
Mientras la ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Teresa Ribera, decía que el recibo de la luz y el gas “puede subir como mucho unos cuantos euros”, en el poblado chabolista más grande de España, la Cañada real, con 13 grados bajo cero, ninguno de sus 8.628 habitantes tiene calefacción porque desde hace meses tampoco hay luz en ninguna de las 2.539 chabolas. La ministra Ribera dice que es irresponsable crear alarma sobre la subida de la luz en toda España. Pero los habitantes de la Cañada Real, adscritos al ayuntamiento de Madrid, se han convertido desde hace un tiempo y sobre todo ahora en una cosa y su contraria, es decir, en responsables e irresponsables de la pobreza que vive una parte nada exigua de España.
La batalla espectacular que mantienen el gobierno de España y los del ayuntamiento y la comunidad de Madrid es un ejemplo de la insoportable levedad del arte de gobernar. El primero, en manos de PSOE y Unidas Podemos, y los segundos en manos de PP y VOX, han establecido un ruedo ibérico de mamporreos mediáticos diarios. Las cerbatanas mutuas se han convertido no solo en el instrumento preferido de hacer política, sino la propia justificación de la existencia de cada cual.
De mientras, en la Cañada Real, la ola siberiana que azota España, se vive con una ajenidad como siempre inmaculada a las espurias trifulcas artificiales del poder. No son siquiera el lumpen adscrito a los barrios industriosos depauperados. Son los desamparados en el límite de la posibilidad a la que con una pericia se adhieren como supervivientes en una novela de Jack London.
Porque en este poblado del abismo, cientos de niños acuden a la escuela, hasta hace unos meses, y decenas de ellos terminan sus estudios, hasta hace unos meses.
Para la ministra de Transición Ecológica y el Reto Demográfico, esos 8.628 habitantes helándose a 13 grados bajo cero, son un inesperado acontecimiento. Pero en tanto que acontecimiento, por más momentáneo que sea, es mejor ubicarlo o desplazarlo a campo enemigo.
Y es así que cobra todo su sentido las últimas palabras de la ministra al diario El País que disputa con el Boletín Oficial del Estado la voz del gobierno. Dice la ministra: “Lo de la Cañada Real no es un problema de regulación eléctrica sino de servicios sociales”. Es decir, de los otros. Pero fíjense en el loísmo de la ministra. Está haciendo un juego de manos callejero. En la nocturnidad de los conceptos políticos, la ministra navajea el aire espeso y adverso. A la pobreza, a la desigualdad, que tanto tiempo llevan allí en la cañada desde los tiempos del Adán metropolitano, con gobiernos de su partido o sus socios, la ministra lo llama “lo de La Cañada”.