Esta historia tiene detrás muchos cadáveres. Los de quienes quisieron hacer la revolución y defenderse del golpe militar. Es la historia también de obreros que se convirtieron en todopoderosos ministros y que en ese ascenso renunciaron a todo menos al gobierno. En aras de dirigir un país asediado por las tropas militares levantiscas. Es la historia de cómo el sueño, con sus tintes pesadillescos, de la utopía puede encallar en el lodo del atrayente poder. Miquel Amorós rescata del olvido al colectivo de militantes libertarios que no se plegó al verticalismo anarquista y su toma del gobierno, que rehusaron militarizarse y entregar las colectivizaciones a una República que pretendía vencer también la revolución en su retaguardia. Finalmente serían censurados y perseguidos por sus propios compañeros. El libro Los amigos de Durruti en la revolución española, coeditado por Pepitas de calabaza junto a la Fundación Anselmo Lorenzo, recupera la historia ninguneada por la oficialidad anarquista de los revolucionarios que integrando las columnas como la de Durruti hicieron la revolución al tiempo que combatían. Fueron desarmados militar e ideológicamente por sus propios correligionarios. Perdieron la revolución, luego la guerra y, en el transcurso, muchos, la vida. Tuvieron nombre y apellidos como el irredento Jaime Balius.
Septiembre de 1936. Los dirigentes anarquistas han renunciado a formar organismos revolucionarios unitarios para coordinar las milicias y crear un mando estratégico central que planificase las operaciones bélicas, puesto que confían en el Estado para realizar esas tareas, convencidos de que gracias a su leal participación convertiría a los delegados milicianos en respetadísimos jefes del Ejército regular y les daría entrada en los estados mayores. Para formar parte de las decisiones. El viraje gubernamental los había vuelto militaristas convencidos, lo cual iba a la contra del sentimiento generalizado de los voluntarios milicianos, poco dispuestos a convertirse en obedientes soldados. La resistencia desplegada fue formidable, y su derrota desmoralizó a las masas libertarias más que la entrada de la CNT en el gobierno.
La entrada de la CNT y la FAI en el gobierno para dar prioridad a la guerra borraba las diferencias políticas entre la burocracia dirigente y las demás organizaciones antifascistas, especialmente el PCE. Federica Montseny declaraba cuando la CNT entró en el Govern de la Generalitat: “Hoy, en realidad, las diferencias ideológicas que nos separaban han desaparecido, por cuanto nosotros hemos aceptado los hechos consumados que nos obligaban a tomar parte en la dirección del país”.
A principios de septiembre de 1936, Federica Montseny pronunciaba un discurso radiofónico donde se reflejaba el viraje nacionalista del discurso libertario: “la España grande, la España productora, la España verdaderamente renovadora, la estamos haciendo nosotros, republicanos , socialistas , comunistas y anarquistas, cuando trabajando con el sudor de la frente, hacemos grande a España fabricando lo que se produce en otros mercados (…) estamos todos unidos en el frente de lucha, todas las clases, todos los partidos políticos , y todas las tendencias que antes nos separaban”.
Con la llegada de armas de la URSS, el giro copernicano de la CNT-FAI hacia Stalin y su régimen totalitario hizo que desapareciera de la prensa confederal el más mínimo resplandor informativo de los crímenes del estalinismo. La alianza política con el partido comunista más proclive a la URSS, el PSUC, se consumó en la Plaza de toros Monumental el 25 de octubre de 1936. El pacto cortocircuitaba todas las colectivizaciones llevadas a cabo, que no podrían incluir en adelante las fábricas de menos de cien trabajadores. Los comunistas se habían erigido en los controladores de la pequeña industria y comercio, organizando un sindicato de patronos, el GEPCI, que funcionaría cono un ariete contra los comités de abastos y el control de precios de los alimentos.
De la obligada militarización, solo se resistió la columna Durruti. La IV agrupación se convirtió en los irreductibles del frente de Aragón, el último bastión de la milicia revolucionaria junto a la Columna de Hierro en el frente de Teruel y al Columna Maroto en el frente de Granada.
A principios de 1937, las fuerzas de la contrarrevolución, como las denominada Amorós, estaban en condiciones de anular la obra revolucionaria, o como decían los representantes del oficialismo libertario, “el poder político de la Revolución pasa de las manos de los libertarios al Gobierno”.
El libro de Amorós muestra la brecha pre ideológica que yacía en el anarquismo español en 1936. El levantamiento militar aceleró su colisión. Amorós desglosa el aroma nacionalista y liberal de los primeros espadas de la CNT en los preámbulos de entrar en el gobierno de la República. El giro laudatorio a la URSS y la necesidad de apuntalar la República resumía un discurso que podía ser a la vez burgués, estalinista y libertario.
Para marzo de 1937, la CNT y la FAI detectan que hay una estrategia bajo la dirección del estalinismo para acabar con el POUM y las organizaciones libertarias. Pero el desmantelamiento de las columnas y las milicias con el que había colaborado la burocracia anarquista iba a tornarse fatalmente en su contra. Es en ese punto de fuga donde su funda la peña Los Amigos de Durruti, con el impetuoso Jaime Balius entre su grupo impulsor. Su programa se resumía en: una junta revolucionaria; poder a los sindicatos; y municipios libres autogestionados.
Las pericias y avatares de Balius y sus camaradas huyendo, como dice Amorós, del Fascismo rojo la República cooptada por los agentes soviéticos, y del Fascismo negro.
¿De qué sirve hablar hoy de esto? En primer lugar sirve para rescatar aspectos angulosos y recovecos históricos escondidos a conciencia en el olvido republicano y en el del anarquismo. Rescata un debate ideológico acerca de la toma del poder que la izquierda y las ideologías a su izquierda no han sabido superar. Esa crisis en el seno del republicanismo y en el de las organizaciones anarquistas contribuyó a perder la guerra y dejar postergados para siempre radicales cambios que precisaba España. Miquel Amorós pretende no descubrir los errores o las iniquidades cometidas bajo el prisma del tiempo. Lo que viene a reivindicar es la palabra de los propios del mismo campo que fueron purgados por exageradamente fieles a sí mismos y a la causa libertaria.
Los Amigos de Durruti. Pepitas de calabaza y Fundación Anselmo Lorenzo, 2022. 306 páginas. 22,50 euros.