De decir algo que sirva a la segunda entrega de estas hojas sueltas, que no hojarasca, ofrecidas por Andoni Hierro, qué mejor que lo expresado por Clarice Lispector: “digo lo que tengo que decir sin literatura”. Sin literatura, es decir, como sin pretender construir algo que transcienda. De esta manera con un estilo soterrado por donde respiran elementos vitales A.H. saca a la claridad personajes anónimos cuyo fondo no se veía, y nos lo cuenta liso, llano, simple y sobrio
Gustavo Recto
(1840 – 1866)
El tronco
(1852)
El autor francés, recluido en su casa tras los viajes por Oriente, nos relata la vida de un tronco que flota en el mar. Así y no de otra manera amanece en la playa, pero el tronco no desaparece durante días, incluso cuando ya nadie se acuerda de él, olvidado en la playa, el autor todavía se acerca para saber si le crecen ramas y hojas, si anidan en él las gaviotas. En esta tragedia, nos dice, todo es posible, incluso que uno de esos viejos lobos de mar se lo lleve a casa y lo trocee para ser luego llamarada, pero mientras tanto solo yo sé que está ahí y parece acompañarme.
Lo que nos transmite el autor es la soledad del hombre, que como una deriva histórica y sin rumbo va navegando por el mar, que es la vida, y al final, viejos y cansados no tenemos ya brazos ni manos para abrazar a otros, no tenemos ojos para contemplar lo que sigue vivo y sonando, no tenemos pies para recorrer la distancia que separa la casa de la cantina, e incluso una rosa es ya más inmortal que nosotros, que todavía no hemos escuchado el llanto de los ángeles.
Así termina la primera parte, cuando no sabemos todavía qué puede ocurrir. En la segunda y última parte, el autor se traslada a ver a su tía, y le va contando: he visto un tronco en la playa, y te he recordado. Y entonces ella le dice: y por eso has venido. Sí, le responde él, ha sido la decisión más acertada de mi vida.
Poco a poco el autor nos va diciendo entonces quién era su padre, quién fue su abuelo, quién es ahora él, por qué tantas ramificaciones de la familia han desaparecido, como ley de vida, y él convertido en un señor, no quiere rezar en las iglesias, ni oír a los políticos hablar de futuro, solo quiere eso, ser arena de la playa que va dejando sus huellas a cada paso y cada día, mientras las gaviotas, ora esquivas, ora atentas, parecen seguirle mientras se acerca, mientras se aleja, pero el tronco, pasadas unas semanas, ya ha desaparecido y es entonces cuando se da cuenta de que es el último hombre de una generación, la última huella de la familia, por lo que toma una decisión. Se acercará a casa de ella, aquella novia antigua y le preguntará: ¿quieres casarte conmigo? Todos sabemos la respuesta.
Andoni Hierro