VICENTE LÁZARO SALE DE LA PENUMBRA de su casa asomando su pelo blanco largo y su barba rala y de días, apretándose la cuerda que ciñendo su pantalón hace las veces de cinturón. Este pastor de 80 años es uno de los cuatro habitantes de Arroyo Cerezo, una aldea a 1.340 metros de altitud en el techo del País Valenciá. Llegaron a vivir aquí 265 personas. “Más gente ¿para qué, para reñir más?
Josefina, unas calles más allá sentencia:
– Pero la gente va donde le dan teta, y esto me parece que no tiene futuro. No sé qué futuro puede haber aquí.
El periodista Paco Cerdá subió a los pueblos de la serranía celtibérica habitados por Vicentes Lázaros o Josefinas. Y bajó a la desoladora realidad de esta inmensa tierra que tiene menor densidad que la Laponia. Sus 65.000 kilómetros cuadrados se reparten en entre Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Valencia, Castelló, Zaragoza, Burgos, Segovia y la Rioja. Es la Laponia española. Son 4.933 municipios con menos de mil habitantes. Esta es una crónica de riscos helados y vientos estremecedores: los testimonios vívidos, crepusculares, de los Vicentes Lázaros, Josefinas; de los nuevos rurales que vienen al abismo deshabitado huyendo de una mortífera ciudad; del único niño del pueblo – elniñojuan – . Esta magistral crónica de Paco Cerdá, editada por Pepitas de calabaza, supera el reportaje al uso para revitalizar la crónica y cuyo resultado merece entrar en los anales de eso que pudiéramos decir no crónica latinoamericana sino crónica celtibérica.
Si el paisaje es helador, su memoria no lo es menos. Estos pueblos por los que ha deambulado Paco Cerdá durante años son la radiografía de un país aglomerado en las urbes que olvida cuál fue su origen rural.
La aparición del libro Los últimos. Voces de la Laponia española. Ha sido un shock. En primer lugar para eso que se llama periodismo. Este compendio de crónicas nació como un reportaje de dominical. Se ha convertido paradójicamente en dos cosas muy distintas: es la primera gran crónica de nuestra era; al tiempo, se ha hecho material con el que se han serializado reportajes de domingo en periódicos que buscan “historias humanas”. Algunos de los medios que han utilizado el trabajo de Paco Cerdá, ni siquiera le han citado cuando han visitado estos poblados, estas gentes. Es esta también la crónica de cómo el periodismo hace tanto tiempo que no habita ni en la prensa ni en los medios audiovisuales, sino en los archipiélagos editoriales, como entre otros Pepitas de calabaza, y algunas reconfortantes islillas digitales. Soledad del relato.
– Soledad siento, pesa la soledad, eso sí. Pero nací aquí, aquí me he criado y estoy muy a gusto en el pueblo. Nunca he necesitado de nada y he sido feliz en Tobillos.
Faustino García es el único habitante de Tobillos. La soledad. En Corea del Sur hay dos aplicaciones que están haciendo furor. La primera muestra a unos actores cenando en streaming, así otros coreanos pueden cenar con alguien. La segunda aplicación, Gazza Talk, ayuda a tener un amigo imaginario a personas solitarias. Hace un año superó los 4 millones de descargas, lo que supone el 10 de la población surcoreana. En Seúl, con más de 10 millones de habitantes viven 17.483 personas por kilómetro cuadrado. Y se pregunta Paco Cerdá, ¿Puede haber mayor soledad que la de un rascacielos-colmena en cuyas celdillas iluminadas moran individuos que ven cenar a sus semejantes a través de la pantalla?
Demotanasia
LO CIERTO, LO ÚNICO CIERTO es que el campo, la serranía, se muere. Por eso, el catedrático zaragozano Francisco Burillo y su hija María Pilar han designado un diagnóstico: Demotanasia. Demos, población; tánatos, dios de la muerte pacífica.
– La situación actual es apocalíptica, pero el escenario inmediato al que estamos abocados es aún peor. en diez años desaparecerá la agricultura y la ganadería en los 631 municipios de menos de 100 habitantes.
Dice Francisco. Es un problema no de despoblación, sino de articulación, dicen. La muy poca población que aún resiste en estos cientos y cientos de pueblos está muy alejada de los servicios básicos. Esto expulsa a los supervivientes hacia los conglomerados urbanos a cientos de kilómetros. Francisco Burillo y María Pilar Burillo se han fijado en la Laponia para descubrir por qué está sí ha conseguido sobrevivir y la Laponía española se hunde . “La población sami que resiste en el interior de Laponia recibe ayudas especiales para mantener sus formas de vida basadas en la trashumancia del reno. Viven lo contrario a una demotanasia: reciben ayudas, mantienen un modo de vida y una cultura».
Lo que Francisco y María Pilar proponen salvaría la Laponia española. Solicitar de la Unión Europea la categoría Zona de Inversión Integrada. La idea encierra una utopía mayor, casi imposible. Para acceder, como la otra Laponia, a estos fondos, todas las regiones y comunidades de la Laponia española tendrían que ponerse de acuerdo y declarar la interregión. En un país como España, con una burocracia endémica, el reto es mayúsculo. Las burocracias aletargadas de 10 regiones habrían de ponerse de acuerdo en los trámites con las burocracias de 5 comunidades autonómicas, además de lidiar con la burocracia estatal. Y a la par, que los gobiernos, partidos políticos y asesores de todas esas regiones y comunidades, más la del gobierno de España, se pongan de acuerdo. En España nunca ha sucedido nada parecido.
Silencio y final
SILENCIO EN LOS CAMPOS. Silencio en los monasterios. El silencio es un arma que también desarma. Desarma ambiciones fútiles, competiciones, ascensos… la vida en el dinero. Paco Cerdá llega hasta el monasterio burgalés de Silos. Ha encontrado a Moisés Salgado. Monje, abad, escribano; quizá ninguna y todas esas cosas a la vez o tan solo un hombre lúcido. Moisés dilucida que hay un progreso vestido de tal que todo lo desprogresa.
Y es así que Silos, estos pueblos que se mueren en silencio y los monasterios que en silencio meditan con ellos, pueden ser los únicos atisbos de vida que le quede a un occidente gangrenado por un economicismo depredador. En medio de la pura nada, que, como diría Eckhart, es el principio o la fuente de todo.
Los últimos son alguna vez los nuevos: los neorurales. Fueron alguna vez los primeros: los primeros maestros rurales que enseñaron a leer y escribir a los pocos niños que habitan esta Laponia. Los últimos son los que desde hace 20 o más años han regresado a su pueblo que no ha tenido electricidad ni luz en 200 años. Los últimos en saber somos nosotros. Porque al fin y al cabo, en el origen de todo, todos nosotros tenemos nuestro origen vivo en alguno de estos pueblos que mueren.
En las últimas librerías que van quedando en cada ciudad o pueblo, el libro Los últimos. Voces de la Laponia española de Paco Cerdá, editado por Pepitas de calabaza, desaparece de las estanterías. Qué gran paradoja.