El problema español parece una cuestión de banderas, de mitos históricos, de familias segregadas en bandos, de atávicas fes de hoguera, de una cultura intestinal y exacerbada en sus límites. Todo ese horizonte real no deja ver que el verdadero quid de la cuestión española es de orden etimológico. Se trata de la disputa por patrimonizar el buen español. Todos los españoles patriotas, desde los exacerbados o limítrofes hasta los racionalmente moderados, han mantenido una enconada lucha por definir y llevar a adhesión lo que es o debiera ser un buen español. En las afueras de esa plural con matices ínsula patriótica quedaron y aún quedan los que quieren dejar de ser españoles y los insumisos de la patria. La película Mientras dure la guerra del cineasta Alejandro Amenábar explora las dos Españas que se vienen enfrentando desde mediados del siglo XIX y que con el golpe militar de julio de 1936 mantienen una periódica e irreconciliable relación. Amenábar las ejemplifica en las figuras del filósofo y rector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno y en el general José Millán Astray, fundador de la legión y jefe de propaganda de los militares sublevados.
Por paradójico que parezca las dos Españas de Unamuno y Millán Astray no están a tanta distancia como pudiera parecer a simple vista. Los personajes son dos patriotas, y tienen una España común, aunque responden ante sus complejidades históricas y políticas desde diferentes aptitudes: uno desde la razón y el corazón; el otro desde el corazón y las gónadas. El planteamiento es maniqueo y Amenábar no puede obviar los hechos. Miguel de Unamuno, como hiciera Borges muchos años después con el levantamiento militar en Argentina, aplaudió la sublevación militar el 19 de julio de 1936. Veía en ella, la posibilidad de un orden desaparecido y la reconstitución de la república mediante manu militari.
Unamuno, vasco, autodidacta y perteneciente a la sollozante y desalentada generación de 1898 vio perder las colonias españolas con añoranza. Desarrolló junto con otros pensadores de su época una idea de España libre, apoyada en la razón ilustrada y en una ilustración a la vez unitaria de España. Uno de sus personajes dice en Niebla: «Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!». Unamuno militó a principios de siglo en el marxismo, después de transitar por un vasquismo que quizá hubiera ido a más de haber conseguido la cátedra de euskera que le arrebató Resurrección María de Azkue. Su inmersión política transitó hacia un existencialismo cristiano más zurdido de agnosticismo que inventó él. Fervoroso antimonárquico, fue desterrado por el capitán Primo de Rivera. «Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón», escribe entonces. Sus decepciones con la instaurada República y sus torpes y autoritarias cabezas siempre giraron en torno al problema español.
José Millán Astray fue el cid trabuquero español. Fundador en 1920 de la legión española en las colonias españolas en Marruecos, su aportación intelectual va más allá del noviazgo de la muerte que le dejó tuerto, manco y cojo en diferentes y sangrientas batallas en Marruecos. Millán Astray leía a Heidegger, y ayudó a traducir al español el Bushido japonés. Se puso al mando de la propaganda que ensalzaría al general Franco como el generalísimo en los primeros meses de la sublevación y en toda la guerra civil. Amenábar enfrenta a nuestros dos personajes exponiendo sus mundos patrióticos y sus respuestas frente a los otros, los disidentes de ambos. Lo moderno del planteamiento de Amenábar es que la España unamuniana y la de Millán Astray hoy también discuten y esas dos Españas también lo hacen hoy y ahora – y más a la manera Millán Astraniana – con las disidencias a las que se enfrentaban en 1936, es decir a los catalanes y vascos que no quieren ser españoles y los españoles que desertan del patriotismo casi reglamentario. En el paraninfo de la universidad de Salamanca, Unamuno se enzarza con Millán Astray y sus seguidores que reclaman, en el sedicioso verbo de Francisco Maldonado: «¡Cataluña y las vascongadas, las vascongadas y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos!» Unamuno propone una convivencia basada en la persuasión, pues “todos somos españoles” al fin y al cabo, y en este aserto uno y otro no pueden estar más de acuerdo. Y en su confrontación hay más unidad: Unamuno ve factible incluso legitimado un levantamiento gonádico, aunque sea para restaurar una república que de paso a otra más moral. Aunque Millán Astray no defendiera la república, pues se exilió nada más proclamarse esta, los generales como Franco sí lo hicieron concediendo a ella lo que de patriótica hay en ella mientras esta siguiera defendiendo a capa y espada el orden y el dominio en las colonias españolas en Marruecos.
