Cuando aparecieron las fotografías en Yakarta tiempo después de su publicación en Norteamérica un 13 noviembre de 1969, el pequeño B. apenas tenía 8 años. En aquellas imágenes niños de su edad, incluso aún más jóvenes, aparecían inertes junto a mujeres y hombres mayores en los caminos ensangrantados no muy lejos, en Vietnam. Aquella era la masacre de My Lai en la que cerca de 500 campesinos fueron asesinados a manos de una compañía norteamericana. El pequeño B. no sabía que estaban en marcha numerosos My Lai en aquellos días y en los años venideros en los que un desconocido para él Richard Milhaus Nixon aplicaba la mayor de las ofensivas con el objeto de conseguir una retirada con honor. El pequeño B, ya se ha hecho mayor, Barack, como se le conoce desde su antigua Yakarta hasta el Polo Norte pasando por My Lai, tiene en el despacho que ocupó el denostado Nixon su propio listado de poblados reducidos a esperpénticos girones en Panjwai, Kandahar, en una estrategia ofensiva que cubra su retirada con honoren Afganistán o Irak. Y no son menos los My Lai de sus aliados, como la de Israel en Gaza. Tras las elecciones en USA, esta siniestra ofensiva que gotea por centenas víctimas sin cesar.
A mediados de 1969, Nixon había ordenado la retirada progresiva de tropas en Vietnam. Para diciembre de 1971 habrían de ser evacuados 365.000 soldados. La masacre de My Lai ocurrida más de un año y medio antes, pero conocida ese 20 de noviembre de 1969, generó en Nixon no sólo rabia y quebranto al sospechar las implicaciones en EEUU. Lo primero que hizo fue ordenar que Ronald Lee Ridenhour, uno de los soldados que había denunciado la matanza a mandos superiores y en el congreso a su llegada a los EEUU, fuera vigilado. Su comprensión de la magnitud del problema distaba mucho de ser convencional: «Son esos podridos judíos de Nueva York quienes están detrás de esto» (1). El secretario de estado, Henry Kissinger iba más allá en la comprensión de qué entregar para salvar la posición del gobierno: «todo lo que quieren conseguir es un cabeza de turco» (2). Esa cabeza sería la del teniente Calley, condenado en 1971 por la matanza, al que Nixon indultaría dos años más tarde.
El impulsivo cúmulo de campesinos muertos en My Lai no iba a hacer temblar el pulso del presidente. Aún menos su estrategia de recrudecer el ritmo de devastación para conseguir una negociación honrosa. A finales de 1969, Nixon se negó a cortar la financiación presupuestaria para las oscuras Unidades de Reconocimiento Provincial (URP), a cargo de la CIA, encargadas de asesinatos masivos para «neutralizar» la «infraestructura» enemiga en el sur de Vietnam: «No! Debemos tener más de eso, asesinatos, ejecuciones, es lo que están haciendo èn el otro lado«. En 1972 llegarían las hordas de bombarderos B-52 entrando en Laos, Camboya, y Vietnam del Norte.
Barack Obama ha optado por la via nixoniana para salir de las ratoneras afgana e iraquí y llevarse el quesito de la salida con honor. Los B-52 han sido sustituidos por eficaces drones aéreos sin tripulación que en miles de vuelos han «atacado» numerosos poblados en Yemen y Pakistán, «cortado» rutas de provisionamiento y «eliminado» un número indeterminado de talibanes. Desde algunos despachos y universidades han salido tenues protestas por las atrocidades civiles que causan las batidas de los drones. La Columbia Law School (4) duda de su constitucionalidad. Pero Obama goza de una permisibilidad social que el oscuro y artificiero Nixon jamás obtuvo, a pesar de que hayan obtenido un segundo refrendo.
Cortafuegos
El sargento Bales, de 39 años, combatiente en Irak y destinado en el poblado afgano de Panjwayi, en Kandahar, salió la noche del 11 de marzo para llevar a cabo una misión. Ningún superior le había dado órdenes concretas. En la estricta noche de Panjwayi puede decirse que Bales respondió a su locura particular. Pero cuando el fuego y las balas rompieron con su mísera luz las vidas anodinas de 16 personas con la sempiterna presencia de niños, 9, Bales no era sino la propia metáfora en llamas de su gobierno, sus mandos militares y los complejos industriales que conquistan paises por la fuerza de su paz. Obama no reacción como Nixon ante la matanza de My Lai. Recurrió a la retórica empática: las víctimas de Bales eran también norteamericanas. Ese círculo concéntrico deja fuera de él a todos los afganos, iraquíes, yemeníes o pakistaníes víctimas de las incursiones norteamericanas ordenadas desde hace cuatro años por el comandante en jefe Obama.
