Si entendemos por «progreso» la transición sin fin a un estado mejor, parece que en la actualidad tal afirmación cuenta con muchas dudas de que así sea. El pensamiento del progreso se inspiró en el escrito de San Agustín sobre la Ciudad de Dios, pero aún no se piensa en una mejora continua, cosa que aparece en la idea moderna del progreso.
El motor de esta idea son las máquinas destinadas a producir movimiento a expensas de otra fuente de energía. Lo que se espera de ello es la emancipación por obra del ser humano mismo de las coacciones que la naturaleza impone. Este pensamiento centrado en lo que favorece a la sociedad y lo procura, comenzó de forma gradual a desplegarse a finales del siglo XVII y se desarrolló en los siglos XVIII y XIX. De la misma manera que se ponían de manifiesto los aspectos negativos del progreso y se vigorizaba su crítica, se resalta que el indudable adelanto en lo empírico y material no garantiza por sí solo una verdadera calidad de vida.
La Revolución industrial nació y creció en Gran bretaña con la máquina de vapor. En muchas ocasiones se ha dicho que fue la productividad agrícola y la demanda doméstica las grandes impulsoras. Por ello es tan atrayente y clarificador el libro de Priya Satia, El Imperio de las Armas y más aún el subtítulo, La construcción violenta de la Revolución industrial. ¿Cuál es su tesis central?, pues que la guerra la creó. Que el telón de fondo de la Revolución industrial no fue la industria del consumo de algodón, sino la Guerra de los nueve años, la Guerra de Sucesión española, la Guerra de Sucesión austriaca, la Guerra de la independencia norteamericana y las guerra contra la Francia revolucionaria y napoleónica. Durante mas de 125 años – entre 1668 y 1815 – Gran Bretaña estuvo más o menos siempre en guerra.
Durante esos años, los fabricantes de armas reorientaron sus negocios hacia la banca. Uno de los principales fabricantes de armas en Birmingham, James Farmer, tenía amigos implicados en ellas como David Barclay y Sampson LLoyd. «El interés por el negocio de las armas era generalizado y Gran bretaña estaba implicada para expandir su imperio. «Las armas eran el producto de una sociedad militar industrial». Los armeros de Birmingham salieron más ricos de las guerras; ciudadanos prominentes ellos que sufragaron el nuevo hospital de la ciudad.
En aquellos años comenzó a desarrollarse otro proceso que completó la Revolución industrial: el auge de la energía de vapor. Pero, ¿Por qué los fabricantes pasaron de las fuentes tradicionales de energía, en particular los molinos de agua, a un motor de carbón? Contrariamente a las opiniones establecidas el vapor no ofrecía ni una energía más barata ni más abundante. Animado por los combustibles fósiles, el Capital podría por fin concentrar la producción en los sitios más rentables durante las horas más convenientes. Para el profesor de economía humana de la Universidad de Lund, Suecia, Andreas Nalm, el vapor debió tener por fuerza méritos propios y así los pormenoriza en Capital Fósil, encomiable estudio del auge del vapor y las raíces del calentamiento global. «Los saltos naturales de agua se encuentran en su mayoría en ríos en pleno campo, pero las máquinas de vapor pueden emplearse en los centros de ciudades populosas donde los trabajadores se consiguen fácilmente y adquieren unos hábitos de laboriosidad, en otras palabras, donde se resignan a la disciplina del patrón dentro de la fábrica».
También estudia y considera, atenta y detalladamente cómo un estudiante de Mecánica, Robert Thom, había dado con un sistema óptimo de suministro hidráulico pensado para funcionar con absoluta regularidad y para ajustar en todo momento el suministro de agua como fuerza motriz a la demanda existente en la fábricas de algodón. Se trataba de crear un complejo regulado de canales y presas para abastecer por la energía hidráulica una base más racional y rentable para la industria. «Sin embargo, a pesar de todas esas ventajas, los saltos de agua van saliendo adelante muy lentamente (…) mientras que se ha construido un gran número de fábricas a vapor en Glasgow, por más que esa energía cueste en torno a 20 libras por caballo de potencia o casi siete veces más que el coste de la energía hidráulica en Greenock», se quejaba Robert Thom en 1834 cuando echaba la vista atrás hacia la puesta en marcha de su plan para las plantas hidráulicas de los Shaw, terratenientes y empresarios, que tan sorprendente éxito tuvo, y a la energía hidráulica constante y barata que ofrecía a los inversores.
Pero los planes con mayor potencial fueron abortados, a pesar de que la Royal Society Of Art otorgó Thom la Gran Medalla de Plata por sus «sistemas hidráulicos automáticos». Había dos caminos abiertos y el Capìtal británico escogió uno. ¿Por qué? Adres Malm lo explica. Él es alguien que nunca coge aviones para moverse por Europa. Activista, erudito, para quien «la fuerza que la palabra tiene como incitación a la acción» le llevó a pinchar ruedas de todoterrenos en los barrios acomodados de Estocolmo, en la línea del movimiento luddita y el alzamiento de los tejedores manuales de 1826, cuando destrozaron más de un millar de telares automáticos.
Capital Fósil Andreas Malm, Capitan Swing 2020. Traducción de Emilio Ayllón. 622 páginas. 26 euros.
El impero de las armas. Priya Satia. Akal, 2023. .Traducción de Ana Useros Martín. 606 paginas.. 33,28 euros.