy alto. Con los beneficios de este gas, el Estado ruso y su jefe máximo pagan la invasión de Ucrania y los cientos de miles de cadáveres que deja día a día. Son 30.000 soldados y 40.000 civiles ucranianos muertos; puede que otros 30.000 soldados rusos. Son cerca de 10 millones de ucranianos desplazados por los bombardeos rusos, según Naciones Unidas. Si la información tiene el cometido de ayudarnos a comprender nuestro mundo y discernir la ética de los hechos, la satisfacción apática y cínica, que es el tuétano del espíritu burgués – los negocios no deben interferir lo personal, señor Vladimir, de eso sabemos mucho en Bilbao -, cauteriza con lisonjera eficacia la reflexión moral. Mi paseo mañanero, pues, por el muelle de Arriluze no se altera, como tampoco el del resto de risueños flaneurs costeros, a causa del gasero a lo lejos. Mientras, ni me abrumo, como tampoco ellos, por las cifras oscilantes del mercado de la barbarie de los Estados.
Lo que sí llama mi atención es ese punto de luz donde convergen los horizontes cromáticos en apariencia diferentes: el cinismo burgués mercantil; las miradas ideológicas presuntamente radicales, y el abotagamiento espectacular de la barbarie – 40.000 palestinos masacrados equivalen a 1.600 israelíes asesinados (la libra de carne que se cobra el Mercader de Venecia en Shakespeare) ; un empate de 30.000 soldados de cada parte obliga a repartirse la Ucrania conquistada como vaca despiezada –. Todo ello es una subyugación de la razón instrumental que hizo posible Auschwitz. Es la ideología de nuestra era. Está inoculada en las diferentes ideologías que pretenden ser las abejas reinas de nuestra temerosa civilización. El espectro político no es un foro, sino un deteriorado baratillo. ¿Es necesario recuperar el ejercicio político común? ¿Precisamos abrir el legado del pensamiento greco latino y europeo, y por tanto el bagaje ético de su filosofía y literatura, para recuperar un mínimo de decencia colectiva en nuestra ahora y aquí?
En los últimos años, dos editores a cargo de importantes medios de comunicación, BBC, The New York Times y The Guardian, Mark Thompson, (Sin palabras ¿Qué ha pasado en el lenguaje de la política?, Debate 2017, traducido por Gabriel Dols Gallardo) y Alan Rusbridger (Breaking news: the remaking of Journalism and why iit matters. Cangate books, 2018), han analizado con iridiscencia el deterioro de la información y su fidelidad a la verdad y al conocimiento. Nuestra era se ha empapado de la sabia del posmodernismo en las artes y las ciencias políticas: No hay nada sólido. No es que ya no exista nada inmanente. El neolenguaje reestructura la realidad para conceptualizarla de acuerdo a los intereses de las sacristías que luchan por la hegemonía cultural y política.
Ahora que se observa con parsimonia la efeméride de la masacre del 11 de marzo de 2004 en Madrid, mi ánimo viaja a donde está ocurriendo eso mismo no solo en Ucrania y en Gaza, sino en Yemen o en Etiopía o en la frontera entre México y Estados Unidos. ¿Me importan esas personas que están muriendo por intereses de Estado? Si tuviera que vivir con un grado menos en mi casa y los responsables que venden el gas a la compañía que me lo cobra a precio de oro, tuvieran que poner fin a la invasión porque ha bajado el pedido de gas ruso, ¿yo lo haría? Los políticos que permiten que los empresarios acuerden la llegada del buque ruso, se escudan en el cinismo colectivo, real y evidente. Salvo que, en realidad, esa hipostasiada hipocresía es un hámster girando en una noria en la que los papeles se invierten con precisión suiza: unas veces la sociedad hace de político; otras a la inversa.
En la cola del dragón cínico están quienes sí responden a la pregunta acerca del sacrificio personal en favor de conseguir un bien moral superior. Por ejemplo, quienes promueven un boicot a productos israelíes por la matanza y masacre de palestinos en Gaza y no a Rusia por la agresión y matanza de ucranianos en su propio país. Y a la inversa.
Ya he venido de mi paseo. Y pienso, de nuevo, como siempre hago en estos nuestros tiempos posmodernos, en mi admirado Orwell. Preveía todo esto y un poco menos hace solo 80 años. Y, siento comunicarles que también rememoro a otros divulgadores de la necesidad ética en el pensamiento y en la razón práctica. Y aquí recupero a Fernando Savater, Rafael Sánchez Ferlosio y Agustín García Calvo. A los paseantes por estas letras que les ofenda alguno de estos nombres por patologías varias, les sugiero que embarquen en el gasero ruso.