El sargento Bales hace mucho más grande el círculo concéntrico que pretenden dibujar las palabras de su supremo jefe. Desde su celda en la prisión en Leavenworth, Bales muestra que su locura solitaria, sus atrocidades solitarias, su «estrés» solitario en absoluto son solitarios. Han sido designados solitarios por otros. Por quienes han de juzgarle, que fueron quienes le enviaron. Las soledades de Bales son las mismas que las del teniente Calley, las de Oliver North, unico encausado por el suministro de armas ala contra nicaraguarense, las mismas que los juzgados por las torturas en Abu Ghraib (5).
Se vislumbra un ritual de cortafuego: búsqueda de responsables en los niveles más impregnados – el nobel Kissinger pensaba en cabezas de turco en 1969 -, juicios militares para dilucidar los excesos de producción mortal,
Genocidio «de los nuestros» tras las elecciones
Si los aniquilados por el sargento norteamericano Bales en la remota aldea de Kandahar merecen en la retórica oficial ser calificados como reales, los niños aniquilados por el ejército israelí en Gaza este mes de noviembre obtienen la distinción de bronce para las masacres organizadas. Las fotografías que aquí se exponen no aparecen en los medios israelíes, norteamericanos o europeos. Tras el humo que se levanta de los escombros que sepultan a las víctimas, se levanta otro no menos ignominioso: el del lenguaje taimado: «violencia», «recrudecimiento», «tensión», «tregua», «ataque», «incursiones».
Israel ha esperado para acometer su razzia en Gaza a que las elecciones norteamericanas despejaran quien hubiera de sentarse en el despacho Oval. Sabedor de que Obama no va a mostrar un rechazo siquiera tibio, los muertos puestos sobre la mesa por Netanyahu son un órdago para evidenciar quién marca la agenda en Oriente Medio. Si Hillary Clinton pretende aparecer como eficaz mediadora, habrá de garantizar contrapartidas a Israel a riesgo de que el ejército de Netanyahu no pare en agigantar la matanza de civiles ya iniciada. La pieza ansiada por Tel Aviv puede ser Al Assad, además de permiso para la guerra sucia contra Irán. Israel está probando su último escudo anti misiles que aspira a vender en el mercado bélico global, y qué mejor campo de pruebas que el del gran campo de hacinamiento de casi 2 millones de personas en una franja de aproximadamente 15 kms ¿Será Netanyahu el próximo premio nobel de la paz?
Orden interno
Los cuatro años que Obama ha ocupado la Casa Blanca han sido eficaces en cuanto a leyes que garantizan al gobierno mayor control civil. En 2012 el presidente rubricó la National Defense Authorization Act. Atenienéndose a su oscuro texto, las autoridades militares pueden encarcelar indefinidamente, sin juicio, a quienquiera que el gobierno sospeche como “terrorista” o «cercano al terrorismo”. Obama emitió tambiñen el decreto National Defense Resources Preparedness Executive Order que autoriza el más amplio control federal y militar de la economía nacional y sus recursos bajo “condiciones de emergencia y de no-emergencia”.
Desde marzo de 2012, participar en actos localizados en áreas «restringidas» – edificios federales, instalaciones, parques, etc – está catalogado como «ofensa criminal», tal como reza la ley HR 347 firmada por el recién elegido presidente. Esta retahila de leyes evidencia el riesgo que en el intestino grueso de Norteamérica habita por no poder digerir la fraticida estrategia militar en el exterior. Obama tiene motivos para un temor hamletiano mirándose en la calavera de Richar Milhaus Nixon.
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Notas
(1) Symour Hersh, «Kissinger. The Price Of power». Faber and Faber.1983. pag 135.
(2) Idem
(3) Idem
(4) http://web.law.columbia.edu/human-rights-institute/counterterrorism/drone-strikes/counting-drone-strike-deaths
(5) Symour Hersh,Obediencia Debida. Del 11-S a las toruturas de Abu Ghraib. Aguilar. 2004