La generación de Emmett Grogan decidió no esperar más. Las calles de las urbes norteamericanas estaban aquel verano de 1967 plagadas de jóvenes como él a los que la heroína y otras drogas y la propia cultura de masas aún no habían amortajado. No se dejaron distraer por ningún arcángel democrático; ningún sueño que no permitiera abrir la experiencia. Dejaron aparcada la esperanza para unirse solo en el presente. Querían derrotar toda vida administrada: un trabajo, una hipoteca, ascender en el engranaje de ascenso social, flores caras en un funeral de clase media laica y progre. Rechazando el hippy business emergente del San Francisco con flores en el pelo. En la juventud de Grogan y los suyos el profesor Herbert Marcuse depositaba la esperanza de la revolución, y no en el proletariado integrado ni en las vanguardias recalcitrantes. El testimonio electrizante de Emmett Grogan está recogido en su reciente autobiografía, Ringolevio, editada por pepitas de Calabaza y traducida por Julio Monteverde.
Ringolevio es un libro político, erótico, de acción callejera, de trasgresión, de muerte, de subversión. De furia y poesía. No hay tintas medias ni en la mirada ni en la acción de Emmett Grogan. De la subversión la cultura de masas también hace un producto que sale al mercado, cotiza al alta y tiene en los radicales caviar a su fiel público.
Grogan recala en San Francisco a mediados de los 60 porque en esta urbe de vida mediterránea pululan personajes como Kenneth Rexroth, Allen Ginsberg entre otros que han forjado el renacimiento cultural de la ciudad. Apenas prende en la ciudad y su comarca la llama extinguida de un sindicalismo revolucionario, el de los libertarios wobblies, de los objetores a la segunda guerra mundial; y en las calles de sus barrios abundan las prostitutas, los bandidos, trúhanes, los negros perseguidos, chicanos, los recientes artistas y los nuevos hijos de clase media hijos del baby boom que acuden a la elitista universidad de Berkeley.
Los jóvenes abandonan los hogares recargados de la opulencia y moralidad utilitaria. En las universidades, las aulas ya no son la fábrica para hacer de los blancos estudiantes los nuevos cuadros de mando de la sociedad industrial tecnologizada. Una guerra global se cobra millones de vidas. Los países de América Latina viven un renacimiento popular y estudiantil aún más comprometido. Occidente ve agrietarse el muro que la defiende, pero tiene en su “enemigo interior” al peor de los males. ¿Estamos en 1967 o en 2017?. Esperanzas de regeneración política tratan de integrar a una juventud en plena desafección: un Kennedy despliega sus artes dialécticas; un político del sistema, Eugene McCarthy, propone abandonar la guerra.
Grogan se une a los Diggers, activistas callejeros que abogan por cambiar el punto de mira hacia las cosas y la propia vida. En vez de pensar en lo que un Kennedy, un McCarthy puede hacer por cada cual, más vale pensar lo que cada cual puede hacer por sí mismo y los demás. Se trata de cambiar «el marco de referencia». En vez de solicitar subsidios de comida, los diggers organizan reparto diario de comida conseguida de las más diversas formas. Utopía en práctica en 1967, distopía próxima en 2017. La práctica de los Diggers con sus comidas gratuitas, sus acciones de teatro guerrilla ocupando parques y calles, tiene su reverso: políticos que se harán profesionales de la contracultura, a los que Grogan otorga buena parte de sus iras. ¿Paralelismos en 2017?
Toda acción subversiva puede estar abocada a la derrota. Así que el reto está en convertir, como acosejaría Sun Tzu, esa eterna derrota en una victoria que se trasmita de generación en generación. Puede que sin quererlo, es lo que hace Emmett Grogan, poniéndonos ante nosotros mismos en la tesitura de llevar a cabo la propia acción de nuestras vidas si estas merecen tal nombre.
“Las instituciones y los objetivos a largo plazo han perdido su significado. El trabajo es tiempo de esclavitud. El ahora es una acumulación de finalidades con objetivos puramente inmediatos. Los jóvenes están destruyendo el falso frente de la dignidad y el status. Están entrando en la existencia sabiendo que hoy es el primer día del resto de sus vidas. Quieren una identidad auténtica […] Mientras se alejan de la banalidad, se acercan a la esencia del horror […] la exuberancia enloquecida y el hambre de sensaciones son su aliciente constante. Un círculo diabólico […] se retiran las máscaras y uno penetra en la verdad insoslayable del propio ser. Más allá del alcance de la compulsión. Más allá de la posibilidad de derrota. Es la ideología del fracaso”.
Organizad vuestra putas cabezas! ¡Uníos! y dejad todas creencias de mierda¡ creencias como la del deber de organizar a los maestros, a los obreros, a esto o a aquello ¡No organicéis las putas escuelas! ¡quemadlas! ¡O simplemente alejaos y dejadlas y se pudrirán solas! Abandonad el sistema porque os estaréis engañando si no lo hacéis, y vuestros propios hijos lo saben y por eso se alejan de las mentiras que significan vuestras vidas¡”.