España se ha movido muy poco. El levantamiento faccioso y la cruenta dictadura del general Franco no acabaron con el problema catalán y vasco. Tampoco la transición ni la democracia. Si las dos incógnitas, como son la dos Españas y los secesionismos siguen sin resolverse, queda por re enunciar la ecuación y considerar que la incógnita que no deja solucionar las demás es la incógnita España.
Sin entrar en modo alguno en esta variable de España como problema, Amenábar y su película no solo toman partido por una de las dos Españas, sino que aventuran a proponer un nuevo patriotismo tomando como preámbulo ético el de Unamuno. La paradoja no abandona el planteamiento del director, es decir, la paradoja de España como patria en lugar de España como lugar de coincidencia. La paradoja española es que presenta un odio atávico y un deseo patológico a relacionarse con las provincias consideradas desleales como si estas fueran colonias ecuatorianas. En el Bilbao que vivió Unamuno de 1910, el ejército desembarcó en un acorazado para establecer el orden que alteraban los miles de mineros que leían el periódico donde escribía nuestro protagonista. En 2017 desembarcan en el puerto de Barcelona miles de policías y guardia civiles para controlar las reivindicaciones de más de dos millones de catalanes. España, incluso mirándose en esta película para mirar al futuro, no puede dejar de salir de su pasado, porque lo repite con una asombrosa y patriótica magnificencia.
La irrupción de VOX en el panorama español sorprendió a medias. Esa España legionaria siempre estuvo ahí. Estará aunque haya muerto, porque los miedos y los odios atávicos contra la patria la harán resurgir. Ahí están locutores que mañana tras mañana sostienen que el gobierno del socialista Sánchez está sostenido en la sombra nada menos que por la ETA – o lo que es lo mismo a sus palabras, por el exterminable separatismo vasco -. La presidenta de la comunidad de Madrid, del PP, mantiene y ensalza la llama del golpe militar de 1936, puesto que las izquierdas pretenden hoy una nueva dictadura comunista y volver a quemar iglesias como entonces. Esta troquelada mentira no cae sin embargo por su propio peso, y a los ojos de todos los patriotas españoles de abolengo debiera parecerles obvio si vivieran en un país informado. Verían que la izquierda española de hoy está aún a años luz de la constitución que la izquierda parlamentaria de 1931 fue capaz de aprobar. Y pese a que los problemas sociales de entonces – latifundios sin provecho, reforma agraria, empobrecimiento, administración de la vida cotidiana, nacionalizaciones, – son los que hoy acucian, no es precisamente en estos vericuetos donde la izquierda se muestre pródiga ni dispuesta. Incluso en los gestos simbólicos como la exhumación de los restos del dictador Franco, La España del alzamiento – que ni siquiera nació en vida del dictador muerto en 1975 – se retuerce lenguaraz en posición de firmes.
Este es un escenario nacional donde las dos Españas vuelven a ser dos. En los últimos decenios sus representantes se habían alternado en el poder y sus cúpulas políticas han sido un todo uno. La estabilidad de esa alternancia parecía resquebrajarse, cuando el patriotismo bipartidista hizo crack con la irrupción de partidos que traían nuevos patriotismos de bolsillo. Irrumpieron y repuntaron. Se ha quedado cada cual en una de las dos Españas. Justo en el transcurso del rodaje y estreno de la película de Amenábar, surge una nueva opción patriótica salida de otra anterior. No es casualidad ni conspiración. Es que España parece no tener otra manera de salir de su misma crisis.
La película de Amenábar termina con una imagen alegórica: una bandera rojigüalda sin emblema, roída, hondeando en un viento gélido y nevoso mientras Miguel de Unamuno exhala su último suspiro. El diario El Mundo titulaba el 6 de diciembre que los electos catalanes encarcelados por respaldar un referéndum en Catalunya eran, dado el crimen de traición a la patria, unos privilegiados por gozar de horas de patio carcelario y otras oprobiosas ventajas en la cárcel en la que llevan dos años.