Aunque los premios literarios estén merecidamente denostados, solo algunos, como los nobel, permiten darnos a conocer a autores sepultados en el portentoso magma de la producción literaria en cuyas obras resplandece una viveza sutil pero infinita. La escritora surcoreana Han Kang, de 53 años, ha sido reconocida por la Academia que otorga el premio Nobel de literatura como merecedora del galardón. Esa sutileza ancestral a la que me refiero se encuentra de manera espectral y sinuosa en su penúltima obra La clase de griego, publicada en Corea en 2011 y en castellano por Random House en 2023.
La ciudad de Seúl se pierde; su tiempo, su esencia se descascarilla. ¡Le ocurre lo mismo a nuestra protagonista? Sí, porque por algo ha elegido recibir clases de griego, una lengua muerta. Pero es incapaz de pronunciar una sola palabra, cuando tiene que hablar. Ha perdido la capacidad del lenguaje. No es su única pérdida. Atrás quedan la de su madre, y la custodia de un hijo de ocho años. Su única esperanza de recuperar el habla es sumergirse en el azaroso aprendizaje de una lengua muerta. Su profesor de griego vive un desmoronamiento paralelo. Ha regresado a Corea después tras pasar muchos años en Alemania. Se escinde su existencia entre dos culturas y dos lenguas. Pero afronta un derrumbe aún mayor: está perdiendo la vista, y odia vislumbrar el momento en que se convierta en una persona dependiente.
Los caminos de nuestra protagonista y el profesor ¿pueden cruzarse y otorgar a ella la palabra, y al otro la vista, la luz, la clarividencia? Esta obra desprende un entrañable anhelo de afrontar lo que significa estar con vida a través de la filosofía, la literatura, y los sentidos.
En las librerías aún está su última novela, La vegetariana, publicada en junio de este año. Cualquier escusa es buena para abrir la puerta a esta gran autora.