Emmett observó al presidente Nixon machacar el auge que había alcanzado la contracultura del país. «Mandó a los obreros a que golpearan a los estudiantes, con la promesa de que descongelaría sus salarios y se pondría de parte de los sindicatos. No lo hizo, y los obreros golpearon inútilmente a los estudiantes, que ya habían reconsiderado la situación y se apresuraban a bajar la cabeza tratando de conseguir un buen empleo ahora que los trabajos comenzaban a escasear”. Ocurrió en la Francia post 68, en México. La desafección de los jóvenes queda en agua de borrajas. Quien más quien menos acepta incorporarse a la rueda de engranaje que en realidad en un fatal boomerang.
«Nuestra salud mental depende de demasiados Nembutales. Los ciudadanos “normales” con sonrisas de maniquí de escaparate permanecen al margen los unos de los otros como pastillas envueltas en algodón dentro de una botella. Son eternos pacientes mentales. Enloquecidos por trabajos estériles como camisas de fuerza, el amor reducido a una insípida “relación personal funcional” y el Arte como un pacificador de fantasías”.
«La historia contemporánea es una conspiración por el dinero; la llave del átomo. La fachada del presente que parece en perfecto estado muestra señales de decadencia. Todos los días el cemento se agrieta un poco más y la consecuencia es una división creciente […]
El testimonio de Emmett Grogan, a caballo entre la vivencia y la fábula, nos acerca a un eterno retorno. Los hippies de antaño son los hipsters de hoy en día con sus chamanes políticos y sus oráculos de culto te cnológicos. Los reformistas radicalizan el neolenguaje en un intento desesperado de encauzar la desafección. La eterna crisis amenaza con el fin del maná de la civilización, el petróleo, por el que se establecen las guerras mundiales. La vida es un sucedaneo. Y la subversión es un riachuelo subterráneo bajo el hormigón agrietado del sistema. ¿Por qué Ringolevio es, además de la crónica de la subversión contracultural, un manual de humor contra toda las rigideces políticas? Emmett Grogan y los suyos no pararon de burlarse de los serios izquierdistas diletantes, de los políticos, de los pastores de rebaños, de las lideresas emergentes. La vida es un juego, en el que no hay que dejarse pillar. Ringolevio era el juego de las pandillas en el Nueva York de finales de los 50, en el que unos atrapaban a otros y todos huian de la policía. Si en la revolución no cabe el juego, no me interesa la revolución, que dijo la revolucionaria Enma Goodman. Los diggers llevaban el juego a la vida cotidiana.
«La política es un círculo donde las palabras están adulteradas por un gigantesco fraude. Agudiza tus sentidos para y mejorar el diálogo con la existencia»
“La sociedad occidental se ha destruido a sí misma. La cultura se ha extinguido. La política está tan muerta como la cultura que la sustentaba. Nuestro movimiento es la primera pequeña batalla de una lucha enorme, infinita en sus implicaciones”.
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Para saber más:
El hombre unidimensional. Herbert Marcuse, Ariel 2010. Libro referente de Herbert Marcuse, exiliado de Alemania y profesor a finales de los años 60 en la Universidada de Berkeley. Marcuse analiza las sociedades occidentales que, bajo un disfraz seudodemocrático, esconden una estructura totalitaria basada en la explotación del hombre por el hombre. Estas son capaces de reprimir todo cambio cualitativo y al mismo tiempo albergar en su seno fuerzas capaces de poner fin a la represión y de hacer explotar las mortales contradicciones que laten en su seno. El sujeto revolucionario no es ya el subproletariado urbano, ni los intelectuales, ni ambos juntos. La solución es despertar y organizar la solidaridad como necesidad biológica para mantenerse unidos contra la brutalidad y la explotación humanas.
Comunicado urgente contra el despilfarro. Agustín García Calvo, Pepitas de calabaza, 2017. Al mismo tiempo que Marcuse, este panfleto de García Calvo escrito en 1969 denuncia las nuevas formas de miseria propias de la sociedad del llamado bienestar. Dirige la denuncia, no contra el «consumo», sino contra el despilfarro de las vidas, que se convierten a su vez en despilfarro del despilfarro. «Para poder despilfarrar vidas humanas la Estadística tiene previamente que reducirlas a masa y número de almas; pero la operación estadística convierte en primer lugar al estadista en la más ciega y obediente de las piezas de la computadora».
García Calvo llama a no paerticipar de la realidad que imponen las instituciones y los mass media del poder. Tampoco a huir mediante la evasión del consumo de drogas, que no es otra forma más que del despilfarro de la energía y la vida.
Hacia un mundo nuevo, Bobby Kennedy. Sedmay 1968. Este compendio de ensayos y discursos del que sería candidato demócrata en 1968 es un intento de incorporar a la juventud estadounidense desafecta con el sistema. Elocuentes y cautivadores, estos discursos presentan la necesidad de reformar el sistema para que este no quede al margen del sentir de la propia sociedad. Un reformismo visionario, un new deal ético y económico, se propone. Kennedy propone salir de la guerra de Vietnam, y un programa de activación económica para combatir la subversión política en los guettos y ciudades norteamericanas. Para aplazar la insurgencia estudiantil y campesina en toda America Latina, Kennedy propone un ambicioso plan de inversiones en estos países que llevara el epígrafe de «Alianza por el progreso».