Manuel Jabois es un chico del extrarradio de las letras. Es decir, era un joven de provincias, terrenales y literarias, hasta que, por méritos morriños y virtudes que recuerdan al gran Julio Camba, publicó en la editorial Pepitas de calabaza un memorable compendio de relatos, Irse a Madrid, 2011 – después vendría Manu, 2013 – que tampoco lo eran, sino una crónica sincopada que parecía de tan revuelta un género mestizo: la jazz columna de un gallego muy agudo, pero con un defecto: ser hincha del Real Madrid. Es un defecto muy común en Galicia, y en toda la España, pero Jabois compensa esa real tara con un oficio de cronista librepensador. En los avatares de esto que se llama ser periodista en el siglo XXII en España, Jabois trabaja ahora, después de hacerlo para otras, en una compañía de medios progresista, cool, correcta, de orden, de partido y de muchas más cosas que mejor no pronunciar. Y las paladas radiofónicas de cada noche de Jabois o sus estentóreos reportajes, un digamos híbrido de orujo, albariño y whisky de turba irreverente, se convierten en el sostén crediticio de esa casa de la comunicación que hace tiempo abandonó la costumbre de hacer periodismo a mala cara pero con buena letra.
Así que Jabois vuelve a publicar con Pepitas de calabaza un compendio de sus columnas más aguijoneras publicadas en ese medio cool que es El País. Lo destaco como si fuera un acontecimiento a contracorriente, que lo es: un autor consolidado y admitido en la intelligentsia vuelve a la casuña editorial y no al revés. Y en segundo lugar el significado tiene más transcendencia para la literatura y el periodismo en español. Las reservas naturales aún no cementadas del periodismo respiran en archipiélagos de editoriales aún independientes como Pepitas. No es casualidad que en España haya sido gracias a esta editorial que hayamos leído a cronistas americanos como Alberto Salcedo Ramos, Oscar Martínez, John Gibler, o Canek Sánchez Guevara o a escritores como Jordi Mestre, olvidados por las grandes editoriales.
Así que Jabois, en vez de ser un efecto, que también lo es, simboliza más bien un defecto del gran periodismo, ese que ya no cuenta historias ni se mancha los brazos en ellas, sino consignas ilustradas de terciopelo. Manuel es un Charlot descarado pero tímido en la pronunciación. Aventurado porque, por ese defecto de fábrica con el que ha nacido, la conveniencia no le tuerce la mirada y tampoco la letra. Les remiendo su columna La izquierda valle, que no está por desgracia en esta memorable selección que publica Pepitas de calabaza.
Una de las claves de porqué Jabois es el Jabois que escribe que es hoy. Sabe dónde escribe, y por ello no renuncia a tamizar sus temas ni el acento. En el tedioso paisaje de columnistas en la prensa española y en la especializada en libros –es un decir –, Jabois es un rara avis. No se encuentran lugares comunes ni aun mirando entre líneas o poniéndolas al revés. ¿Es un atrevimiento o una tara? ¿un desaire o una estupidez? ¿Puede que sea un topo de la reacción? –tal como preguntarían los popes de las ideologías verdaderas –.
Hay algo berlangiano en Jabois. Yo creo que es una mirada con la que primero contacta con la realidad. A diferencia del cineasta, la de nuestro personaje recurre a desarrollos alejados del canon berlanguista, si esto existe. Puede que los nuevos lectores consideren que algunas de las columnas de Jabois carecen de explícita profundidad.
Recuerdo las críticas que Orwell recibía cuando en el diario de izquierdas para el que escribía – The Tribune – se ponía a disertar sobre las flores, los árboles o la reproducción del sapo común en la poco a poco desaparecida campiña inglesa. Una lectora le escribió: “las flores son burguesas”. Y, sin embargo, no había nada más revolucionario que la comunión con lo creado, motivo por el cual Orwell torturaba a los lectores de The Tribune que esperaban leer canónicas explicaciones del mundo por venir.
Jabois, lejos de Orwell, recupera como lo hiciera este, una actitud honesta al escribir, muy gallega, a fin de cuentas, sin la doblez de las intenciones escondidas. Ni condescendiente ni pusilánime. Saca los filamentos ocultos de las historias para dejar al vivo el nervio escondido de los protagonistas –la crónica de la cena de navidades en la casa de Carmen Lomana con Juan Carlos Monedero de invitado es un sobresaliente ejemplo – , que recuerda al joven Wolfe. La selección de columnas Hay más cuernos en un buenas noches es un falansterio de relatos honestos, sin permiso ni vasallaje.
Hay más cuernos en un buenas noches. Manuel Jabois. Pepitas de calabaza, 2022. 416 páginas. 24,90 euros.